sábado, 20 de marzo de 2010

LOS DOS ÁRBOLES (The Two Trees)


W. B. Yeats

Trad.: P. P.


Es muy difícil la labor de traducción para quienes no tenemos más que un limitado conocimiento en la materia y muy poca práctica. Pero es una tarea muy, muy recomendable. Hay que pensar en el lenguaje y sus posibilidades y elegir. Recomiendo como ejercicio para desbloquear tardes de escritura que no sale. Me sentí transportado. Casi estoy tentado a decir que se esconde en esta tarea un alto valor catártico, más allá del incierto valor de una traducción totalmente amateur, como esta que sigue y en la que he venido trabajando desde hace tiempo ya y que por fin creo haber terminado. Admiro con el corazón a Yeats. Si eso queda claro, misión cumplida.


LOS DOS ÁRBOLES (The Two Trees)


Amada, mira en tu propio corazón,

el árbol sagrado crece allí;

desde la alegría brotan las sagradas ramas

y todas las trémulas flores que sostienen.

Los colores cambiantes de sus frutas

han salpicado a las estrellas de luz sagrada;

la seguridad de su raíz escondida

ha plantado tranquilidad en la noche,

el vaivén de su cabeza de hojas

le ha dado a las olas su melodía.

Casados, mis labios y mi música

murmuran una mágica canción por ti.

Entonces los amores giran en círculo,

círculo llameante de nuestros días,

en espirales desde aquí para allá,

sobre ignorantes caminos de hojas;

recordando aquella cabellera suelta

y el movimiento de tus sandalias aladas.

Tus ojos crecen plenos de tierno cuidado;

Amada, mira en tu propio corazón.



No mires de nuevo en el amargo espejo

que los demonios de sutiles intenciones

levantan delante de nosotros cuando pasan.

O solo míralo un poco.

Porque desde allí una imagen fatal crece

acuñada en noches tormentosas

de raíces semi escondidas en la nieve

ramas rotas y hojas ennegrecidas.

Porque todas las cosas se vuelven desierto

en el oscuro vidrio que los demonios sostienen,

el vidrio de la extenuación, creado

mientras Dios dormía en tiempos antiguos.

Allí, a través de las quebradas ramas, van

los cuervos del pensamiento constante

volando, chillando, de aquí para allá,

de crueles garras y garganta hambrienta,

y allí se paran y olfatean el viento

y sacuden sus arruinadas alas; “¡alas!”

Tus tiernos ojos crecen perversos.

No mires de nuevo en el amargo espejo.