lunes, 26 de marzo de 2012

BREVE REFLEXIÓN SOBRE EL ACTO DE ESCRIBIR


Escribir es el acto de generar en un posible lector determinadas representaciones mentales. De alguna manera el escritor termina convirtiéndose en la única entidad capaz de penetrar a voluntad en la psique del sujeto destinado a interpretar su mensaje. Cuando alguien escribe, entonces, produce en el otro un fenómeno que en el apuro podríamos catalogar de abstracto pero que tiene lugar gracias a una base biológica que debe existir a priori. Para una decodificación apropiada, entonces, deben confluir un cerebro adecuadamente desarrollado desde el punto de vista fisiológico y una serie de posibilidades lingüísticas adquiridas por ese mismo cerebro a través de diversos caminos: educación, innata sensibilidad, exposición al conocimiento en sus diversas manifestaciones, creación de nuevo conocimiento, etc.
Del grado de complejidad de esas representaciones que un sujeto imagina y convierte en objeto de plasmación artística y otro sujeto interpreta y convierte en imágenes a través de las dendritas apropiadas, surgen los estilos. Dependen estos básicamente del grado de apropiación del lenguaje que posea el escritor y de cómo su sensibilidad o sus conocimientos le ayudan a combinar esas habilidades de las que se ha apropiado mediante el estudio, la corazonada, la exposición a otros autores, afinidades varias.
Las dendritas van especificando sus conexiones de acuerdo a los estímulos que reciben o dejan de recibir. Bien podríamos poner como ejemplo el del músico que se ejercita seis o siete horas diarias en su instrumento y que de pronto, por alguna eventualidad, pasa un largo tiempo sin poder realizar esta labor. En tal caso, las dendritas desarrolladas a base de esfuerzo se retraen y, por decirlo de alguna manera, sus conexiones pasan a ser mucho menos ágiles. Si el tiempo transcurrido es significativamente extenso, lo que se logra es la aparente pérdida de esas facultades artísticas asociadas al instrumento. La latencia de estas facultades bien podría persistir en el tiempo de manera que cuando finalmente el músico pueda retomar su relación con su herramienta de trabajo, la dendrita retraída comenzará lentamente a reaccionar y a recuperar la memoria de sí misma y su función.
Hoy por hoy el escritor, poseedor de una cierta competencia lingüística que podríamos catalogar de bien desarrollada, debe contar con que el lector posea también una competencia similar que le permita operar sobre el texto a nivel de la decodificación. El problema radica en que la masa de personas desde la que debe salir ese posible lector está siendo expuesta a una serie de mecanismos culturales que la vuelven casi obsoleta para los fines interpretativos que el escritor le impondrá a través de la escritura. Volviendo al tema de las representaciones mentales, el riesgo es que al acto de producción de esas representaciones siga un acto de decodificación fallido que, a su vez, las vuelva a ellas mismas obsoletas. O sea, y esto parecerá tal vez obvio, tanto el escritor como el lector, en los términos en que los conocemos, son especies en riesgo. Sobre todo porque se está produciendo el fenómeno de la sustitución de las representaciones mentales por percepciones sensoriales a las que se accede de forma más simple.
Las dendritas del ser humano encargadas de leer están reviniéndose, hasta nuevo aviso.
Lo que de alguna manera significa que las dendritas encargadas de escribir irán, en breve, por el mismo camino.