miércoles, 29 de octubre de 2008

Con el escritor Leonardo de León

El narrador y poeta Leonardo de León vive en Minas, donde ejerce la docencia. A sus 23 años ha colaborado en revistas culturales de Maldonado, San José y su propia ciudad. Recientemente ha concluido un libro acerca de la historia de su lugar natal. Además escribe para la revista Megafón de Buenos Aires. Como el mismo lo plantea, tal vez su destino se ciña a cierta extraña idea:

“DEJAR DE ESCRIBIR, ESCRIBIENDO...”


¿Cómo es un día en la vida de Leonardo de León?

Depende del momento del año en el que nos situemos. Durante el año lectivo me limito a dar mis clases de la mejor manera posible, a leer y a estudiar lo que me interesa, y a cansarme luchando contra el cansancio. En vacaciones es distinto, mis días son caóticos, me salgo de las convenciones y de los horarios. Me puedo quedar hasta la madrugada mirando la plaza, o dormirme a las ocho de la noche...No hay un orden. Por lo general me despierto tarde, almuerzo, e intento escribir o leer para distraerme del calor. De tardecita me gusta disfrutar de mis afectos, de mi novia, de mis padres y de mi abuela, y caminar sin rumbo siguiendo los caprichos del cuerpo. Creo que en una ciudad como Minas, compacta en su geografía, hermetizada por las sierras, los tiempos de vida tienden a homogeneizarse; y el tiempo natural de las cosas se hace más perceptible a los sentidos. Basta un mínimo de sensibilidad para sentir la “pulsión” secreta de la vida. Yo he podido sentir en más de una ocasión ese impulso vital durante mis paseos a pie, donde se desvela la vida íntima de la realidad. Me he conmovido hasta las lágrimas. Me encanta conmoverme. Me enorgullezco de ello. Cuando llega la noche miro algo de televisión, cualquier guarangada que aparezca, y leo antes de dormir. A veces me siento en el balcón a mirar los árboles...

¿Cuándo decidiste dedicarte a escribir, convertirte en escritor?

Creo que nunca lo decidí. De haber podido hacerlo, me hubiera negado. Creo que mi presente vinculado a la escritura se debe a un complejo sistema de circunstancias. Intentaré abreviar. De adolescente escribí los convencionales poemas emulando a Bécquer. Escribía también una suerte de diario que, ahora que lo pienso, tenía un perfil de escritura semejante al de mis actuales Irrupciones. Cuando se me rompió la computadora perdí todo, y me dediqué por muchos años a la banalidad. Me convertí en Skater y estuve tres años a punto de romperme la cabeza. Sospecho que mis padres no durmieron durante ese período. Se preocupaban mucho. Comencé a estudiar el profesorado menos peligroso y más reconfortante. Allí conocí a un profesor que exigía complejas monografías y que evaluaba especialmente el estilo de escritura utilizado. Por primera vez me vi pensando en las palabras. Obtuve buenos resultados y me prendí. Compré una libretita con espiral en la que escribía teorías literarias excéntricas que inventaba fusionando enfoques de diversos autores, pertenecientes a distintas épocas y corrientes. Cuando terminaba el horario de clases, esperaba hasta que todos se fueran para pegar estos delirios teóricos en la puerta de los salones, imaginando la expresión de sorpresa en las caras de día siguiente. Claro está que todo estaba escrito en computadora y firmado con seudónimo. Un día fui descubierto y el juego se acabó. Hasta hoy en día nadie comprende mis teorías. Egresé y volví a Minas donde conocí a Damián González, editor de la revista cultural Iscariote. Me invitó a participar y acepté complacido sin saber en lo que me metía. Mis artículos llegaban a una franja más amplia de gente, y el juego se convertía paulatinamente en algo cercano a la profesión. Mis temores me llevaron a redactar artículos con un lenguaje excesivamente técnico, enrevesado, insoportable; y las críticas no tardaron en llegar. Dolorido, dejé Iscariote. Un día cualquiera, aburrido, escribí un cuento fantástico que se publicó en la querida La letra breve de San José gracias a las gestiones de Damián. Luego publiqué otras cosas y redacté tres o cuatro cuentos más. Me atreví a enviar uno de ellos al concurso nacional de narrativa que organiza anualmente la Intendencia de Durazno, y gané el tercer premio. Enseguida un semanario de mi ciudad me invitó a escribir la columna cultural. Desde entonces habré escrito tres cuentos más, y uno de ellos ganó la mención del Espínola. Ahora únicamente escribo la columna de libros de la revista Megafón de Bs As. Como verás, soy un tipo con más suerte que talento. El resto, como dice Hamlet, es silencio.

¿Qué género disfrutás más (tanto en la escritura como en la lectura)? ¿Por qué?

Me gusta leer narrativa, sobre todo novelas. Leo un libro de cuentos por cada seis novelas. No sé por qué, quizá porque a mayor tiempo de lectura, mayor es el tiempo que compartimos con los personajes. Para escribir me siento mejor con la poesía, creo que se debe a que los versos se conciben contra mi voluntad y reclaman una mínima intervención de mis ideas. Los cuentos me cuestan mucho más, y escribo uno al año. Las novelas me están vedadas, presumo que para siempre. He comenzado tres de ellas, y las he abandonado en la página 14.

¿Cómo recibiste la noticia de la mención en el concurso de cuentos Paco Espínola y la novedad de que iban a publicar un libro con un cuento tuyo?

Con emoción y agradecimiento. Es raro entrar a una librería montevideana (como me ha pasado) y encontrar en la vidriera un libro parcialmente mío. Lo que más disfruté fue la ceremonia de premiación, donde pude disfrutar acompañado de mi familia y dos queridos amigos de San José. Tomás de Mattos me dijo al entregarme la estatuilla: “Espléndido cuento”. Siento que sus palabras fueron el verdadero lauro.

El escritor minuano por antonomasia es Morosoli. ¿Cómo te llevás con sus libros?

Muy bien, a pesar de no haber leído toda su obra. Morosoli es especialísimo para los minuanos, su narrativa está impregnada al plano geográfico y sensorial como un tatuaje, como un mapa eterno que se posa sobre la ciudad con la ternura de un ave sobre una rama. Ya vez, si hablo de él contesto como en versos. La mejor crítica sobre su obra la escuché de un alumno: “Cuando leo a Morosoli me parece que leo la historia de mis vecinos”.

En parte de tus “Irrupciones”, que pueden leerse como un verdadero testimonio metaliterario el tema de la vocación de escribir se asocia casi inevitablemente al dolor. ¿Cuánto hay de dolor y cuánto de disfrute en tu escritura?

Creo que del dolor emerge el disfrute, y viceversa. Los opuestos, dice Heráclito, se definen mutuamente. Las Irrupciones nacieron para gestar algún placer ante la imposibilidad de escribir. Cuando no podemos hacer lo que queremos, o, mejor dicho, cuando nos vemos privados de hacer aquello que se nos impone naturalmente, se siente un dolor ingobernable. Pensé entonces en un cuento de Chesterton donde se maneja el concepto de invisibilidad como un exceso de lo visible; es decir que para que algo pase inadvertido debemos ostentarlo. Me pasa todos los días cuando busco mis lentes por toda la casa y terminan apareciendo en el lugar más despejado y evidente. Pues bien, fue así que comencé a ostentar mi dolor. Ante el impedimento de la escritura, sólo me quedaba escribir sobre dicha imposibilidad, sobre el dolor de esa circunstancia; pero como no me atrevía a someterme a tal sufrimiento, me inventé un “alter ego” para definir una distanciamiento respecto a mí mismo. Así nació Hebert Zarrizuela y su blog.

También queda planteada en tu escritura la idea de disociación entre el escritor y la voz narrativa o lírica, que en definitiva es una manifestación más de la dicotomía entre el escribir y el vivir. ¿Qué te produce esa dicotomía, esa disociación?

Veo que hallaste el nervio de las Irrupciones, precisamente esa es la idea central: exhibir explícita o implícitamente la lucha entre Leonardo de León, un modesto profesor del interior que quiere reírse de la vida, y Zarrizuela, un perverso hombre de letras que todo lo ve y lo siente a través del prisma de la palabra sofrenada que implora la lágrima del otro, de mí, para concebirse y crecer. ¿Qué me produce esta batalla? “Cansancio” probablemente sea el vocablo correcto.

Tu poesía es rica en imágenes fuertes, de gran expresividad. A su vez, parece elaborada bajo criterios de escritura automática surrealista. ¿Cómo es el proceso de escritura de tu poesía?

Mi poema “Dormir” habla de ello. Yo no escribo los versos, otros lo hacen por mí. Por la noche, justo antes de caer en el mundo de los sueños, me visitan rostros anónimos que me hablan, que me dictan versos confundidos en una maraña de voces. Algunas veces puedo individualizar alguna de esas voces y escucharla con algo de claridad. Ahí empieza lo difícil, pues debo recordar esas palabras y hacer un esfuerzo indecible (a veces no lo logro) por despertarme y escribir esa “epifanía”. Quiere decir que mi intervención en el proceso es mínima, un mero nexo físico o de materialización. Quizá esta proximidad con el mundo onírico aporte a los versos un cariz surrealista.

He tenido la oportunidad de experimentar tu fascinación por Borges. ¡A qué responde dicha fascinación? En otras palabras, ¿qué te ha ofrecido Borges?

Sí, has tenido la desdichada oportunidad de aguantarme. Ja. Borges me ha ofrecido los mejores versos que he leído, la prosa más ajustada, y la erudición a la que anhelo inútilmente. Me ha ofrecido una vida triste y desdichada al servicio de la literatura que me conmueve. Me ha ofrecido un cuento que lo recoge como protagonista. Me ha ofrecido una suerte de aleph literario, la síntesis monstruosa de la literatura. Me ha ofrecido la triste revelación de que mi destino es un destino literario. Me imagino leyendo sus páginas en el geriátrico. Me ha permitido conocerlo en sueños, donde me ha ofrecido la mano y un adiós.

¿En que proyectos literarios estás abocado hoy por hoy?

En el proyecto de dejar de escribir escribiendo.

¿Qué cinco libros recomendarías a los lectores de T. De U.?

Recomendaría El dependiente de Bernard Malamud, La historia interminable de Michael Ende, El palacio de la luna de Paul Auster, Pregúntale al polvo de John Fante, y un libro inédito de ciencia ficción de un joven autor uruguayo que he leído recientemente y que me ha impresionado como pocos. También recomendaría cinco libros cualesquiera. Ya lo dijo Plinio: “No hay libro que no tenga algo de bueno”.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Entrevista: DAMIÁN GONZÁLEZ BERTOLINO



“NO PUEDO DEJAR DE VER NUESTRA NARRATIVA COMO ALGO MONOCORDE.”





Damián González Bertolino vive en Maldonado y dedica su tiempo a escribir y dar clases de literatura. En el año 2002 su libro inédito Historia de la agresión obtuvo una mención en el importante concurso de narrativa de Ediciones de Banda Oriental. Además, ha sido fundador y editor de la revista fernandina Iscariote, y colaborador de la revista maragata La Letra Breve. En dichos medios publicó cuentos, reseñas, artículos de opinión y hasta una novela corta por entregas: Los trabajos del amor. Actualmente escribe en la revista montevideana Freeway, además de continuar embarcado en diversos proyectos literarios.

Primera parte



¿Qué es la literatura para vos?

En este instante me gustaría que fuera mía la definición que da Stephen King en el comienzo de Mientras escribo. Porque allí dice que la literatura es telepatía. Pero yo tengo ganas de decir que a mí la literatura me parece magia. Sé que puede sonar poco previsible o poco original una respuesta de ese tipo, pero en realidad creo que la actividad literaria, el escribir o el leer, dependiendo de qué lado del mostrador uno se ponga, no se diferencia mucho de aquello que nosotros consideramos como magia. Porque, ¿qué es, radicalmente, la literatura, si se lo tuviéramos que explicar a un niño? Y bueno, digamos que por lo menos es un montón de manchitas de varias formas sobre un papel, y que cuando la gente se fija en eso se hace "la película", como dicen los adolescentes. Allí, en el papel que uno tiene enfrente cuando lee, hay un montaje, una puesta en escena, una pura ilusión, y la gente proyecta sobre todo eso sus expectativas, temores, deseos, etcétera. Aparte, es necesario creer. Si voy a ver a un mago y no me creo nada de lo que hace, si me parece trucho, me voy porque no me ilusiona. Bueno, con los libros pasa lo mismo. Uno tiene que creer, y si no, no pasa nada; entonces la literatura no sucede, no ocurre. Y es así porque la literatura es algo personal. A veces, por ejemplo, me conmueven los esfuerzos de la teoría literaria por desentrañar qué es la literatura, pero en el fondo, la cuestión va a ser siempre íntima. El misterio de la literatura, o ella misma, va a ser eso: el hecho de que a alguien una obra no le mueva un pelo, mientras que al de al lado ya no le quedan pelos de arrancárselos debido a la emoción que está viviendo. Creo que ahora se me pueden empezar a ocurrir algunas preguntas como para complicar más lo que estoy diciendo, pero de última, el estatuto de la literatura no es algo que me esté replanteando todo el tiempo: simplemente escribo y leo, como mucha gente, en base a un recorrido que me es dictado por los intereses o las emociones de turno. Y tampoco es que los magos me gusten mucho. Si miro tele y ponen algún espectáculo de magia, seguro que cambio de canal. Más bien esas cosas me aburren; por eso quiero que lo de la magia se entienda sobre todo en un sentido más primitivo.
Otra cosa que quiero decir de la literatura es que, para mí, es un lugar. Si bien me parece importante y he hecho de ella uno de los puntos en los que se apoya mi vida, también tengo que decir que no lo es todo. Porque obviamente está la vida, que es otra cosa. En la vida están las cosas más importantes. Así que la literatura se transforma en un lugar al que puedo ir, una especie de "vientre de la ballena" o un espacio de meditación mientras el mundo sigue esperando allí afuera. Es como cuando uno era chico y se enojaba con sus padres o se peleaba con otros niños y entonces se iba corriendo a una parte del patio que quedaba oculta tras un montón de cachivaches. Algo así.

¿Cuándo fue que decidiste dedicarte a escribir?

De niño yo quería llegar a dedicarme a dos cosas. La primera tenía que ver con la zoología. Más tarde supe que la rama de la zoología que más me hubiera interesado era la entomología, la rama que se dedica al estudio de los insectos. En la época de la escuela yo tenía una libretita donde dibujaba los insectos que veía tanto en mi casa como en un monte que quedaba enfrente, y anotaba debajo de cada dibujo observaciones acerca de las conductas de esos animales. La segunda cosa a la que me quería dedicar ya estaba presente también en esas libretitas, y era contar historias. Si miro más detenidamente hacia los recuerdos de mi infancia me veo a mí mismo sabiendo que siempre iba a estar tratando de inventar historias. Las escribía o se las contaba a mis compañeros de clase, que se las creían de la misma manera en que yo me creía las mentiras que ellos contaban. Porque yo era bastante ingenuo y crédulo. En realidad, creo que hoy en día sigo siéndolo, y que eso puede ser tanto un defecto como una virtud. La cuestión es que llegó un día en el que en la escuela dijeron que iba a aparecer una revista y pidieron que alguien se animara a escribir un cuento. Yo escribí un relato que hasta el día de hoy me causa gracia, porque no sé si al momento de escribirlo era consciente de lo disparatado que era. Se trataba de un tipo que estaba aburrido en la casa y salía de Maldonado con un perro y una escopeta rumbo a África para cazar un tití pigmeo, para cazarlo a balazos, una cosa que si uno se pone a pensar en las proporciones debe ser como querer matar a un hombre golpeándolo con una heladera. Bueno, el cuento se publicó, las maestras me dijeron algunas cosas elogiosas, mi madre se puso contenta, etcétera... Cuando salió el segundo y último número de esa revista yo ya tenía pronta mi siguiente entrega. Recuerdo que entonces una maestra me dijo que el mío no iba a salir, que iba a salir el cuento de otro niño. Me puse furioso y rompí mi cuento. Fue un berretín, pero a mí me parece que yo ya tenía esa idea fija, la de escribir, la de saber que mis textos no estaban completos hasta que no llegaban a alguien. A diferencia de la mayoría de los niños y los adolescentes, yo no tenía ninguna vergüenza de que se leyeran las cosas que escribía. Pero a lo que quiero llegar es que recuerdo estar sentado y tener el sentimiento claro y contundente de que siempre iba a estar escribiendo, de que eso no se acababa más. Así que por eso digo que no hubo un momento preciso en el que decidí escribir. Simplemente las cosas iban de ese modo. A todo esto hay que sumarle lo que yo experimenté en todo momento que escribía: placer. Un placer que no se deterioraba cuando una profesora de Idioma Español en segundo del liceo me tiró casi en la cara, y sin leer ni un renglón, un cuento de casi treinta páginas y con dos partes, la primera ambientada en Tanzania y la segunda en Rusia. El argumento de la docente fue que ella había pedido de tarea domiciliaria un cuento, no eso. Bueno, "eso" era lo que yo había pasado escribiendo dos noches seguidas en un estado febril y emocionado. Tenía trece años. Mi madre sacó plata de un monedero y me compró unas hojas de esas de escrito. La frustración que sentí luego de esa clase no pudo deteriorar lo que yo sentía. Yo sentía un impulso, algo parecido al síntoma de una enfermedad. Además, yo pasé una infancia y una adolescencia con muchas privaciones. No tenía casi juguetes, no tenía muchas cosas que muchos otros tenían. Pero cuando me encerraba en mi cuarto y escribía yo sentía que no podía ser más feliz, porque aquello era el mejor juego posible.


Muchas veces, en tu blog, repetís el concepto de diversión asociado a la labor artística (la literatura, la música). ¿El arte es sólo lo que divierte?

Por supuesto que no. En mi blog, cuando menciono esa idea, hablo de mi propia experiencia, como dije hace un momento. A mí escribir me genera placer, diversión. Hay veces en las que paro de escribir y me río de alguna cosa que se me ocurre, me levanto de la silla, doy unas vueltas por la casa y me vuelvo a sentar. Pensar en un problema y en la solución para ese problema puede llevar horas, pero cuando escribo el camino se allana y no puedo evitar ponerme feliz o satisfecho, porque, como dije, me encanta escribir, aunque a veces escriba sobre cosas tristes. Claro está que no quiero dejar de lado que la escritura también tiene que ver con otros procesos, distintos a la diversión. ¿Cómo desconocer y no entender el dolor? Todos, en algún momento de la vida, tenemos nuestra "temporada en el infierno", en mayor o menor medida. A todos nos alcanza el dolor del mundo. Como los judíos, escribiendo a pesar de y por la Shoah, o como James Ellroy, escribiendo de forma insufrible sobre una actriz que fue violada y descuartizada, tal como le pasó a su propia madre.


Hablemos concretamente de tus trabajos más recientes. Entre ellos se cuenta la novela Los trabajos del amor, que aparece por entregas en tu blog. ¿Cómo surge la idea de una novela de esas características?

En principio, la historia surgió en una noche en que iba en bicicleta con mi hermano hasta el barrio Kennedy (el lugar donde me crié). Era una noche de invierno, y atravesábamos unos bosques cerrados y oscuros. Para reírnos un poco nos pusimos a contar anécdotas graciosas sobre malandros, cosas que escuchábamos en el barrio. Entonces salió la primera idea para Los trabajos del amor. La idea de dos tipos que tienen el encargo de transportar un cadáver. Eso fue en julio de 2006 y yo estaba viviendo del lado de Maldonado. Así que cuando regresé a mi casa estuve hasta bien entrada la madrugada haciendo notas para trabajar la historia. Al comienzo pensé que era un cuento. Yo había publicado en los dos meses previos en La Letra Breve "El clavo en la cruz", un relato que había aparecido en dos entregas. Esa forma de hacer llegar un texto al público me había interesado. Sobre todo la expectativa que se había generado en muchos lectores acerca de lo que iba a hacer el protagonista, porque al final de la primera entrega yo lo había dejado en una encrucijada. Por lo tanto, eso me había entusiasmado de tal forma que me imaginé que Los trabajos del amor podía ser otra oportunidad de vivir una experiencia similar. Le escribí a Leonardo Cabrera, el editor de la revista, diciéndole que tenía otro cuento para publicar en un par de entregas, y la idea le gustó. Pero ocurrió que una tarde, unos días antes de enviar la primera de las entregas, salí a caminar por la playa con Valentín Trujillo (N. de R.: Valentín Trujillo es otro escritor fernandino, autor del libro Jaula de costillas y ganador del XIV Premio Nacional de Narrativa, Narradores de la Banda Oriental) y le conté el argumento total de Los trabajos del amor. Me dijo algo que quizás yo no había querido aceptar. Que eso no era un cuento, era una novela. Y tenía razón. Cuando envié la segunda entrega ya era obvio que había muchas cosas por cerrar en la historia, y que una tercera parte iba a ser insuficiente. Entonces le dije a Leonardo que eso era una novela. Casi se tomó el primer ómnibus que salía a Maldonado para estrangularme. Fue muy cómico. Aunque lo cierto es que la idea le encantó y le deparó también ciertos desafíos como editor, desafíos que tomó de buena gana. Si uno se fija en las tapas de esos números, se puede dar cuenta de que Los trabajos... pasa de ser anunciado como cuento a ser anunciado como novela. Entonces empezaron a pasarme cosas muy emotivas. Pero la principal fue estar disfrutando de ese modo de escritura que se extendió sobre todo en el siglo XIX, y me refiero básicamente a una relación entre el autor y el lector que termina influyendo decisivamente en la misma construcción del relato. Dickens, Tolstoi y Dumas, que son escritores que me apasionan, publicaron novelas por entregas e hicieron patente un vínculo con el público que llega a ser muy especial, ya que el autor está prácticamente mostrando la obra en el tiempo real de escritura. Eso tiene tantos encantos como riesgos. El mayor de los encantos está vinculado con lo que los lectores suponen que va a suceder, porque a quien escribe, esas opiniones le permiten conocer lo que sería el ingenio o la sabiduría popular para el relato, que es la manera que tenemos de articular la realidad.










Segunda parte de la entrevista a Damián González Bertolino


Dice el entrevistado:
...Los trabajos del amor surgió, por lo tanto, mediante la puesta en práctica de un procedimiento específico derivado del hecho de que es publicada por entregas. Ese procedimiento consiste en tener en cuenta las reacciones de los lectores, de tal modo que el curso de la narración pueda estar supeditado a las mismas. Y eso ha sido así, efectivamente. Algunas apariciones o reacciones de los personajes las he tomado o creado a partir de cosas que me plantearon algunos lectores. Hace poco tiempo Leonardo de León, que también fue colaborador de La Letra Breve, me escribió en un mail que para él el Toto va a matar a Morales. Quizás decir esto sea una infidencia. Leonardo me lo dice al término del décimo capítulo, y la verdad es que no sé qué pensar de esa especulación. La tengo en cuenta, la guardo, la estudio, pero el caso es que siempre va a estar regida por algunos aspectos que de todos modos son inamovibles, y que tienen que ver con el final de la historia.

Los personajes, particularmente el Toto y Morales, son básicamente impredecibles, y el fluir de los hechos que tienen lugar en la novela es avasallante. Supongo que uno de los riesgos a la hora de escribirla tienen que ver con la incongruencia. ¿Cuál es el proceso de escritura de cada capítulo?

A las consideraciones de los lectores que tenga en cuenta o no, tengo que sumar en el proceso de armado de cada capítulo un par de cosas. Antes que nada una estricta coherencia con ciertas tensiones o cosas pendientes que se generaron en los capítulos anteriores. Porque cada capítulo nuevo tiene que ser solidario con los previos. Otra cosa que nunca quiero descuidar es, como decís, el carácter sorpresivo de los hechos, eso de que el lector no pueda asegurar con contundencia qué va a pasar, por más que muchos ya saben cuál es el final que les espera al Toto y a Morales. Pero lo que yo me propongo es que en cada nuevo capítulo pase algo nuevo, algo que no esté dentro del horizonte de expectativa generado por el capítulo precedente y que, al mismo tiempo, sea coherente con todo el conjunto. Es difícil, sí. Muchas veces he estado al borde de la incongruencia, si no es que en algún pasaje caí en ella. En cuanto a algo específico como lo imprevisible de las acciones del Toto y Morales, debo reconocer que son personajes que suelen ser contradictorios o, mejor dicho, poco consecuentes. Y eso es algo que he hecho a conciencia. Lo de las conductas de los personajes en el género novelístico ya pasa a ser todo un tema. Hace unos días leía una entrevista a Julian Barnes en La Nación. Barnes decía que, a la luz de los nuevos descubrimientos en neuro-psicología que están haciendo tambalear lo que pensábamos acerca la conducta humana, la novela por venir iba a tener que ponerse a la altura de esas revelaciones al momento de presentar sus personajes, porque cabe la pregunta de si un individuo puede ser reducido a un patrón uniforme.
Otra cosa que no dejo de tener en cuenta cuando escribo un capítulo es el final del mismo, para que funcione como puente al siguiente, manteniendo la tensión en la lectura. Lo que pasa es que para algunos eso es insoportable. Tengo amigos que se han disculpado diciéndome que no piensan leer un solo capítulo hasta que la novela tenga el punto final, porque sencillamente no aguantan la duda o la espera. Mientras tanto almacenan cada capítulo puntillosamente, aguardando la publicación del último. Eso es gracioso, ¿no?...

A través del humor presente en la novela, de determinados giros inesperados, incluso del lenguaje, es posible encontrar un cierto aire de picaresca española. Pienso, por ejemplo, en Rinconete y Cortadillo. ¿Qué influencias reconocés a la hora de analizar tu trabajo?

Lo de la picaresca puede ser. De hecho, mencionás una de las Novelas Ejemplares de Cervantes que a mí más me gusta, junto con El coloquio de los perros. En algún instante, de hecho, escribiendo Los trabajos... me acordé de algunas cosas de Rinconete y Cortadillo, pero la leí hace muchos años y no la recuerdo toda. Si entendemos por picaresca un género en el que prevalece la noción de abrirse paso en el mundo orillando o directamente franqueando los límites de la ley y la moral, ya sea para ganarse el pan como para asegurarse una cierta comodidad de vida, agregando lo jocoso, entonces Los trabajos... puede tener que ver, aunque más no sea ligeramente, con eso. Siguiendo con las influencias, un amigo me apuntó que algo le hacía acordarse a Jules y Vincent, dos de los personajes principales de la película Pulp-fiction, de Tarantino. Y puede ser, porque es una de mis películas favoritas. Hubo un tiempo en que tenía una copia en DVD, y hasta la colocaba cuando me iba a la cocina a lavar los platos, sintiendo los diálogos solamente. Así que como quien no quiere la cosa creo que tuve que haberla visto más de treinta veces. Otra cosa, los diálogos me parecen el principal prodigio de esa película. Porque, ¿a quién le importan las banalidades que Jules y Vincent comentan acerca de la droga en Holanda o acerca de los masajes de pies? Pero cómo quedamos enganchados de esas palabras, como si fueran las buenas nuevas. Lograr eso es dificilísimo, y Tarantino lo hizo. Siguiendo con el cine, creo que habría otro ejemplo de supuesta influencia o afinidad. Es la película Bajo el peso de la ley, de Jim Jarmusch. Hace un par de semanas volví a verla y al otro día ya estaba con el frenesí de querer seguir escribiendo. Lo que pasa es que siempre me pareció afín con la atmósfera de Los trabajos... la visión que se muestra de la noche y de los problemas con la ley en esa película. Sin embargo, por sobre todas estas supuestas influencias, creo que hay que rastrear la principal en la vida misma, en las cosas que viví o que he sentido que otros han vivido. No es que haya hecho una copia fotográfica, pero cuando pienso en Los trabajos del amor pienso que sus hechos formen parte de una realidad que he frecuentado de algún u otro modo. No hay mucho misterio en decir que viví veinticuatro de mis veintisiete años en un asentamiento, el "famoso" barrio Kennedy, de Punta del Este. Es obvio que escribo sobre cosas que he conocido, que podría haber conocido o que voy a conocer. Voy a contar una anécdota... Hace un tiempo alguien me dijo que era una exageración o un error de apreciación el hecho de que a un personaje le llamaran "Cara con semen". Sobre todo porque quienes lo llamaban así eran el Toto y Morales, personajes que, por su procedencia social, utilizarían la palabra "leche" antes que la palabra "semen". Bueno, queridos amigos, tengo algo para contarles: "Cara con semen" existió. Cuando yo era niño había un hombre al que le decían así, vaya uno a saber por qué, y los que lo llamaban de esa manera no eran egresados de la carrera de filología, sino los caddies del club de golf que queda al lado de mi casa. Lo que sucede es que hay que tener mucho cuidado, porque si uno subestima la realidad se le cruzan todos los cables. Yo conocí delincuentes, malandros o como se los quiera llamar que sabían poemas de Benedetti de memoria. Me acuerdo de uno que era fanático de El conde de Montecristo, de Dumas, y otro que solamente leía la novela Papillón, una y otra vez, la terminaba y al otro día la comenzaba una vez más.

Hoy por hoy el Toto y Morales están metidos en un problema bastante serio. Cualquier error les puede costar caro. ¿Qué podemos esperar para el final?

¿Puedo prometer algo?... No sé... Cuando esta entrevista se publique es probable que me vaya a arrepentir de esto que voy a decir... Así que acá va... Dejen toda esperanza...

¿Qué reflexión te merece la literatura uruguaya actual?

¿Qué querés decir con "literatura uruguaya actual"? Yo por eso entiendo "literatura montevideana". Y mi reflexión es que me parece bastante triste. Aunque en realidad me parece que en mi caso tengo que sustituir la palabra "literatura" por "narrativa", que es lo que más sigo. Generalmente no suelo estar al tanto de qué se está publicando en poesía en este país como sí lo estoy de la narrativa, al menos por esta época. En cuanto a la dramaturgia, lamentablemente, menos que menos. Así que hablemos de narrativa para volver a decir que me parece "bastante triste". Hay narradores que me gustan, que respeto y que sigo, como Lissardi, Fornaro, Carlos Mª Domínguez o Henry Trujillo, quizás Juan Carlos Mondragón. Pero en general siento que hay cierta falta de fuerza en la narrativa y una cierta repetición en los enfoques o los procedimientos. No puedo dejar de ver nuestra narrativa como algo monocorde. Además, a todo esto hay que sumar el factor crítica. Uno lee los suplementos culturales montevideanos y en seguida nota entre líneas las rencillas provincianas de aquel lado, los favores, los compromisos adquiridos. Eso da como resultado un ambiente en el que la discusión se hace difícil. En estas últimas dos semanas las notas de Ignacio Bajter y de Roberto Echavarren aparecidas en Brecha, a partir de una novela de Ercole Lissardi, dan la pauta de toda la tierra que estaba escondida debajo de la alfombra. Entonces esa discusión me pareció valiosa. Hay que recordar también el tema de los "levreristas", los seguidores de Levrero que llevan a cabo una especie de apostolado publicando libros que son una falsa sombra de la obra del maestro. La muerte de Levrero, entendida como la clausura del crecimiento de su obra, trajo consigo un rompecabezas que las nuevas generaciones tienen que armar, porque cierto tipo de relato se agotó con el autor de La novela luminosa. Y me estaba olvidando de la narrativa que revisa el último proceso dictatorial, que es poco generosa con el lector, ya que se deshace en otros cometidos que dejan lo literario por el camino. La novela sobre la dictadura que a mí me parece una obra maestra, y que debe ser insuperable en cuanto al abordaje de ese tema en nuestras letras, es Las ventanas del silencio, de Amílcar Leis Márquez. Pero estamos hablando de un libro que debe ser de 1983, creo. Por eso digo que la actual narrativa uruguaya, con las excepciones que hice, me parece aburrida, poco original. Me parece que esa abstracción llamada "literatura uruguaya actual" en algún momento va a tener que reventar, es preciso que así sea. O saltar por los aires, a ver qué baja...

Cinco libros que te gustaría recomendar a los lectores de T. de U. ...

Bueno, van cinco libros que se me ocurren ahora, sin ningún propósito canónico ni nada de eso. Son obras que se me vienen a la cabeza en este instante, como mañana pueden venírseme cinco distintas... De todos modos, son libros que yo aprecio considerablemente. La balada del café triste, de Carson Mc Cullers; La costurera y el viento, de César Aira; Confesiones, de San Agustín; Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, y Naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca.

jueves, 2 de octubre de 2008

Con el escritor LEONARDO CABRERA (entrevista)



¡Finalmente ocurrió lo que tenía que ocurrir! A fines de setiembre de 2008 ha salido de la imprenta el primer libro de Leonardo Cabrera, MECANISMOS SENSIBLES (Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo. 128 págs.).

Allá por febrero Talón de Ulises le había hecho una entrevista al autor de estos nueve cuentos. Consideramos pertinente ponerla a disposición de los lectores una vez más. Ni el entrevistado ni el entrevistador sabían entonces que se venía el libro, pero era algo que se intuía. Estricta justicia literaria, si me permiten.



LA ENTREVISTA


“Lo importante es buscar la voz propia, la voz más honesta para decir lo que queremos contar.”


Leonardo Cabrera nació en San José hace veintiocho años. Fue ideólogo, editor y articulista de La Letra Breve, revista que recorrió las calles del interior del país desde el 2004 hasta el 2006. Cuentos suyos han aparecido en publicaciones de Uruguay y España, donde ha participado con éxito en diversos concursos literarios.




-¿En qué momento decidiste dedicarte a escribir?

-Dedicarme a escribir. No estoy seguro. Eso fue algo que se dio en un límite bastante difuso, así que no recuerdo el momento exacto. Ni siquiera recuerdo el año. Y como no me acuerdo, me he inventado una historia, una ficción, que debe aproximarse a la verdad (pero que no es toda la verdad, claro). Esta es esa historia: fui hijo único durante diez años. Eso es bastante tiempo para que un niño aprenda lo que es andar solo por una casa, aún cuando dos primos viven al lado. Así que todos los juegos que yo recuerdo de niño dentro de mi casa eran juegos solitarios que requerían necesariamente de la imaginación, de crear al otro, de inventarse compañeros de juego a los que había que asombrar. Había mucho de teatro en mis juegos a la hora de la siesta. También me gustaba dibujar, mucho. Hasta hoy, mi madre sigue recriminándome que haya dejado de hacerlo. Ella cree que yo tenía talento para eso. No estoy seguro. Bueno, el dibujo también es una actividad solitaria. No sé cómo, pero en casa había alguna revista de historietas (dos, una de Shazam y otra de Superman, chiquitas, de Editorial Novaro, mexicana). Yo no sabía leer, así que miraba los dibujos y trataba de deducir, por las expresiones, lo que pasaba allí. Era un misterio considerable para mí, me maravillaba el hecho de que las letras pudiesen darle sentido a la historia. Yo vislumbraba la magia del lenguaje. Empezar la escuela me iba a dar la posibilidad de desentrañar ese misterio, tenía muchas ganas de saber leer. Me acuerdo de la fuerza de esas ganas. Como ves, todo está mezclado allí, cierta soledad, el dibujo, la lectura, la pasión por las historias… luego, como suele pasar, crecí. No dejé de leer historietas. Cada peso que caía en mis manos (casi siempre proveniente de mis abuelos) se destinaba a canjear o comprar nuevos ejemplares. Era difícil seguir una colección, más que nada porque las historietas que llegaban a Uruguay eran españolas (de las editoriales Zinco o Forum), y eran material sobrante de la madre patria, o sea, requecho. Pero a mí me atormentaba quedarme con baches en la colección. El caso es que fui creciendo, acompañado por mi manía de coleccionista, y en algún punto debo haber comenzado a entender que mucho más que los dibujos, lo que me atrapaba de aquello era la historia, las palabras. De niño había leído bastante, sobre todo libros que me prestaban en la biblioteca (un armario), de mi escuela (la Nº55). Pero del que más me acuerdo es de un libro que estaba y que todavía ha de estar en la casa de mis padres: Azabache, de Ana Sewell, la conmovedora historia de un caballo negro con una mancha blanca en la frente. Lo menciono para ser justo con uno de mis pocos recuerdos verdaderos. Pero vuelvo a la pregunta. A ese muchacho apasionado por el dibujo y los comics le llegó la hora de la literatura en el liceo. Estuvo bien. Tuve suerte. Una buena profesora y un programa interesante. Un verano saqué dos tomos de las Obras Completas de Borges de la biblioteca del Museo (donde mi hermana estudiaba teatro), y los leí enteros. Y me gustó. Para marzo, yo ya quería ser Borges. Creo que llegué a decirlo en vos alta: “Yo quisiera haber sido Borges”. Así que me puse a imitarle todo, estilo, estructura, lenguaje… todo. Hace poco leí un cuento de esa época y me dio una vergüenza tan grande que casi lo borro de la computadora. Pero no lo borré. Por algún lado hay que empezar, yo empecé por Borges (y después vino Cortázar), no está mal. Lo importante, como me dijo un buen profesor de literatura, es no quedarse con eso, es buscar la voz propia, la voz más honesta para decir lo que queremos contar. Así que creo que la respuesta a tu pregunta, Pedro, es la siguiente: hace muy poco tiempo que decidí dedicarme a escribir, muy poco, cuando empecé a ver que lo que escribía me sonaba a cosa mía, a algo que, más allá de las influencias evidentes, me pertenecía como cosa nacida de mí mismo.

-Has participado en diversos concursos literarios, obteniendo varios reconocimientos, menciones, etc. ¿Cómo influye ese tipo de cosas en alguien que ha decidido expresarse de esta forma?

-Es un estímulo. Nunca hay que despreciar la alegría, y evidentemente, si mando un cuento a un concurso y a los meses me dicen que lo eligieron entre cuatrocientos, claro que me pongo muy contento. No obstante, antes pensaba que esas cosas tenían más importancia de la que hoy creo que tienen. Están muy bien los concursos, hay pocas otras vías para que los escritores nuevos se den a conocer, pero hay que entender que la literatura (y el arte, en general), no es una cuestión de tabla de posiciones, así que nos convendría no olvidarnos, ni cuando ganamos ni cuando perdemos un concurso, de que todo certamen de este tipo es inherentemente injusto.

-Es significativo que, en tu caso particular, la oportunidad de publicar tus cuentos te haya venido, sobre todo, desde el exterior. Hay relatos tuyos publicados en libros de España, por ejemplo. Aunque también te han leído en ámbitos más cercanos a través de revistas. ¿Qué te comentan tus lectores acerca de tu trabajo? Te lo pregunto por aquello de que nadie es profeta en su tierra...

-Uruguay es muy chiquito. Mientras uno más crece, se va volviendo más y más chiquito, como una casa que tiene el cielorraso demasiado bajo, y uno se siente como aplastado, como si tuviera que andar todo el tiempo encorvado, haciéndose más pequeño de lo que es. Publicar acá es una cosa bastante complicada. Por otra parte, para ser profeta, ya sea en tierra ajena o propia, primero hay que tener una obra. Todavía no es mi caso. Una docena de cuentos no es una obra. Ahora, bien, acerca de las opiniones que me han llegado de lo que escribo, son de lo más variadas. Mis lectores de prueba (porque tengo lectores de prueba, qué te creés), o sea, dos o tres amigos y mi hermana, suelen ser muy receptivos a mis historias, ya conocen mi estilo y han aprendido a disfrutarlo, pero sospecho que para el que me lee por primera vez entrar en mi forma de contar mis historias puede ser una tarea un poco ardua. Cuando haya publicado un libro y tenga contacto más fluido con mis lectores maragatos, te cuento si el profeta tuvo éxito en su tierra o fue exiliado sin miramientos.

-Los personajes de tus cuentos a menudo tienen una vida interior muy reflexiva. Piensan todo el tiempo en lo que les ha sucedido y cómo resolverán la situación planteada. ¿Cómo es el proceso de armado de estos personajes? ¿Siguen un patrón, o es algo más azaroso?

-Mis personajes protagonistas, que muchas veces son los narradores de mis cuentos, suelen pensar mucho, es verdad. Monologan, van y vienen, están todo el rato como en la tarea de desarmar una madeja enredada. Esos son los personajes y narradores que me interesan, sencillamente, implicados en la historia, haciendo el esfuerzo por desentrañar la trama por su lado, por comprender y comprenderse. Hasta ahora, eso surgía de forma espontánea y natural. Dije “hasta ahora”, porque de un tiempo a esta parte he comenzado a preocuparme más por entender yo mismo el patrón de conducta de mis personajes. Eso puede quitarle algo de azar al proceso, aunque sentarse delante del teclado siempre depara sorpresas, por suerte, de otro modo esto de escribir sería aburrido, y no la maravilla que es.


-Es visible, a lo largo de estos años de escritura, que tus relatos han cambiado sustancialmente. Los primeros, por ejemplo, jugaban más con la idea de determinadas sustituciones, o incluso estaban más relacionados a determinados giros de lo fantástico. Últimamente las situaciones y los personajes son más realistas. ¿Sos consciente de esta evolución, o se ha dado naturalmente?

-Se ha dado con naturalidad, con una naturalidad no del todo ajena a mi conciencia. Esto tiene que ver con lo que dije antes, de buscar la propia voz. Si te fijás, eso de las sustituciones y los giros fantásticos tiene mucho que ver con mis primeras influencias. Son cuentos escritos bajo el influjo de mis primeras pasiones como lector. Esto no quiere decir que lo fantástico ya no me seduzca. El problema con lo fantástico es que con frecuencia puede volverse un mecanismo tramposo en el que la historia se vuelve una excusa para hacer funcionar un artilugio final. He escrito así. He escrito muchos cuentos persiguiendo ese fin. Era parte de un aprendizaje, sospecho. A medida que los personajes comenzaron a importarme más, cuando dejé de verlos como monigotes que ponía allí para que la maquinaria funcionase, necesariamente fui volviéndome más “realista”, más preocupado por retratar personajes verosímiles, si se quiere. De todos modos, creo que en mis historias siempre hay un elemento fantástico latente, aunque a veces pueda sublimarse por el lado psicológico o de un modo no explícito.

-Hace unos días tuvimos una conversación en la cual me planteaste determinadas apreciaciones relativas al jazz, a la experticia de los músicos y las posibilidades de improvisación. Y esa improvisación, me parece, debe estar asociada a la inspiración del momento. Trasladando esto a lo literario, ¿cuánto hay de habilidad técnica en tu escritura y cuánto de inspiración?

-Comencé a escuchar jazz gracias a un amigo, hace relativamente poco tiempo, pero la verdad es que me tiene asombrado. Y sí, por lo que sé, es probable que haya una relación entre la improvisación a partir de un estándar y la inspiración de un escritor, porque ambas, se me ocurre, tienen mucho que ver con el poder de imaginar. Yo concibo la inspiración como un determinado estado del creador en el que es capaz de ver realmente la historia que va a contar, como si la historia ya estuviese allí y él se limitase a descubrirla. Hay días más inspirados para avanzar por ese camino, y hay días menos inspirados (los más, en mi caso). Respecto a cuánto hay de inspiración y cuánto hay de técnica en mi escritura, yo quisiera que hubiese mucho más inspiración, imaginación y sorpresa, de la que realmente hay. La técnica puede trabajarse, y esa es la obligación principal del escritor, tener bien surtida su caja de herramientas (Stephen King dixit), porque con esas herramientas (y un poco de suerte) vamos a poder transformar la gema en bruto de la inspiración en una obra de arte. ¿Qué más puede pedirse?

-Otro aspecto de tu narrativa que ha cambiado es el de la extensión de tus trabajos, cada vez más largos y, si se quiere, con personajes mejor logrados, más complejos y más ricos desde lo psicológico. ¿Estamos acercándonos a una novela de Leonardo Cabrera?

-No estaría nada mal. Me gustaría mucho poder escribir una novela. Esto tiene que ver con mi propia madurez, personal y como escritor, y no con otra cosa. A medida que uno comienza a preocuparse por asuntos más hondos y complejos, el recipiente de un cuento puede ir quedándose corto y hay que comenzar a pensar en una historia de largo aliento, una historia que, aunque sólo sea por su mayor extensión, nos permita tocar un espectro más amplio de asuntos. Para referirnos a algo de lo que vos y yo hemos hablado hace pocos días, hagamos pública nuestra admiración para con Dostoievski y su Crimen y Castigo. Ahora, ¿te imaginás que el ruso se hubiese propuesto resumir el asunto de su novela para transformarla en un cuento? Imposible. La historia de Raskólnikov necesita esa extensión, no hay otra forma de desarrollarla sin traicionarla. Forzar los límites naturales de una historia es una de las formas más eficaces para estropearla. Una novela condensada hasta ser un cuento o un cuento estirado para ser una novela. No debe haber cosa peor. En ese sentido, me preocupa que mis cuentos tengan la extensión que tienen que tener. Y cuando sienta la necesidad de utilizar la forma de la novela, lo voy a hacer con esfuerzo y disfrute, como creo que debe hacerse.

-En otro orden, ¿cómo ves el aspecto cultural en nuestro departamento? ¿Y en Uruguay?

-Lo veo con preocupación y desaliento. En nuestro departamento, a mis ojos, lo cultural es tratado como una cuestión aledaña, accesoria y de segunda o tercera importancia. Hay, no obstante, esfuerzos loables que sería injusto no mencionar. Creo que el Museo lleva adelante una actividad vigorosa a lo largo del año; del mismo modo que lo que ha hecho la Asociación de Artistas Plásticos en su local de Espacio Arte me parece digno de elogio. La Feria del Libro es un emprendimiento interesante, llevado a cabo por una pequeña oficina en la que un equipo reducido de personas trabaja mucho y hace todo lo que está a su alcance para que la Feria salga lo mejor posible. Allí hace falta más gente, más recursos, y una planificación que se extienda a lo largo de todo el año, y no durante los escasos dos o tres días de la Feria. La promoción del libro y la lectura debe ser una preocupación continua y constante, no simbólica.
Y si pasamos a hablar de Uruguay, creo que el problema básico es que debería limitarme a hablar de Montevideo. La centralización del país no deja que se escape nada. Lo que yo percibo allí es chatura, conformismo y falta de oportunidades. Las cosas están bien como están, somos todos tan talentosos, tan inteligentes, están todos los lugares tan bien ocupados, que para qué nos vamos a andar moviendo mucho… y yendo al ámbito específico de la literatura (y de la narrativa, en particular), adhiero a lo que dijo Damián González en una entrevista que publicó el Talón... hace algunas semanas, acerca de la falta de crítica literaria. Es cierto. Parece que el ambiente, al ser tan chiquito, se ha vuelto condescendiente. La crítica es necesaria porque aguijonea, porque moviliza a la discusión y porque cuando es inteligente, honesta y verdadera (hablo de una crítica dirigida por el deseo de hacer mejor al que es criticado), es una herramienta esencial para el creador.

-¿Cuál es tu evaluación de una publicación como La Letra Breve?

-Me encantaba hacer la revista. Desde el comienzo, pensé que era necesaria. A través de ella, muchos lectores leyeron muchos cuentos de autores a los que, de no ser por La letra…, probablemente no habrían leído jamás. En ese sentido, creo que cumplió con la misión que al hacerla le encomendamos. Cada mes, cada nueva edición era lo mejor que podía ser. Sólo tuvo dos limitantes, el talento y capacidad de sus responsables, y el dinero. El eterno obstáculo, que va de la mano con la cuestión de la chatura de la que hablaba en la respuesta anterior. Pagábamos la imprenta y nos quedaban en la mano unas chirolas. Al menos nunca salimos perdiendo.
Por último, tengo que agregar que, a nivel personal, gracias a la revista conocí y entablé amistad con personas a las que, felizmente, puedo contar hoy entre mis amigos. Sólo por eso vale la pena cada noche de desvelo pensando en el contenido de la edición siguiente.

-¿Qué libros querés recomendarle a los lectores de T. de U.?

-He estado leyendo a Paul Auster, últimamente, y la novela que más me ha impresionado de este autor norteamericano es El palacio de la luna. Un autor que leo desde hace largo tiempo es Joseph Conrad, y si tengo que elegir una historia suya me quedo con La línea de sombra. Ya que en esta charla mencioné al casi fusilado Fiodor Dostoievski, sería bueno recomendar su Crimen y Castigo. Como verás, estoy recomendando al azar. Dos más y termino: Las armas secretas, de Julio Cortázar y Crónicas marcianas, de Ray Bradbury.