martes, 30 de diciembre de 2008

¡¡¡NOS RECIBIMOS!!!



Allá por mediados de 2004 empecé a dar exámenes libres en el IPA. Había dado clases de inglés durante algunos años, tres o cuatro, y la verdad es que quería hacer otra cosa. Fui, con miedo, con un poco de recelo, juntando los programas y preparándolos. Ayer, 29 de diciembre de 2008, di mi último examen: Estética Literaria.


Pero para que yo haya podido dar ese examen y terminar esta carrera, varias personas tuvieron que intervenir. A ellas va dedicado este post, una suerte de humilde homenaje a todos los que, de una forma u otra, me tendieron una mano y me ayudaron a seguir.


A las profesoras Carolina Sacco y Cristina Callorda, que aceptaron que entrara a sus clases con espíritu analítico.


Al profesor Enrique Palombo, que me aconsejó durante tres años en Didáctica.


Al profesor Gustavo Martínez, fundamental a la hora de estos últimos exámenes, alguien que, sin conocerme, accedió a analizar para mí, sólo para mí, un poema de Mallarmé.


A la profesora Rosario Molina, cuyos materiales fui heredando de a poco.


A la profesora Andrea Peppe, que me obsequió la llave para mi último examen.


A la profesora Patricia Isbarbo, una mente dedicada a desentrañar la gramática para ayudar a estudiantes confundidos.


A las profesoras Alicia Gil y Carmen Lepre.


A los profesores del IFD de San José. A sus funcionarios (particularmente Francisco y Mauricio, que me bancaron mucho en biblioteca).


A la gente de mi trabajo en la A.C.J. de San José, Ana G., Marta, Lucía.


A mi amigo Pablo Almeida, que para un cumpleaños me regaló mi Parker de la suerte.


A mi compañero Fernando Esteche, que ya está llegando.


A Emmanuel, que ve las cosas desde arriba.


A mi amigo Leonardo Cabrera, sparring charlístico de temas poco frecuentes (como la literatura).


A mis amigos Leonardo De León y Damián González Bertolino, siempre atentos, siempre cerca.

A la red de blogs que anda en la vuelta y funciona como disparador de todo tipo de reflexiones (especialmente a F. de P.: ahora sí, sale una entrevista...).

A la Chicha, que me prendió velas durante más de treinta exámenes y que me ha querido como a un hijo durante más de treinta años.


A mis abuelos muertos, aunque vivos. Al Gordo Acosta. Al Pocho.


A mis padres: abuelos de mi hijo, que descubrieron con él que no había límites para el amor.


A mi hermano, que va por el camino de la historia.


Y finalmente, a esos dos de la foto: Alejandra y Santiago.


Alejandra..., hace tres años, cuando había salido la cooperativa y había que construir nuestra casa y yp tenía que elegir entre trabajar y estudiar, me dijiste que no dejara de estudiar, que no era necesario, que vos trabajabas por los dos, que vos me ponías en la mutualista, que yo hiciera las horas en la construcción y que estudiara. Hoy tenemos una casa, un hijo, y yo pude estudiar. No sé qué decirte, Alejandra. Gracias, gracias, gracias. Y aquella palabra que viaja de la Tierra a Marte en un cuento de Ray Bradbury que leímos juntos: AMOR.


Santiago: si por algo entré a ese examen fue porque existe algo con tu nombre. Santi: ahora sos todo de papá -o casi- porque a la hora de la teta...



Amigos: estoy muy feliz. Comparto con ustedes mi felicidad.


Este 2008 ha sido el mejor año de mi vida, si es que la felicidad puede medirse así. Les deseo a todos un 2009 como cada uno lo quiera.


pd: en la foto que ilustra este post estamos los tres que nos recibimos en el Campamento Artigas, a punto de andar en botes, quince días antes de mi último examen. Ya no tengo el pelo largo... me lo han tuzado...

sábado, 6 de diciembre de 2008

LETRAS URUGUAYAS

Les presentamos a una nueva estrella en la constelación de escritores uruguayos.
Saludos a todos.

jueves, 4 de diciembre de 2008

MONTURAS


Bueno..., cuestiones de tiempo me han impedido reciclar el blog con la asiduidad que es esperable. Acá voy dejando "Monturas", el último cuento que escribí como mero ejercicio de estilo gauchesco. Es de hace un par de semanas, por lo que todavía es querido por su autor. Lectores atentos sabrán encontrar esas cuestiones artificiosas de todo ejercicio, y sabrán también disculparlas.



I
La tarde se iba con el sol. Detrás del monte de eucaliptos pastaba una vaca mansa que se sacudía las moscas con la cola mientras dejaba que un hornero le trepara por el lomo y le comiera los bichos colorados. Cada tanto, por jorobar nomás, la vaca estiraba la cola más de lo debido y el pájaro debía pegar un saltito leve para esquivar el marronazo de pelos y abrojos que se le echaba encima. Pero era sólo un juego.
Desde lejos el hombre que venía a caballo vio que los perros empezaban a ladrarle. Revolvió algo, un bultito, entre los cojinillos del recado y, cuando se acercaron, se los arrojó. Los bichos quedaron mordisqueando unos pedazos de salchichón rancio y el hombre siguió la vuelta del monte sin parar mientes en la vaca y el hornero.
-Ya me viene saliendo caro este negocio- se dijo para sí-. Vamo´a tener que cortarlo. Estos perro´ comen mejor que mis peone´.
El rancho al que el hombre iba era una construcción cuadrada, de barro blanqueado con cal y techo de paja mal quinchado. En una de esas la vaca se le pegó al caballo como haciéndole yunta, hasta que el hombre sacudió el rebenque y se asustó la vaca y voló el hornero.
El hombre ató el caballo en unos transparentes que daban al costado de la casa. Le aflojó la cincha y se quedó esperando un rato mientras fumaba. Cuando terminó ya los perros habían devorado la pitanza y venían por más.
-No se ceben, carajo –rió el hombre.
Se detuvo en la enramada y relojeó el paisaje. Debían ser las seis y media. El sol estaba por irse del todo y el fresco del día comenzaba a tornarse en un frío seco, sin perdón.
El hombre se limpió el barro de las botas en el alambre del tejido que atajaba a las gallinas. Después fue hasta el brocal del pozo y agarró el jarro del agua. Bebió del balde recién sacado y llamó:
-Juana.
Desde adentro se abrió la parte de arriba de la puerta. Salió una mujer grande, de unos treinta años, acompañada de un niño de ocho o nueve. El hombre le clavó la vista al gurí como si fuera el mismo diablo. La mujer adivinó la incomodidad y enseguida explicó:
-El padre no quiso llevarlo esta vuelta.
El hombre caviló unos instantes.
-M´hijo, va a tener que dirme a buscar tabaco y grapa al boliche de los Campaña.
El niño lo miró con sorna.
-No tengo caballo- le dijo-. Se lo llevó el tata.
-Eso es lo de meno’, Tomasito. Yo le presto el mío. Está ahí, en lo’ transparente’.
Póngale la cincha y vaya nomá’. Y cómprese una cuestión d’esas pa´ tomar.
-Ya voy.
La madre, mientras tanto, había abierto la parte de abajo de la puerta y ahora metía unas astillas en la cocina.
-Vamo´a matear antes –dijo, y puso la pava en el agujero de la plancha de hierro. El hombre asintió, pero no bien oyó que el caballo salía al trote, agarró a la mujer por la cintura, le sacó el delantal, le levantó el ruedo de la pollera, hurgó en su entrepierna y terminó por tirarla arriba de la mesa.
Cuando se acordaron de la pava, ya no tenía agua.
II
Era una noche oscura, sin luna. Iba a caer la helada. El hombre sintió ladrar los perros y largó el pan y la taza de leche que le habían dado como si fuera el postre.
-Ahí viene el gurí –dijo.
-No me gusta esto cuando está el gurí- dijo Juana.
-¿Y a usté le parece que a mí me gusta? Se lo tendría que haber llevau. Le dije que lo juera llevando pa´que juera aprendiendo.
-Sí. Pero no quiso llevarlo. Lo dejó.
El trote del caballo se detuvo en los transparentes. Pero pasó un rato y nadie aparecía.
-Que demora el gurí con ese tabaco –dijo el hombre.
-Acá me tiene –dijo una voz desde la puerta. Pero no era la del gurí.
Juana, que se había puesto de espaldas a la puerta y revolvía en la bolsa de los marlos, sintió la voz de su esposo y con ella un frío intenso que le corría desde los pies hasta el cerquillo.
-Aníbal...- dijo-. ¿Qué hacés acá?
Aníbal la miró con el rostro inexpresivo, lánguido, como si no estuviera sintiendo nada de nada, como si fuera una piedra o un árbol.
-Es mi casa, ¿no?- dijo, y echó la mano al cinto.
El otro hombre, que tenía los ojos abiertos como dos ventanas en una noche de verano, se llevó la mano al facón.
-Tranquilicesé, López –dijo Aníbal-. Le traigo el tabaco.
López sonrió forzado.
-Aura..., la grapa la tengo ahí ajuera, en el racau... La va a tener que venir a buscar usté mismo.
-Vos querés peliar –dijo López.
Aníbal miró a la mujer, que se había apartado a un rincón y hacía como que acomodaba unas ollas tiznadas.
-Mirá, Juana, lo que dice don López. Dice que quiero peliar. ¿Y vos que decí´?
Juana lo miró pero enseguida bajó los ojos. López seguía sentado, pero había acomodado las piernas como para saltar rápido si el asunto lo ameritaba.
-No quiero peliar..., no. ¿Por qué? Si podemo´ entenderno´. Mire don López, yo le anduve en el caballo sin permiso. Se lo pedí al gurí cuando lo vi llegar al boliche. Es que la tropa se demoró, sabe, y güe..., paramo´ en el boliche y me lo veo llegar en su caballo... Lo agarré sin permiso.
Aníbal hizo una pausa, dijo que qué frío que estaba. Desarmó el paquete de tabaco Toro de López, armó, prendió y fumó.
-Y se ve que no soy el único que anda en caballo ajeno. Y mejor así..., no hay por qué ser celoso´e la montura... Digo yo... ¿Qué me dice, López?
López, más tranquilo, le pidió el paquete de tabaco, armó y prendió. Aprovechó para mandarse otro trago de leche.
-Digo que hay cosas p´arreglar. Entre usté y yo, Aníbal.
-Puf..., si habrá. Sí señor. Mire, vamo´a entenderno´, pa´que la cosa salga bien pa´ tuitos. Toy trabajando mucho, don López, y me paga poco. Si eso se arregla, la cosa cambia... Y hablando de cambio, ¡qué lindo animal ese tordillo! Trotea qu´es una bendición. No lo quise galopear porque estaba escuro..., pero me imagino lo que ha de ser.
-Si es eso –dijo López-, la cosa se arregla fácil.
-Cómo no... Entre hombres la cosa se arregla ansina. ¿No Juana? Una montura por otra.
La mujer se había quedado callada. Aprovechaba la conversación de los hombres para limpiar una olla de esmalte que se le había tiznado en la mañana, cuando había hecho dulce.