jueves, 21 de mayo de 2009

VÍBORAS, AUTOS, MIRADAS Y ACCIDENTES

VÍBORA I

Estábamos con mi suegro trabajando. Me estaba ayudando a construir una explanada de ladrillo al costado de la vereda de nuestra casa en la cooperativa de viviendas que, como ustedes ya sabrán, queda en los confines de San José, en una zona apartada, casi rural. Un docente y un hombre que sabe mucho de leche metidos a albañiles…, había que vernos… De repente mi suegra grita desde la puerta principal, grita dos veces y vuelve a entrar. Enroscada al lado de la bicicleta de Alejandra había una víbora.Mi suegro, presto a demostrar su hombría de bien, tomó la escoba y se dirigió al lugar rodeando la casa. La mató en una serie inacabable de escobazos en la cabeza mientras yo observaba anonadado. La víbora estaba a medio metro de la puerta y a uno de la ventana de nuestro cuarto, donde dormimos con el Santi unas regias siestas todas las tardes menos los miércoles. La pregunta es cómo llegó hasta allí. ¿Vino del lado del campo? Eso no sería lógico pues estaba del otro lado de la casa. ¿Atravesó toda la cooperativa? Tampoco sería muy lógico que nadie la hubiera visto a través de la rústica y siempre poblada de niños plazoleta. No sé si conviene hacerse más preguntas...No era venenosa, creemos. Creemos que era una falsa crucera.Creemos. Y no nos hacemos más preguntas.

EL ACCIDENTE CON SUERTE

Febrero.Habíamos ido a la playa en el auto que tenemos, un Opel del 67 que de motor anda espectacular y no paga patente. Hicimos sesenta quilómetros. Después de un par de días allí (Brisas del Plata se llama el balneario, que es el más tranquiiiiloooo del muuuundoooo, puedo jurarlo) decidimos que iríamos a Colonia. Fuimos un sábado. Ciento ochenta quilómetros ida y vuelta desde la casa de la playa. Volvimos a los dos días a San José. Sesenta más.Paramos el auto.Al otro día voy al centro en él. Paso calle Herrera y, a la salida de una esquina, a dos quilómetros de mi casa, a quince quilómetros por hora, se rompe la rótula de la rueda delantera. Siento un breve espanto y a la vez un alivio. Dios o quien sea que hace estas cosas, estaba de nuestra parte, aun no estándolo.

MIRADAS

Hace un par de años hubo un encuentro tuning en San José. Alejandra, que es Lic. en diseño gráfico, le hizo carteles en vinilo para tunear autor a unos cuantos impertinentes. Muchos de ellos no le pagaron, por lo que perdimos algún dinero. El otro día vi a uno de ellos en una peluquería. Le sostuve la mirada dos segundos hasta que el tipo me reconoció e inmediatamente bajó los ojos. Se instaló una incomodidad de la que disfruté muchísimo. Disfruté en serio.
Disfruté.
Disfruté hasta que me acordé de algo. Resulta que éramos jóvenes. Tendríamos diecisiete años. Volvíamos de una noche de comida y bebida en la casa de uno de los de la barra. Pasamos por el bar Mahoma, en la esquina de la Plaza Treinta y Tres. No teníamos un mango pero igual pedimos una cerveza. Yo, yo mismo, le dije al mozo que al otro día de tardecita venía y se la pagaba. Como rematan los viejos: ¿ustedes fueron…?
Ya no pude disfrutar. Es más: creo que terminé perdonando al tipo, que por supuesto no tuvo cómo enterarse y siguió con la mirada baja, humillado.

VÍBORA II

En Brisas del Plata hay víboras venenosas. Yararás. Pican y enseguida hay que atenderse. Si no, hasta luego.
Como toda la vida he ido a veranear a esa playa, he tenido la suerte de toparme con alguna a la que he tenido que matar. Una vez estaba afeitándome en el baño. De repente miro hacia abajo y la tipa venía despacito, pronta para enroscarse. Había entrado por la puerta que yo había dejado sin cerrar para que se ventilara el baño. Había venido desde el terreno de más arriba, donde había pastos altos.
Otra vez, muchos años antes, habíamos ido a pasar unos días con una barra a una casa que nos habían prestado. Bajábamos a la playa cuando se nos cruzó en el camino otra yarará, una enorme, gruesa como un brazo pero mucho más larga. Se enroscó al costado del camino como diciendo el primero que pase la queda. De alguna manera me sentí responsable de los otros, que eran un poco más chicos y no conocían el lugar como yo. Como en la casa había una escopeta y cartuchos en la mesa de luz (es verdad, pero ¿a quién se le ocurre prestarle una casa a un grupo de jóvenes sin advertirles o al menos pedirles que no usen las armas? Por suerte éramos más o menos normales…), uno de mis amigos, Nacho Costa, fue a buscarlos mientras el resto y yo vigilábamos a la paciente criatura que se aguantó.
Llegó la escopeta. El caño estaba sucio. Mi abuelo, siendo niño, me había dicho que si el caño estaba sucio no se podía disparar porque podía estallar hacia atrás y volarte la cabeza. Miércoles… Tuve que agarrar un pedazo de papel higiénico y, con una vara, pasarle bastantes veces al caño.
Metí el cartucho.

Me acerqué a dos metros más o menos.
Apunté.
La víbora seguía enroscada, esperando la muerte.
Apreté el gatillo.
No salió el tiro.
Nacho me dijo: me parece que no la amartillaste.
Lo quedé mirando.
Tenés que hacerle ese cosito para atrás, me dijo.
Ah…
Al final salió el tiro. Por suerte no me machucó el hombro ni nada. Como eran perdigones, la víbora saltó partida como en cuatro pedazos. Me dio mucha, mucha lástima. Pero después me dijeron que no se podían dejar vivas. Que si pican a alguien en la noche, eso sí era la muerte, y más allí, a veinte quilómetros de cualquier cosa.
Algo más tranquilo me fui. Cuando regresábamos, en una camioneta que nos había ido a buscar, la camioneta de un padre, vimos otra en el medio del camino, a la que convenientemente atropellamos.
De esa última no me hago responsable.

lunes, 18 de mayo de 2009

LLORANDO DE A RATOS...


Estoy llorando de a ratos y me pregunto por qué. No debería preguntarme nada, pero lo hago.
Lloré cuando anoche leía por Internet los primeros coletazos de la muerte de Benedetti. Lloro ahora que están repitiendo algo que dicen que dijo Saramago. Después vendrán Serrat, Viglietti y Mutis.
La última vez que me sentí así fue cuando murió Seregni y empezaron a mostrarlo desde el balcón de su casa la noche del día en que lo liberaron. Es decir, hace cinco años que no me sentía de esta manera.
Debo prevenirlos acerca de que no es una mala manera. Mi ser romántico está de parabienes. Mi emotividad a flor de piel.
Igual hay algunas cosas que me generan mucha incomodidad. Por ejemplo, esa cuestión de amor-odio que genera Benedetti. Unos lo aman, la mayoría digamos. Otros lo odian. No… Otros lo ningunean, que a lo mejor es una forma del odio. Pero pocos llegan a plantear algo concreto en cuanto a juicio estético sobre su obra. Parece que Benedetti para unos era un iluminado y para otros era un escritor básicamente malo, siempre a la sombra de Onetti que, ese sí, ya se las tiene que ver con el mote de vaca sagrada, mal que le pese, por supuesto. Pero claro, Onetti es “oscuro”, Onetti es “difícil”, exige de los críticos un nivel académico superior, etc., etc. Quiero ser claro en dos aspectos: Onetti se refregaría estas consideraciones, y Benedetti es mucho más reconocido en el mundo que Onetti. Damián González Bertolino en su blog lo dice muy bien: era famoso y punto.
En definitiva: era famoso, vivía de escribir, escribía bastante, le gustaba a la gente, su prosa y sus versos suelen ser diáfanos… Conclusión: para una crítica uruguaya enloquecida por el malhumor y la oscuridad, era demasiado. En Argentina, no lo dudo, Benedetti estaría al lado de los demás íconos del siglo pasado (Cortázar, Borges, Bioy, Sábato), ocupando un nicho de mercado distinto al de ellos, pero en la misma primera línea de fuego. En Uruguay está solo. Ni siquiera Onetti se le arrima.
Lo más gracioso es que es el mismo Benedetti el responsable, al menos en parte, de estas posturas críticas que aquí expongo. Él mismo fue un amargo crítico en la mayoría de las ocasiones.
Otro lado por el que se le pega es la cuestión del compromiso. Campanella, su biógrafa, dice que su compromiso fundamental no es el político sino el literario. Discrepo: su compromiso principal es el político. Y la literatura él la usó para transmitir ideas, vivencias y cuestiones políticas. ¿Y cuál es el problema? ¿Acaso uno no puede hacer eso? El problema no es hacerlo o no hacerlo sino hacerlo bien o hacerlo mal. Y esta es la diferencia entre Benedetti y Galeano. ¿O la Construcción de la muralla china de Kafka, en toda su oscuridad, no es un documento político? ¿Acaso no lo son la mitad más uno de los poemas de Quevedo? ¿Las novelas de Pérez Galdós? ¿Fuenteovejuna? ¿Los consejos del Quijote a Sancho?
Todo esto me genera incomodidad, como decía arriba. Es una incomodidad que podría llevar el adjetivo de crítica. Pasa con Benedetti lo que pasa con los cuadros de fútbol, las murgas y los movimientos políticos: no se analiza el discurso (en el caso del fútbol, el transcurso) sino que la razón se adjudica por medio del mecanismo de la hinchada. Para mí Benedetti escribió cosas muy buenas y otras que son mediocres. Y si me apuran, lo bueno fue menos cantidad que lo malo. Pero fue muy bueno.
Finalmente quiero plantear otra incomodidad: hay discursos que me resultan chocantes a estas horas. Yo sé que Galeano era un amigo entrañable de Benedetti, pero igual me rechinan sus palabras, eso que dijo de la “inflación palabraria” o lo de que “el dolor se dice callando”, y al otro día, en vez de callar, saca una primera página en tremendo diario argentino. ¿Dónde está ese respetuoso silencio? Pero también apareció Mercedes Vigil diciendo que aquí la crítica no le hizo justicia a Benedetti porque era muy popular. Acarreó agua para su molino Mercedes, pues a ella le sucede algo similar.

Uf… Salí de todo esto que me tenía atragantado. Ahora me voy a ver la tele. Quiero llorar un poco más por alguien que lo merecía. Quiero emocionarme con la vida de alguien que escribió.

sábado, 9 de mayo de 2009

DESDE HACE UN AÑO, SANTIAGO…


Puedo creer o no creer en Dios. Elijo hacerlo o no hacerlo, al modo sartreano. Pero a mí el que me gusta es Pascal: conviene que Dios exista, así que entre que sí y que no, es mejor elegir que sí. Pascal: ni siquiera Descartes y esa absurda segunda proposición. Todo un rascacielos lógico de siglos sólo para admitir que la razón no puede con esa historia de Dios.
Una vez, no…, dos veces, sí, tuve muertes cercanas. De la primera se cuentan once años. De la segunda sólo dos. Muertes injustas de personas que no debían morir. No en un mundo en el que hay un dios. Un Dios. Recuerdo aquellos años como si hubieran sido parte de otra vida. Mía, cómo no, pero a la vez de otro. Me recuerdo peleado con cualquier idea trascendental o esotérico-mística. Siempre elaborando teorías acerca de la obvia creación de los dioses por parte de los hombres. Dioses a imagen y semejanza de nosotros, pobres criaturas que en cualquier momento morimos. Recuerdo haber aceptado la autoinvitación que dos mormones se hicieron a mi casa. Recuerdo haber estudiado todo acerca de los mormones y sus dudosos hábitos conyugales sólo para complicarlos con preguntas capciosas y razonamientos irrebatibles donde ni una pizca de fe era admitida. Recuerdo haberles hecho confesar que habían venido desde Estados Unidos porque así zafaban de cualquier amenaza de conscripción. Recuerdo que sentí placer al provocarles la confesión, que era la confesión de que Dios, ni siquiera en su versión de Utah, existía. Recuerdo, además, vanagloriarme delante de un amigo por tal hazaña.
Pero hace un año nació Santiago.
¿Quién puede explicarme esta profunda desazón en mi alma?
Hace un año nació Santiago y ahora sé que a pesar de mis ideas, a pesar de mi pétrea y encaprichada voluntad de negación, de los crímenes de la Iglesia, de las atrocidades denunciadas por Bartolomé de las Casas contra los indios americanos, a pesar de Sartre y su ojo estrábico (que un poco mira de soslayo hacia el cielo, por las dudas no le venga un rayo fulminante), a pesar, digo, de las muertes cercanas y lejanas, de los hijos de Lugo cuando era obispo, del pasado nazi de Benedicto, del pastor que vende jabón milagroso, hay un Dios. Y me lo encuentro todas las noches. Con cada uno de mis dedos rezo un Padre Nuestro, un Ave María, un Ángel de la Guarda, y dos oraciones que yo mismo me inventé, y me duermo tranquilo, pensando en el Santi, en lo mucho o en lo poco que lo vi ese día, en si dormimos juntos la siesta o no, en si está con gripe o sólo es moquillo.
No me importan ni Sagan, ni Voltaire, ni Nietzsche. Ni Mel Gibson y su espantosa película. Ni siquiera mis amigos ateos a quienes una vez me uní y ante quienes me excuso por mi imperdonable traición: creo en Dios.
Anacrónico, fuera de moda, esnob, políticamente incorrecto. No me importa: creo en Dios. Y no es por afectar rebeldía… Es sólo que no puedo hacer otra cosa.
Creo sinceramente en un estado de felicidad del ser humano que merece ser eterno.
Creo en eso desde hace un año.

lunes, 4 de mayo de 2009

LEYENDO CON EL ENEMIGO


Estoy leyendo una novela uruguaya HORRIBLE. Un mamotreto de doscientas páginas insoportable, espantoso. ¿Cómo una editorial puede jugarse a editar algo así? Los diálogos son para descostillarse de risa. El adjetivo inverosímil sería un elogio aplicado a estos personajes y estos sucesos. Pero no les diré el nombre. Sólo les diré que la acción transcurre en Montevideo y que se trata de algo así como una…, no, pobre, no digamos más nada. Dejemos en paz al/la autor/a y a la consabida editorial de llamativo nombre, seamos por una vez perfectos caballeros y abandonemos a su suerte a estas páginas innombrables.
Sólo esbozo una reflexión final en formato pregunta: ¿por qué diablos sigo leyéndola si no me gusta, no me atrapa, no me parece ni siquiera bien escrita? Creo que lo hago por puro morbo, para regodearme en el hecho de que, ahora sí, confirmado y requeteconfirmado, hay alguien en Uruguay que escribe mucho, pero mucho peor que yo, e igual lo/a publican. ¡Vamos arriba esa mediocridad!
Tengo un elogio para decir sobre el/la autor/a: tiene, inteligentemente, otra profesión, y aparentemente es bueno/a en ella, lo que nos asegura que no tiene todo el tiempo del mundo para escribir. Uf…
Por plantearlo en términos futbolístico-televisivos, terrible S P.