domingo, 22 de noviembre de 2009

¿QUÉ HACE EL PERIODISMO CON LA REALIDAD?


Contratapa Primera Hora - 21/11/09



INTRO. Aclaro: no soy periodista. Apenas tengo cierta subjetividad y la increíble chance de poder dejarla planteada por escrito en una contratapa sabatina. Nada más. Y claro: eso no me hace periodista ni mucho menos. ¿O sí? Quiero creer que no.

¿QUÉ ES UN PERIODISTA? No puedo dar una definición académica porque desconozco tal definición, entre otras cosas porque no la hay. Desde la misma etimología de la palabra comienzan los contratiempos, pues todo deviene del vocablo “período”, relacionado entre otras cosas a los distintos ciclos o ritmos (vitales, lunares, circadianos, subjetivos u objetivos) que nos circundan. Atendiendo a estas consideraciones un periodista es alguien que “periodiza” un objeto, es decir, le hace cumplir un ciclo. En este caso, el objeto “periodizable” es nada más y nada menos que esa cosa amorfa, difusa e inefable que llamamos realidad. Se da entonces, como tantas veces en estas páginas, una relación sujeto (periodista) –objeto (realidad), que a su vez produce un objeto nuevo llamado información que, para seguir con la confusión (que a estas alturas es enorme), pasa a integrarse a la realidad y a veces es fuente de análisis y nueva información, por los siglos de los siglos. Esto último se ve claramente cuando un periodista, cualquiera, informa sobre informaciones que ya dieron otros, mencionando sus fuentes u obviándolas para que la cosa parezca original. Me detengo en estas cosas porque en estos tiempos de elecciones, el periodismo y su manera de dar la información política, económica o social, son elementos de primera importancia a tomar en cuenta. Pero también porque me preocupa mucho la intromisión de ciertos periodistas en la realidad, afectándola fuertemente, como es el caso de aquel camarógrafo y sus compañeros que aparentemente habrían sido agredidos por jugadores costarricenses la noche del miércoles.
Ante la ausencia de un sentido más académico, apelaré a mi sentido común. Parece ser que un periodista sería un mediador entre la realidad circundante y el hombre o la mujer. Se parte entonces de la necesidad de que alguien medie entre esas dos partes. A su vez volvamos a la idea de periodización y relacionemos una con otra: queda una idea de que la realidad cambia en perfectos ciclos de un día para los noticieros y los diarios, de dos días para periódicos de tal frecuencia, y semanales para los semanarios. Quiero llamar la atención de que esto es en sí falso y vacuo. O asumimos que la realidad cambia a cada instante (lo que hace penoso cualquier intento de periodizar nada, pues habría que hacerlo en tiempo real), o reflexionamos aún más y concluimos en que los cambios no son tan importantes ni significativos como para que a cada rato haya en la radio un flash informativo. La sensación que a uno le queda es la de una impresionante insignificancia frente al resto de las cosas del mundo. Es decir, pasan tantas cosas en tres horas (distancia usual entre un flash informativo y otro) que yo, que apenas fui al baño en ese tiempo, no merezco ser parte de esa realidad tan hiperdinámica.

INTROMISIÓN EN LA REALIDAD. En la política me preocupa básicamente la postura de algunos “periodistas” (muchos se colocan este título aunque ni siquiera sepan escribir o hablar correctamente, aunque hagan programas sin el más mínimo interés y con una falta de profesionalización tal que al final son una falta de respeto hacia el público obsecuente que todavía, por si fuera poco, no logra generar un criterio de selectividad crítico-estético, y así nos terminamos fumando horribles engendros del lenguaje y la estupidez pero, como consiguen auspiciantes…), decía, me preocupa por ejemplo un programa de emisión semanal conducido por cierto periodista cuyo nombre obviaré por respeto al lector. Todo, absolutamente todo en ese programa adolece de una consideración previa y fútil: el señor y la señora que nos están mirando son verdaderos imbéciles, así que tratémosles como tales, pues se lo merecen, porque si fueran inteligentes no estarían mirando esta barrabasada tendenciosa y barata, esta jeteada campechana e irrespetuosa. Este señor conductor, al despedir hace poco al señor Batlle (que fue convocado para hablar del caso Feldman), dijo algo así como: “…esta relación de respeto que hemos supido labrar…” ¡Sin palabras!
Pero lo más grave de este programa es la aberrante, libérrima y desbocada irrealidad que se refleja allí. Así se dieron a conocer encuestas en las que la diferencia entre el Partido Nacional y el Frente Amplio prácticamente no existía. La izquierda apenas llegaba al 43 %, cuando las otras encuestadoras le daban alrededor del 48 %, que fue lo que finalmente se confirmó en las urnas. Tras el error, uno esperaría que el “equipo periodístico” (las comillas son a propósito y relativizan los términos) dirigido por el señor aludido arriba pida las disculpas del caso. Eso no ocurrió, claro, porque si es extraño que los periodistas de verdad pidan disculpas, mucho más extraño es que los que no lo son lo hagan. O a lo mejor no fue un error sino la simple y peligrosa voluntad de querer influir en la realidad desde un lugar mediático de poder. Yo por mi parte, y como persona preocupada por los usos del lenguaje, le sugeriría a este conductor un curso acelerado de español en cualquier escuela.

¿Y SI NO HUBIÉRAMOS CLASIFICADO? El miércoles de noche escuché el segundo tiempo del partido de Uruguay en un ómnibus en el que venía de tomar exámenes. En determinado momento el relator repara en los líos que aparentemente se estaban dando entre los suplentes de Costa Rica y periodistas de la empresa dueña de los derechos de televización. El juego estuvo detenido varios minutos y llegó a correrse el rumor de que incluso podía suspenderse el partido, perder derechos ganados en la cancha, etc. Otros periodistas de la empresa en cuestión salieron inmediatamente a culpar de todo al director técnico del equipo visitante y a sacarse de sí toda responsabilidad, como si ellos nunca hubieran tenido ningún comportamiento provocativo. Los argumentos esgrimidos resultaron muy similares a los de aquella otra ocasión en Venezuela en la que les arrojaron de todo tras el festejo de un gol. Por supuesto que estos periodistas, que bien pudieron apartarse del lugar sin pena ni gloria en vez de contribuir a generar ellos noticias donde no las hay, ni en Venezuela cometieron errores, ni en Uruguay. Acá sólo se defendieron y allá sólo festejaron un gol…
¡Vamos!
¿¡No es demasiada casualidad!?

lunes, 16 de noviembre de 2009

EN LA SALA DE ESPERA




Estoy en la sala de espera para el médico. Mi eterna gastritis, la misma que me tiene desde hace cinco años sin probar una gota de alcohol (¡Oh dolor! ¡O dolor!) me convoca cada noventa días y acá estoy. Aunque esta vez es especial: me van a decir si tengo o no la helicobacter pylori… una bacteria estomacal estúpida y malcriada.
Parece que a la gente le gusta, mientras espera, mirar el canal 4 en el que aparece una serie espantosa con Luis Brandoni, pero un Luis Brandoni que no tiene nada que ver con el de otras actuaciones. Un Luis Brandoni de enlatado insoportable.
He visto varias personas llamativas en el correr de esta media hora. Para empezar, una niña con una gran venda en la cabeza y una red que se la sostiene. La niña está con su madre (o algo así) y mira despreocupada. Espera en el sector de los inyectables, o sea que en breve va a ser inoculada con alguna sustancia vía intravenosa o intramuscular. Esa tranquilidad me provoca el pensamiento que me obliga a tomar la laptop. Y el pensamiento es este: las mujeres soportan con mucho más entereza el dolor físico que el hombre. Esto no es necesariamente un guiño ni una postura de género ni nada. Es simplemente la realidad. En apariencia los hombres tenemos un físico más fuerte, pero, ¿a alguien se le ha ocurrido colocar en esa medición el tema de la aptitud para sobrellevar dolores?
En el consultorio de al lado atiende un cirujano muy famoso por sus aventuras amorosas. Un tipo bajo tirando a petisón, con un bigote totalmente desacomodado, panza cervecera, cutis entre rosado y gris, manos gordas…, en fin…, un escracho. Ha sido amante de muchas de las enfermeras que le asisten y también de alguna maestra que conozco. Su caso es de esos inexplicables que hacen pensar que todos tenemos una esperanza. Una adolescente de trece o catorce años espera con un vendaje en la mano y un circuito. Se mueve con mucha dificultad mientras camina por el pasillo. Le duele algo a la altura de la cadera y encorva su cuerpo de dolor mientras otra mujer, también una madre, imagino, la sostiene del brazo. Nunca pierde la sonrisa esta chica. Sufre, le duele y aún así sonríe. El cirujano famoso la recibe con un gesto bonachón (está fuera de su rango, quiero creer), como si en ella estuviera recibiendo un reconocimiento por un caso difícil. Ese hombre está feliz. La operación, que todavía duele, y duele mucho, fue un éxito.
Pasa delante de mí un trío de mujeres. Dos de ellas deben andar en la cincuentena. Apoyada en el hombro de la más alta viene una muchacha de lindo físico y piel blanca como la leche. Lleva unos lentes negros enormes y, en la cabeza, un gorro de hilo también negro que le tapa la calvicie de su tratamiento. Verla es ver algo más que lo que ya describí. Verla es ver otra cosa. Otra presencia. “¿Vos tenés mi cartera, mamá?”, pregunta… Verla es ver el dolor. El dolor de su cuerpo. El dolor de su madre. El futuro…
Madres. Hijas. Mujeres. ¿Por qué los hombres que vienen al médico no me llaman la atención? A lo mejor porque sé cuán cobarde podemos llegar a ser ante el más insignificante de los males. Una gastritis, por ejemplo.


PS: ¡No tengo la bacteria!!!!