viernes, 24 de septiembre de 2010

FOTO y perspectiva


Una de las fotos más lindas que nos sacamos en Perú (tomada de album de fotos en FB de Juan Manuel Ramírez Biedermann), en la casa del poeta quechua Jorge Sulka, quien nos ofrendó con un suculento (y picante) desayuno. De izquierda a derecha: Oliverio Coelho, un servidor, Jorge Enrique Lage, Juan Manuel Ramírez Biedermann y Claudia Apablaza. Fue un miércoles, en Huamanga, Ayacucho. Hablamos de muchas cosas, se cantó y nos emocionamos.
Ahora, el recuerdo...

lunes, 20 de septiembre de 2010

LIBROS RECIENTES


Va un punteo de libros que he leído en estas últimas semanas y que aún no he podido reseñar para el benemérito Club de Catadores. Sabrán disculpar y confiar en la promesa de que ya me pondré al día.


Borneo, de Oliverio Coelho (Arg.). Ediciones Altazor, Perú. 2010. En una sociedad de futuro cercano e hipersensible que todo lo controla desde el poder médico, Ornello, el protagonista, vaga sin rumbo y aquejado de un mal tal vez inventado por quienes rigen. El drama pasa más por lo interno que por la acción en sí, pero la vida interior de Ornello es compleja e incluso irreconocible para él mismo.

Despedida, de Robert B. Parker (U.S.A.). Edición del diario La República, Montevideo. 1994. El detective privado Spenser (sí, con “s”) ha sido dejado por Susan, el amor de su vida. Nada le importa. Un caso aparentemente sencillo (buscar a una bailarina presuntamente asilada en una iglesia cristiana alternativa), viene a sacarlo de la modorra y a proporcionarle algo de que ocuparse. Entonces conoce a Linda, y la vida vuelve a importarle al menos un poco. Tanto como para no dejarse matar por el primer matón que venga. Tampoco por los siguientes tres.

No vi la luna, de Leonardo De León. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo. 2010. Se trata de un libro de cuentos muy recomendable que ha ganado el premio de narradores de Banda Oriental para este año. Conocía alguno de los relatos pero su lectura en conjunto deja un gusto extraño, impúdico, agridulce, a veces amargo. Lugares recurrentes: el despertar sexual, la violación, la muerte, la enfermedad, el abuso. Un libro solvente que se permite abordar varias bajezas humanas y merodear algunas psiquis problemáticas.

El fondo de nadie, de Juan Manuel Ramírez Biedermann. Ediciones Altazor, Perú. 2010. Se trata de una novela cuyo protagonista es Ezequiel Collado, alguien encarcelado por crímenes económicos. El mundo de Ezequiel se resquebraja por fuera de los muros mientras que por dentro, en las visitas de una prostituta, podría estar la salida hacia una nueva vida. Lo que a veces se llama una segunda oportunidad. Sobre el final, la decisión que implica cierta vuelta de tuerca deja al lector con un sabor… con un sabor… raro.

Sobres papel manila, de Rodolfo Santullo. HUM-Estuario, Colección Cosecha Roja, Montevideo. 2010. Me encantó esta novela de Rodolfo. Imposible dejarla hasta el final. Veamos algo del argumento: Harrington Rey es el encargado de chantajear a otros matones por un crimen que han cometido horas antes y del que alguien ha tomado fotos. Como en toda buena novela policial, nada es lo que parece. No hay tranquilidad posible, ni equilibrio ni dosificación. Muy entretenida.

domingo, 19 de septiembre de 2010

¡PRIMERA BICI!


Hace meses llevo un diario con los principales sucesos de la vida del Santi y la secreta esperanza de que él, algún día, quiera leerlo. Esto salió recién. El Santi les envía saludos a todos.

Domingo 19 de septiembre de 2010

22:54.
Hace días que no te escribo, Santi. Todavía no tenemos el nombre de tu hermanita. Hoy fue un día muy especial porque pasaron muchas cosas.
Tal vez lo más importante para vos fue que en un viaje especial fuera de fecha vino Papá Noel a recoger tus chupetes y a dejarte tu primera bicicleta. ¡Te fascinó! Anoche tenías bastante miedo porque te contamos que Papá Noel iba a entrar por la estufa… Casi te ponés a llorar. Pero ese momento pasó, dejamos los tetes en el chispero, te fuiste a dormir con mamá (porque Amneris, una amiga de tu tía Carolina, se quedó en tu cama pues había sido el cumpleaños de dos de tu primo Andrés). Al despertarte encontraste la bicicleta y tu cara era un sol.
Tu bicicleta es de Ben 10, un dibujito que vos, por suerte, no mirás. A mamá le gustó y te la compró, aunque le dijeron que había que hacerle varios ajustes de tuercas, pernos, frenos, etc., y se suponía que esos ajustes los tenía que hacer tu papá… que no sabe nada de nada sobre bicicletas. Resultado: te encantó la bici pero no pudiste usarla casi nada. Mañana lunes la llevaremos al bicicletero y ahí sí, a pedalear.
Ahora tu papá se acuerda de su primera bicicleta (una que tus abuelos todavía guardan en el galpón del fondo de su casa). Era una Graciela que no hacía referencia a ningún dibujito animado ni personajes de historieta o cosa que se le parezca. En aquellos tiempos las bicicletas sólo podían ser Graciela u Ondina. Rojas o azules. Nada más. Tenía cinco años tu padre y jura que esa noche, a través de un vidrio esmerilado, vio a los Reyes Magos dejarle su bici. Los vio con camellos y todo.
Ya los verás vos también.

viernes, 17 de septiembre de 2010

POESÍA EN PROCESO (segunda parte)


V

Paraíso en el patio sobre la tierra
árbol
recuerdo cuando aquel día
tomé los clavos y te herí
lo lamento
no sabía que aquello era una herida
¿una herida en un árbol?
si hasta hoy me parece mentira
te colgué un aro de hierro y mis tardes
consistieron en introducir una pelota
que bajaba, penetraba y se iba
a la otra dimensión
a esa de las pelotas embocadas
que en apariencia vuelven
que en apariencia caen
pero no.
Han traspuesto la realidad
hacia otra cosa aún más real.


VI

Otros guerreros del tiempo
eran aquellos que se asomaban
por encima de un muro que nos parecía eterno
se asomaban y disparaban los coquitos de paraíso
con su pistola de tubo de cartón y globos.
Temblaban madres del otro lado
temblaban y decían:
te vas a quedar sin un ojo
pobres
claro que sufrían
porque para esas madres nuestras
era evidente que necesitábamos ojos
ellas precisaban ojos
por extensión
nosotros precisábamos ojos.
Ninguna piedra de ninguna onda me mutiló la vista
ningún coquito de paraíso hundió nada
de forma irreparable
mis ojos están donde siempre estuvieron
más sanos que nunca
apenas con ciento veinticinco en uno
y ciento cincuenta en otro
y con estos cristales espejos por delante
relativamente sanos, mamá
no se arruinaron de una pedrada, mamá
entonces
¿por qué no ven?

sábado, 4 de septiembre de 2010

YACURÍ Y TABARÉ


Hace unos meses LAC posteó algo sobre su perro Chocolate e invitó a quienes quisieran a escribir sobre mascotas e infancia. En aquel entonces escribí este pequeño recuerdo que quedó muy bien grabado en mi cabeza de diez años.



Me remito a mis veraniegas infancias en los parajes de Tranqueras Coloradas, cerca de Rincón de Arias. Allí mi abuelo tenía un pequeño campo en el que ordeñaba unas pocas vacas y hacía queso, además de llevar una quinta, vender flores y plantar papas. Todo a la vieja usanza: ordeñar a mano, arar con bueyes, vender en las ferias rurales.
Tabaré y Yacurí eran los perros que servían casi para todo. El primero era el más viejo, según me insistían, en parte para que lo dejara tranquilo y, si quería jugar, encarara al otro que de seguro tendría mejor disposición. No recuerdo casi ninguna anécdota con respecto a Tabaré. Se trataba de un perro mayormente negro con ciertas manchas blancas en la cara y el lomo. Un día mi abuelo entró a la cocina (al rancho que oficiaba de cocina) y avisó que el Tabaré estaba abichado. No te le arrimes, me dijo, así que lo primero que hice cuando me dejaron salir de la siesta fue justamente ir hasta el echadero del Tabaré, al lado de la pieza del queso. Me acuerdo clarito de verlo boquear de costado, con los ojos nerviosos pero sin poder moverse del dolor.
No me acuerdo si fue a los pocos días que mi abuelo anunció en el almuerzo (o antes, a la hora del mate, que era cuando se hablaba más, en realidad) que el Tabaré estaba para morirse en cualquier momento. Estaba decidido que le ahorraría sufrimientos y creo recordar que esa misma tarde o al otro día le tiró con la escopeta 16.
Yacurí quedó solo por unos meses hasta que me le aparecí a mi abuelo con el Tique (y el Tique requiere un apartado para él solo, porque era bien chiquito e inútil, pero siempre dio mucho que hablar). Lo último que recuerdo del Yacurí es aquel triste sábado en el que mi abuelo remató todo lo del campo porque estaba para jubilarse y se venían con mi abuela a vivir a la ciudad. El animal se iba a ir con alguien, probablemente algún vecino. Ni siquiera recuerdo habernos despedido de él.