sábado, 4 de abril de 2009

ROMANCE DE LA COBIJA


Mi hermano ha venido a visitar a su ahijado y sobrino. Santiago está muy bien en sus brazos, se le recuesta a la barba y lo babea como si estuviera midiendo niveles de tolerancia. Y los niveles de tolerancia de mi hermano son bien amplios. Después, juntos, se van a ver a los Backyardigans mientras yo me tomo un par de pastillas. Hace dos horas ha venido la doctora a vernos a Alejandra y a mí. Tenemos esa cosa rara que es una gripe que no es gripe. Agua que corre por frente a los ojos y cae por las fosas. Agua, sólo agua. Las cataratas del Niágara o las de Iguazú, pero por la nariz.
Pero ese no es el punto.
El punto es que ahora estoy en la computadora y mi hermano viene. Le pregunto cómo le ha ido en las prácticas de historia, me cuenta que ha tenido el grupo a cargo por licencia médica de la profesora titular. Le ha ido bien. Me pregunta por mis clases. Le comento que llevé hoy, sábado, el “Romance del Enamorado y la Muerte” en la versión de Washington Carrasco y Cristina Fernández. Se empieza a reír. Me habla de un compañero suyo de liceo a quien yo conozco bien pues ha sido parte de la cooperativa. Me dice, riéndose, que cuando estaba en cuarto también trabajó ese romance y que este tal Andrés V. puso en un escrito que la enamorada le había arrojado una cobija al enamorado para que subiera, y que la cobija había fallado… Una cobija… No podemos hacer otra cosa que reír por un buen rato. Quedaría algo así:


-Vete bajo la ventana
Donde labraba y cosía
Te echaré cordón de seda
Para que subas arriba
Y si el cordón no alcanzare
Pues también una cobija.
La fina seda se rompe
Falla después la cobija.
-Vamos el enamorado
Que la hora ya es cumplida.


Una lástima. Eso pasa por comprar berretadas en Ta Ta.