ELIZALDE, Pablo: Jefe de Investigación. Coordina el equipo que
investiga crímenes inusuales.
En sus cincuenta. Viudo en circunstancias
que no se aclaran. Tres hijas, de las que en la novela aparecen solo
dos. Su padre padece una enfermedad en fase terminal. Gonzalo, su
hermano, es sacerdote. Hay una culpa rondándolo desde hace tiempo.
FERREIRA: en sus cuarenta. Es la mano derecha de Elizalde. Cuando las
cosas no van bien, se encierran juntos a hablar. Es el único del equipo
que lo llama por su nombre. Ferreira es algo irónico y se las tira de
seductor. No siempre tiene éxito.
LÓPEZ: también en sus
cuarenta. Su carrera policial estaba destinada a la medianía hasta que
Elizalde lo convocó. Es un hombre de extrema confianza. No es
inteligente pero compensa con el empeño.
CUADRO: un poco más
joven que López, su función principal es la de chofer. Y lo hace a la
perfección, aunque con un pequeño detalle agregado que puede exasperar a
sus acompañantes. Junto a López, conforman un dúo bastante
impredecible.
BERMÚDEZ: treinta y pocos. Es la nueva encargada
de prensa de la oficina. Es la única integrante del equipo que no fue
pedida por Elizalde. Todo lo que llega a los medios pasa por ella. O al
menos debería hacerlo. Según Elizalde los tiene a todos bastante
movilizados. Ferreira no admite que sea una mina tan espectacular como
López y Cuadro advierten. Es una mujer sensata y absolutamente
confiable. Aunque Elizalde no lo ve tan claro.
Y POR SUPUESTO, AGUSTÍN FLORES. Aunque Agustín... no necesita presentación.
TEXTO DE CONTRATAPA
Los tiempos han cambiado y cuando la justicia no llega, algunos prefieren salir a buscarla con sus propios métodos.
Una serie de asesinatos macabros ocurridos durante 2013 son el eje de
la acción de esta novela. Los criminales no dejan cabos sueltos y pronto
la oficina de investigaciones comandada por Elizalde deberá enfrentarse
con un enemigo más difícil de lo acostumbrado.
Mientras tanto,
¿dónde está Agustín Flores? Escondido de quienes pretenden esconderlo,
esta cuarta entrega lo encuentra alejado de todo.
O al menos eso es lo que él cree.
viernes, 29 de agosto de 2014
domingo, 10 de agosto de 2014
Escrituras del yo (II): CABALLOS
SUEÑO. Era un
caballo de pelo amarillento. Cuando lo conocí tenía cerca de treinta inviernos
y era un animal bien mañero. Su trote era corto y atropellado y la boca se le
había endurecido. Resultaba difícil hacerle respetar la rienda y el freno. Mi
abuelo lo tenía para el charret, algo en lo que el pobre todavía podía dar una
mano. Montarlo era distinto. Solo en emergencias. Con el tiempo, y sobre todo
porque mi abuelo ya había dejado de prender el charret, Sueño fue resabiándose de tal forma que resultaba difícil acerársele.
Ponerle los arreos ya era tarea imposible. Había dado, hacía años, lo mejor, y
ahora solo quería descansar. Jamás lo vi galopar.
MALEVO.
Nunca le hizo honor al nombre. Fue un caballo manso y bueno. Llegó para ser
compañero de Sueño y rápidamente se
convirtió en la principal herramienta de la casa. Servía tanto para el arado
como para la montura. Muchas veces un cuero de oveja era suficiente. Yo mismo,
con escasos siete años, podía ponerle el freno sin problemas y, arrimándolo a
algún alambrado, subirme a él a duras penas y contando siempre con su
benevolencia.
En
aquel tiempo leía las historietas de Patoruzú y las de su derivado infantil,
Patoruzito. El cuerpo rechoncho y castaño de Malevo no se prestaba para confundirlo ni con Pamperito ni con
Pampero, los estilizados caballos de las historietas. Pero en la imaginación de
un niño cabe casi todo. Entonces galopar sobre Malevo por un potrero de Tranqueras Coloradas se convertía en una
aventura de Tehuelches por la Patagonia. También eran los tiempos del Llanero
Solitario y del Zorro, que montaban otros Malevos como el de mi abuelo, que
ahora me llevaba raudo cerca del cañadón y que solo, sin que yo tuviera que
ordenárselo, aminoraba la marcha para cruzar por el lugar de siempre, el más
seguro.
TOBIANA. La
llamaban así por el pelaje. Era uno de los cuatro o cinco caballos de los que
disponía mi tío Eleodoro –Lelo para los amigos- en su campo de Carreta Quemada.
Una yegua pesada pero rápida. Su pelaje era gris manchado ocasionalmente de
marrón. No siempre estaba de buen ánimo. Fue la primera montura que tuve en la
casa de mi tío, pero un buen día dejaron de dármela. Parece que había echado para
atrás a algún chambón que la tendría resabiada y ahora no se la daban a los
niños. Fue por eso que me tocó el mejor caballo que haya montado alguna vez.
GUAYABO. Era un
animal hermosísimo. De pelaje colorado oscuro, sus patas eran blancas, al igual
que la mancha que adornaba su frente desde el testuz hasta la boca. Sus líneas
eran afinadísimas. Cuando galopaba era una sensación notable de felicidad. Como
si el cuerpo del jinete ocasional –yo o cualquiera, pues siempre comentábamos
lo hermoso que era ese galope- hubiera nacido con conexiones con el animal, lo
que me recuerda aquella famosa película.
Salíamos por el campo cada dos días. Mi tío
iba en una yegua blanca y rechoncha que encabezaba las marchas. No podíamos
hablarle pues iba contando las ovejas. Mi primo Daniel iba en la Tobiana.
Ticoro, un hombre viejo, tuerto, cerraba la marcha junto conmigo. A veces nos
acompañaba Leonel, un peón-socio de mi tío que le ayudaba con la quesería. Entre
todos remedábamos una especie de compañía de arrieros de medio turno. Salíamos
después del ordeñe, como a las ocho, y volvíamos a las doce. A veces había que
cruzar la laguna de La Salamanca, que se formaba en un recodo del arroyo
Carreta Quemada. Parecía una escena de película yanqui. Mi tío siempre me decía
que no le contara a mi madre. Y yo no pensaba hacerlo.
miércoles, 30 de julio de 2014
EL PROBLEMA DE LA EVALUACIÓN DE LOS ESTUDIANTES
Pero antes
deberíamos plantearnos algunas preguntas.
¿Qué es lo
que debe ser considerado “conocimiento”?
¿Por qué
esas cosas lo son y otras no?
¿Con qué
lógica se eligen esos contenidos y no otros?
¿Quiénes son
las personas que seleccionan lo que debería transmitirse y lo que no?
Los
estudiantes, ¿consideran relevante lo que reciben en sus horas de estudio?
¿Importa,
acaso, lo que los estudiantes consideren relevante?
Y podríamos
seguir con una larga lista de preguntas ante las que todos los profesionales de
la educación deberían meditar. Preguntas que deberían, además, ser de interés
de las familias de los estudiantes.
Una vez
sensibilizados con ellas, iremos entonces hacia el tema de la evaluación.
Pertenezco a una generación de estudiantes –aquellos que cursamos la secundaria
a fines de la década de los ochenta y a principios de la de los noventa –, en
la que la palabra examen tenía un
significado muy perentorio. Éramos capaces de pasarnos nuestras buenas ocho
horas al día, desde un mes antes, estudiando para el periodo de exámenes
obligatorios, que serían como máximo cinco, pues, si habíamos hecho bien las
cosas (lo que no siempre ocurría, al menos en mi caso), podíamos exonerar las
cinco o seis materias restantes.
La lógica
del examen era bastante sencilla: uno debía estudiar lo que el profesor había
dictado en clase, de preferencia con sus propias palabras (las del profesor), y
vomitarlo sin digerir de acuerdo a una serie de bolillas que se sacaban de un
bolillero. El desempeño excelente radicaba en poder repetirle al profesor lo
mismo que él había dicho una vez. Una experiencia que, con un poco de humor, y
desde nuestra perspectiva actual, podríamos tildar de ridícula. Un hombre que
se cree en poder de cierto conocimiento se lo entrega, cual objeto, a otro
sujeto menor en edad y después le pide a éste que se lo devuelva, aunque él ya
lo “tiene”… No resiste el más leve análisis.
Pero hoy el
asunto es un poco distinto. El estudiante de secundaria está inmerso en un
proceso de evaluación permanente. Lo
que es lo mismo que decir que siempre tiene los ojos de sus docentes puestos en
su desempeño curricular y en su forma de
comportarse en clase frente a sus compañeros. Diagnósticos, escritos mensuales,
pruebas sumativas, parciales de mitad de año, parciales de final de año, trabajos
especiales y proyectos constituyen hoy la diversa fauna de criaturas encargadas
de adormecer los sentidos críticos del estudiante y, sobre todo, de someterlo a
un régimen donde el concepto clave es el control.
Es muy
difícil, entonces, que el estudiante se lance al mundo del conocimiento por
puro gusto y por iniciativa propia. Y aun más difícil, por no decir imposible,
que deje de lado el recurso de estudiar de memoria para suplantarlo por el del
pensamiento creativo. Lo que termina sucediendo es lo de siempre: repetición de
conceptos, ejercicios, teorías, etc., que al final no tienen nada que ver con
el estudiante. Esos conceptos, ejercicios y teorías pasan por su cabeza como
podría pasar un soplo de aire por un tubo de plástico. Nada cambia de estado y
concluimos en que, como no se pueden evaluar más que cierto grado de
conocimientos concretos, todo lo demás es irrelevante, prescindible. Y en ese
“todo lo demás” que el sistema educativo no valora se meten, usualmente, la
imaginación, la capacidad creativa, el pensamiento verdaderamente crítico del
estudiante y la generación de un conocimiento propio que, como es nuevo,
tampoco es “medible”.
sábado, 19 de julio de 2014
Escrituras del yo (I): MIENTRAS CORRO
What happened to the funny paper?
Dos veces por semana corro cuatro kilómetros por un camino que aquí llaman de la
Costa. Acompaña en paralelo al río San José y luego de dirigirse hacia el este gira
hacia el sur para desembocar en la ruta 45.
Cosas bastante impresionantes han ocurrido
allí. De algunas prefiero no hablar. Y prefiero no hablar porque simplemente
tengo miedo.
Eso del miedo es porque elijo una extraña hora entre penumbras para correr.
En la parte del camino que va de este a
oeste, cercano al mojón del kilómetro tres, hay una pequeña construcción que
recuerda a un chico que hace varios años murió en un accidente. Las flores
están siempre frescas. Me parece ver unas manos de mujer colocándolas en su
lugar. Aunque nunca he visto a nadie.
Aprovecho para
rezar mientras corro. No lo hago porque sea católico. Lo hago por un simple y
genuino temor a Dios. No está de moda el temor a Dios. Y menos si es de los
inculcados a puro dogma por una catequista medio maléfica como la que tuve en
suerte, aunque la recuerdo con cariño.
Rezo el Padrenuestro. Después el Avemaría.
Después dos oraciones que inventé yo mismo. Termino con el ángel de la guarda.
Todo esto no dura más de medio minuto a una dicción mental ultrarrápida, por lo
que repito las oraciones en cuatro o cinco series de diez mientras hago todo el
recorrido.
Cuando paso por la pequeña construcción
dedico un pensamiento al chico muerto. Iba en moto a trabajar al frigorífico y
una vaca se le atravesó. Así de poco trágica puede ser una muerte. Así de vacua
e inexplicable.
Siempre le pregunto a Dios acerca de aquello,
mientras le rezo. Y siempre me responde lo mismo: silencio. Hay quienes dirán
que eso no es una respuesta. Pero lo es.
I know you from another picture…
En ocasiones, en
vez de correr agarro la bicicleta. Entonces tengo que cuadruplicar el
kilometraje. Llego hasta el punto en que el camino dobla hacia el sur y avanzo
hasta que termina el bitumen. O sea, seis o siete kilómetros más.
Odio tener viento a favor hacia el sur,
mientras me alejo. Porque el viento a favor te da la sensación de que podés
llegar adonde quieras.
Pero después tenés que volver, querido amigo.
Con viento en contra.
Recuerdo un mediodía soleado con viento a
favor. Mi bicicleta es una Seagull china, toda de hierro y con frenos de
varilla. En reposo, es de las cosas más pesadas del mundo. Pero andando es otra
cosa. Se desliza fácilmente.
Ese día había resuelto avanzar un poco más
allá del bitumen. Cuando iba más o menos la mitad del camino que había planeado
pasé por un rancho. Una casa o un rancho. O ambas cosas. Había un transparente
justo frente a la entrada principal. Y del transparente colgaba, por su cuello,
un lagarto enorme.
Miré de nuevo para cerciorarme.
El animal estaba inmóvil. Seguramente el
dueño del rancho lo había dejado como advertencia para otros. Aunque no sé si
un lagarto puede razonar con la facilidad de aquel hombre.
Me vino miedo y me di vuelta.
I guess you
didn´t see it coming…
He tenido algunas malas sorpresas en el
camino.
Una vez le pasé por encima, a pocos
centímetros, a una serpiente enroscada. El animal pegó el salto en la dirección
contraria y quedó desplegada sobre la ruta. No era muy grande pero igualmente
impresionaba. Le saqué un par de fotos con mi anterior celular.
Otro día, en la cabecera de un pequeño puente
que hay pasando el segundo mojón, justo en la curva que desemboca en calle
Treinta y Tres, habían hecho una macumba. Allí estaban los restos amorfos de una
gallina, maíz, bolsas varias, velas derretidas y pegadas a la pequeña vereda
del puente. Un escenario ciertamente singular. Recuerdo que esa vez pensé en
por qué no volvía a correr en el parque, como el noventa y nueve por ciento de
las personas que corren en esta ciudad.
El parque es un ambiente mucho más civilizado.
Un lugar al que uno va y simplemente corre.
En el Camino de la Costa, en cambio, hay
muchas, muchísimas operaciones mentales aguardando. Acechando. Muchas imágenes.
Muchas especulaciones. Muchas preguntas.
The drift wood in
your eyes said nothing short of love for pain…
Una
gallina en un rito es algo extraño, pero algunos pueden tolerarlo.
Un
lagarto colgado del cogote, si es el lagarto que te come las gallinas, puede
pasar.
Pero
en el camino hay algunas cosas peores. Porque cada tanto, flotando en el curso
de agua que pasa debajo del puente, puede verse una bolsa de plastillera atada por
la boca. Son perros. Probablemente cachorros que alguien no quiere cuidar. Les
pegan con un palo en la cabeza, los meten a la bolsa y los arrojan. Y nadie los
saca del agua.
Intento hablar con Dios de nuevo. Sé que hay otro silencio esperándome
por algún lado, y lo quiero.
We used to read
the funny papers.
Siempre escucho a los Red Hot Chili Peppers
mientras corro o ando en bici.
Hubo una época para las otras bandas. Sobre
todo los Gun´s, que me acompañaron en aquellas corridas juveniles en pos de un esquivo
puesto entre los cinco titulares de los varios cuadros de básquetbol en los que
intenté jugar. También, mucho más tarde, habría lugar para U2, los Cranberries,
REM.
Pero desde hace ya varios años ningún álbum es
tan bueno para correr como el Stadium
Arcadium. Aunque el I´m with you
se la emparda.
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