jueves, 25 de noviembre de 2010

MICRODESVARÍOS


Presupuesto
Una desgraciada mujer murió virgen. Esa misma tarde fue a dar con su alma a las puertas del cielo. San Pedro la paró en seco. ¿Usted es tal y tal?, le preguntó. Sí, respondió ella. ¿Su principal mérito es haber muerto virgen?, cuestionó el portero. Efectivamente, contestó ella. Pues bien, dijo el espíritu del apóstol, eso podrá ser un mérito allá abajo… Lo que es acá, Virgen ya tenemos. Y la mandó al Infierno aduciendo una posible duplicación de cargos y otras inconveniencias presupuestales.

Caín Abel estaba haciendo labores de carpintería. Quería hacer un cerco para separar las ovejas suyas de las de Caín, que eran muy belicosas. Entonces, martillando, le erró al clavo y se dio en el pulgar. Pegó con la mano un tirón hacia atrás, pisó una tabla que golpeó en lo alto de la cerca derribando otra tabla que fue a darle justo en la cabeza. Caín, que lo había visto todo, contó esto frente al Supremo. Pero el Supremo no le creyó.


Cambiante La mujer le dejó a su esposo una carta en la heladera que decía: “Cuando vuelvas trae leche, pan, huevos, azúcar y arvejas. Te amo mucho.”
Para la noche el hombre llegó a su casa sin nada. Me olvidé, explicó. Siempre el mismo inútil, respondió ella, ¿por qué no le habré hecho caso a mi madre?

Descenso Primero bajó Armstrong. Estiró las piernas después de tan complicado viaje y caminó por la superficie lunar para desentumecerse. Al rato bajó Aldrin y se puso a dar saltos de alegría. Collins los había quedado mirando desde el ojo de buey del módulo. La sangre le hervía. Estaba a dos metros de la luna… ¡y no lo dejaban bajar! Al diablo, dijo, yo voy igual. En ese momento le pasaron una llamada telefónica. Era su esposa que quería que le llevara una piedrita de la luna como souvenir. Entonces recordó que su mujer tenía un amante y que la llamada era una pura farsa orquestada por los agentes de publicidad de la NASA para ser transmitida a millones de crédulos en nombre de las buenas costumbres y el más acérrimo puritanismo. Y decidió quedarse sin pisar la luna para no ser cómplice de tanta hipocresía.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

SOBRE LA POLÉMICA

La tele dice 23:22 en el lugar que marca el horario. Mi día hoy comenzó a las 05:50. Alejandra está entrando al octavo mes y ya tiene contracciones. Debo trabajar y en los ratos libres encargarme de Santiago, que intuye todo. Aclaro, entonces: estoy cansado. Por eso soy capaz de decir cualquier disparate. Vayamos al grano.
Un par de posts en distintos blogs han generado muchos comentarios últimamente. Confieso que tras la lectura de ellos y de los correspondientes comentarios mi primera reacción fue la virulencia. Pero supe contenerla a tiempo. En caliente, no habría respondido de mí. Para mi sorpresa, hoy de tarde, hace un rato, encuentro que el asunto se había complicado con citas a diversos escritores y comentarios de muchos otros bloggers, presumo que también escritores. En fin, se armó una polémica que me causó, otra vez, una enorme sensación de injusticia y una virulencia aún más jodida y que ahora contengo apenas.
Por eso y por muchas otras cosas, en lugar de ensañarme con alguien, con muchos, voy a tratar simplemente de decir lo que pienso sobre algunas cuestiones aludidas vaya a saber uno por quién.
1- Transgresión. Yo qué sé… hay escritores que transgreden y están buenos. Hay escritores que transgreden y son atroces. Yo no defiendo la transgresión. No creo que tenga un valor en sí misma ni creo que el escritor que transgreda deba ser evaluado de forma diferencial por la crítica o quién sea. No me interesa el tema.
2- Literatura versus vida. Me parece que estamos frente a una falsa oposición. Entre las múltiples teorías que cabría mencionar me quedo con aquella que plantea una idea ontológica bastante simple (mi clase favorita de ideas, creo): uno es su texto y su contexto. El escritor es muchas otras cosas además de escritor. Yo, por ejemplo, que supuestamente sería un escritor, además trabajo en la docencia, me gusta jugar al fútbol, estoy casado, no bebo, ahora ni siquiera me drogo, crío a mi hijo lo mejor que puedo en los valores en los que fui criado y de los que muchas veces renegué, ocasionalmente (intentando no morirme joven) salgo a correr y disfruto muchísimo cuando con mis otros amigos escritores jugamos ese legendario partido de fútbol en Minas. Este año la alegría más grande que me deparó la literatura fue que estos amigos me dieran un humilde pero significativo trofeo de mejor jugador entre aplausos y risas. No exagero. Lo que sentí en ese momento juro que no lo sentí en ninguna presentación de novela que me haya tenido por autor.
3- Por lo último mencionado, no creo que la literatura sea más importante o menos importante que cada una de esas otras cosas que nos gustan y nos hacen bien. Ahorramos para comprar un auto decente y lo hicimos. ¿Por qué eso está mal?
4- Mi texto, el texto de mi vida, los hechos que componen mi historia, ínfima por cierto, todo eso ha sido escrito por mí y por mis amigos. A mí me duele cuando se jode a uno de mis amigos de forma gratuita. Me duele cuando es otro de mis amigos el que lo hace. Es una especie de angustia que no puedo evitar, una opresión en el pecho, un sentimiento de profunda injusticia que me hace ponerme del lado que fue jodido. No me gusta que pasen estas cosas, que es lo mismo que decir que no me gusta que alguien, en el uso pleno de su más leal saber y entender, priorice la expresión de su más crudo pensamiento por encima de la amistad. Y que quede claro que no estoy hablando de criticar la obra o esas cuestiones. Estoy hablando de gestos de los hombres y de cómo esos gestos los definen.
5- Dani Umpi. ¿Transgresor? ¡Qué carajo me importa a mí esto! Para mí Dani Umpi es la imagen de un tipo feliz. Si para eso escribe novelas cada tanto, baila como mujer, versiona cumbias, sale con sus “amigas” o estudia pandereta, mis respetos. Usted, amigo Dani, ha logrado lo que yo más ansío: ser feliz. Es decir, espero que lo sea. Al menos se lo ve así.
6- Postura de escritor intelectual. Alguna vez la intenté y pasé vergüenza. No sé cómo las personas que la intentan no se dan cuenta de lo feo que quedan. En esta vida lo que hay que ser es hombre. O mujer. U homosexual. Es decir, para decirlo de una vez, en esta vida hay que ser sujeto. Y el sujeto es una cosa mucho más amplia que el escritor intelectual. El escritor intelectual es una mínima parte de ese sujeto.
7- Yo escribo por… Porque me gusta escribir, me divierte mucho escribir. Me llena de ilusión escribir. Creo que nací para escribir por una sencilla razón de la que nunca he hablado pero que ahora mismo viene a cuento. Corría el año 2002. Estaba leyendo de forma incontenible a Tolkien en medio de profundos problemas familiares que aquejaban a mis padres y a mi hermano, asociadas estas cosas a una enfermedad que terminó por unirnos más. Como catarsis escribía cuentos de un extraño planeta. En el 2003 decidí enviarlos al concurso literario de la IMM. El día que los iba a presentar, personalmente, llegué a Montevideo como a las diez, un poco angustiado porque en el viaje había estado pensando en mi abuelo muerto hacía poco. Desde la terminal me fui a 18 y comencé a recorrer esas pocas cuadras hasta la intendencia. Había mucho tránsito. En determinado momento veo que una pareja mira una vidriera con atención. La niña que los acompaña se suelta de la mano de su madre y empieza a correr hacia la calle. La mujer, sorprendida, grita algo. Yo corro hacia la niña y la agarro desde atrás cuando ya había dado dos pasos en la calle. Se la entregué a la mujer que me quedó mirando y dijo algo que no entendí y seguí caminando. En ese momento sentí que todo lo que había escrito bien podía ser una gran cagada, pero había valido la pena.
8- También escribo porque sueño con este futuro: Alejandra, Santi, Aynara y yo vivimos en un lugar que da a la costa en una linda casa con algunos toques rústicos. La compramos con la plata que me dan mis libros. De mañana temprano salgo a correr por la arena. Llevo a mis hijos a la escuela. Escribo de diez a doce, máximo. Me divierto mucho cuando lo hago. Preparo la comida y paso a buscar a Ale que está trabajando y después a Santi y a Aynara. De tarde leo mucho y sin presión y sin estrés. Leo sólo a quienes me gustan y puedo hacer alguna excepción con algún clásico que no deba faltar. De noche intento que Dios me escuche. Trato de no ser injusto ni hijo de puta con nadie. Estaría bueno también ver alguna película, ir al cine, hacer algún asado cada tanto con amigos. Es decir, la creme de la creme de la no transgresión. Lo bravo va a ser que mis libros me den alguna vez todo eso… Mientras tanto, a laburar. Ah… me olvidaba: ¡tengo una canoa! ¡Salgo a remar dos o tres veces por semana y hago una travesía de quince días una vez al año!
9- La literatura es un medio. Nunca un fin en sí mismo. Nunca un monstruo etéreo que se fagocita a sí mismo en su autoconciencia y en la ilusión de la autoconciencia de su “importancia”.

La tele dice 00:14. Me voy. Mi día empieza en seis horas.

sábado, 6 de noviembre de 2010

MEMORIA (I)


Recuerdo un cochecito de bebé dando vuelta la esquina de Treinta y Tres y 18 de julio. Ese es mi primer recuerdo. El bebé soy yo y jamás podría decir por qué ese es mi primer recuerdo o por qué mi madre tira del coche. Alguien se para y conversa algo con ella. La vista se me cierra y podría imaginar lo que viene después, pero jamás recordarlo y mucho menos comprenderlo. He aquí la tragedia del tiempo. El tiempo y la memoria son como dos placas de piedra que se frotan. Pero la piedra del tiempo es más dura porque hace más tiempo que está en el mundo. La piedra de la memoria es frágil como un caracol con el caparazón partido por el pie descalzo de un niño que recién empieza a caminar. Y un niño que recién empieza a caminar es tan frágil como el aire tibio de una tarde silenciosa. Sin embargo nada de esto le ocurre al tiempo. Nada de nada le ocurre al tiempo, está allí para ser él el que ocurra. Se para en la memoria y le dice ilusa, sigue intentando, si quieres, tu ilusión.

Aquel niño fue bueno, creo. Es decir, el niño que fui. Es decir, debió haber sido bueno para sobrevivir a la niñez, en el supuesto caso de que la haya sobrevivido. Pero hay algo en ese niño, es decir, en aquel niño de hace treinta años, en aquella hermosa bolita de carne con patitas lisas de piel tirante, hay algo allí que no reconozco. Miro la foto de mi propio ser cuando tenía tres, cuatro años, cinco años… Mis mezquindades estaban allí desde entonces, ocultas, en potencia, escondidas tras esa sonrisa de torta de cumpleaños, de piñata, de bicicleta traída por los reyes. Mis mezquindades actuales y las otras. Las que fui perdiendo y las que fui ganando. Esa cabeza era como un nido que empollaba algo que ahora es y algo que ya ha sido. Ignorándolo, claro, porque aquel niño de la foto, aquel otro yo que desconozco, tiene tres, cuatro o cinco años y no sabe lo malo que es crecer y la malo que puede ponerse el mundo y después lo bueno y otra vez lo malo y más allá lo bueno, otra vez, a la vuelta de la esquina. De otra esquina, claro, no de aquella de mi primer recuerdo. De otra. Ni mejor ni peor. De otra.

Recuerdo que una vez aquel niño trepó por las canteras del Parque Rodó con su madre y con su abuela. Habían ido al médico porque… sería largo de contar… pero contémoslo entonces, pues; las cosas largas a veces son las mejores para contar. A su abuela la había picado un bicho hacía tiempo. Qué bicho, nunca se supo, aunque todo el mundo asumía que había sido una araña. La infección se iba y volvía, se iba y volvía, hacia atrás y hacia delante, como una hamaca en un cuento de ciencia ficción. El médico quedaba lejos, muy lejos de aquel remoto paraje de Tranqueras Coloradas, en San José, pasando Raigón. El médico quedaba en una inmensidad inabarcable de espacio que se llamaba Montevideo. Hacia allí fueron y el niño jugó y no corrió porque no lo dejaban correr por aquellas calles, pero sí trepó por la ladera de pasto y tomó una piedra del tamaño de un pie de bebé y la arrojó hacia abajo y vio cómo iba a dar a la cabeza de su abuela. Y después el niño fue zurrado como pocas veces por sus mayores y vio sorprendido cómo se secaba el chorro de sangre en el pelo de su abuela y lloró y sintió culpa. Y la culpa no lo ha abandonado desde entonces, porque aquella vez fue la primera vez que la sintió, y cuando la culpa se siente por primera vez, se siente para toda la vida. Sin embargo otros dirán que eso es relativo. Pero como aquí no estamos para hablar de otros…

Hay una escena rara en la vida de ese niño que fui: se lo puede ver con una remera roja que le hace panza, los cachetes redondos y plegados en una sonrisa liviana. Tiene pantalones negros y medias negras y alpargatas de su tamaño, pero alpargatas feas, con cordón, porque si no las pierde, y debe bailar en alguna fiesta escolar al compás de alguna canción típica. O tal vez sea lancero de una batalla de otro tiempo, un lancero de Artigas, o un negro que toca el tambor o que pasea una negra, tal vez un héroe feliz, tal vez un gaucho. Algo fue ese niño pero no lo recuerdo. Entonces pienso algo que más o menos tiene la siguiente forma: ¿cómo es que he sido y no sé lo que he sido? Dirán los detractores, o sea yo mismo, que esa es la ley de la existencia, es decir, desconocerse de una vez y para siempre, perderse en la memoria y a pesar de la memoria, deshilacharse poquito a poco siendo que es uno mismo quien tira de la hebra, dejar escapar el hilo de la cometa para que se vaya lejos, lejos, lejos. Mi memoria se fue lejos, lejos, lejos. A un lugar al que no se llega y del que tampoco puede volverse.