Hace tres años
me tocó hacer una selección de capítulos de la segunda parte del Quijote
para Ediciones de la Banda Oriental. También debí escribir una introducción y redactar
algunas notas. Aquí está lo que preparé para aquellas ediciones
especiales de literatura española que salían con un diario capitalino.
Introducción
El lector y la obra
La Segunda parte del Ingenioso Cavallero Don Quixote de la Mancha
(Madrid, 1615), nos coloca frente a un creador en la plenitud de
su arte. Cervantes ha logrado una serie de avances, rompimientos y
reestructuraciones formales que harán de su obra la primera novela
moderna.
Desde el punto de vista de la experiencia vital, el autor ha sufrido
la decadencia de una vejez empobrecida a la vez que ha visto burlada
su obra principal a manos de Avellaneda, el autor de un Quijote
apócrifo contra el que arremete Cervantes desde el mismo prólogo y
en cuanta ocasión se le cuadre. Se trata entonces de lavar la
afrenta y cerrar a la perfección una obra que jamás debió ser
profanada, pero que, considerando esa profanación, ha tenido en ella
una oportunidad para la reflexión así como una fuente importante de
inspiradas ironías contra el autor escudado en el seudónimo. El
espíritu del prólogo es, por tanto, volver a poner las cosas en su
lugar: el Quijote y Sancho son creación de Cervantes. El único
autorizado a completar esa creación es el lector.
¿Y qué margen de acción le cabe a este último? El narrador
insiste permanentemente en la locura de su personaje. Desde el primer
capítulo de la primera parte se vuelve sobre esto, tanto que
parecería inútil u ocioso pensar en ello desde otra perspectiva.
Pero el lector inteligente al que aspira Cervantes, ese que es capaz
de interpretar de forma apropiada la variedad de funciones narrativas
de estos personajes (ocasionalmente narradores, narratarios,
paranarradores y paranarratarios, por mencionar sólo algunas), tiene
en esta continuación de las aventuras de su héroe una larga lista
de episodios tras los que queda claro que la locura ya no es la base
del engaño. Los capítulos que hemos elegido nos llevan en esa
dirección.
Juegos de tiempo y espacio
En el capítulo XXIII don Quijote se dispone a referir sus aventuras
en la cueva de Montesinos, a la que ha bajado en el capítulo
anterior sostenido por una soga tendida por Sancho y un acompañante,
quienes ahora lo escuchan. El personaje se vuelve narrador en primera
persona de una aventura con ribetes legendarios que lo enaltecen. El
juego temporal y espacial se hace explícito cuando Sancho plantea:
“Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco
espacio de tiempo como ha que está allá bajo haya visto tantas
cosas y hablado y respondido tanto”.
Para Sancho, su amo ha permanecido en la cueva poco más de una
hora. Para don Quijote, en cambio, han sido tres días. El lector
debe realizarse preguntas: ¿es posible que la locura del personaje
permita un entramado lógico tan complejo como la narración de los
sucesos de la cueva?; ¿qué subyace a las extrañas actitudes y
palabras del personaje al salir de allí (final del capítulo XXII)?;
si el Quijote no está loco, ¿cuál es el beneficio tras la urdimbre
de sucesos tan espectaculares que serán escuchados sólo por dos
rústicos?
Por otro lado, es evidente que Sancho ha comprendido rápidamente el
manejo de los mecanismos “mágicos” que explican cualquier suceso
que les acaezca. Él mismo se ha valido antes de ellos en el famoso
episodio del encantamiento de Dulcinea (remitimos al capítulo X de
la segunda parte). En el capítulo XLI se pondrá en juego una vez
más su capacidad creativa. Se trata de la aventura de Clavileño,
enmarcada en la estadía de Sancho y su amo con los Duques. Es
necesario antes plantear algunas claves de lectura que pueden
encontrarse en los capítulos precedentes. El Duque y la Duquesa
están al tanto de las aventuras anteriores del Quijote y de Sancho y
por ello han pergeñado una serie de burlas con las que pretenden
divertirse a costa de los dos. Una de ellas consiste en la
utilización de un caballo fantástico que ha de transportar a los
dos protagonistas a su encuentro con Malambruno. El objetivo es
vencerlo y restituirles a algunas mujeres de la corte de los duques
su apariencia femenina, afectada por barbas producidas tras un
supuesto encantamiento. El Quijote y Sancho deben viajar con los ojos
vendados, aunque en realidad no se moverán del lugar. Todo el
episodio en sí reboza de humor y se remata con un relato de Sancho
en el que cuenta cómo se corrió la venda de los ojos y pudo ver el
planeta y sus habitantes desde las alturas del cielo para después
incluso apearse de Clavileño y jugar con las siete cabritas, a las
que además describe puntillosamente. El Quijote desconfía de todo
esto, pero recuerda lo sucedido antes en la cueva y la incredulidad
de Sancho y aprovecha para sentenciar: “Sancho, pues vos queréis
que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me
creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y nos os digo
más”.
Una nueva pregunta podría ser: ¿cómo se construye la realidad?
El legado del personaje
Los capítulos siguientes a la aventura de Clavileño están
dedicados a los consejos que don Quijote le ofrece a Sancho ante la
inminencia de su cargo de gobernador de la ínsula. Matizados con la
característica comicidad de los diálogos entre los dos, pueden
leerse como la expresión de las ideas del personaje en algunos temas
importantes que hacen a la vida del ser humano.
Los consejos van dirigidos tanto al alma como al cuerpo. Entre los
primeros destacan los referentes al acto de dispensar justicia. “Si
acaso doblares la vara de la justicia —dice
don Quijote— no sea con el peso de la
dádiva sino con el de la misericordia”. ¿Puede haber acaso
tema más actual para los lectores del siglo XXI? A poco menos de
cuatrocientos años, don Quijote continúa interpelándonos.
Otro abordaje importante es el de la virtud en contraposición a la
nobleza heredada. Don Quijote, sin desdeñar de la segunda, toma
partido por la primera: “Mira, Sancho: si tomas por medio a la
virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué
tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores, porque
la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí
sola lo que la sangre no vale”.
No menos significativos resultan los consejos referentes al cuerpo y
el intercambio de palabras sobre los refranes, a los que Sancho acude
a cada instante y el Quijote cada vez más seguido.
Poco después Sancho es trasladado hasta la ínsula Barataria, donde
gobernará con particular inteligencia. De esa serie de capítulos
incluimos el XLV por constituirse en la inauguración del gobierno de
Sancho y en una muestra de su inteligencia mediante la resolución de
ciertos casos problemáticos. De nuevo se repite el mecanismo de
montaje de una realidad fingida. Y de nuevo nuestro personaje es
capaz de salir airoso de los desafíos propuestos, sorprendiendo a
los fingidores con sus decisiones y actitudes. También es un
capítulo rico en posibles relaciones intertextuales. Por su
inserción en la estructura narrativa, los tres breves relatos
incluidos en él pueden relacionarse, entre otras obras, con el
Decamerón de Boccaccio, El conde Lucanor de don Juan
Manuel e incluso el Lazarillo. El valor de estas referencias
no radica en la originalidad de lo que se cuenta sino en las posibles
asociaciones temáticas con las obras mencionadas.
La selección se cierra con los capítulos LXIV y LXXIV. En el
primero se narra la derrota de don Quijote a manos del Caballero de
la Blanca Luna, personificado por el bachiller Sansón Carrasco. Se
trata de un personaje aparecido a comienzos de la segunda parte y al
que el Quijote había vencido ya una vez bajo el nombre de Caballero
de los Espejos (capítulos XII al XV). En esta oportunidad el combate
se decide rápidamente a favor de Sansón Carrasco y el resultado
final es, desde un punto de vista simbólico, la muerte de la ficción
(o de la locura) a manos de una realidad prosaica, insulsa, triste.
El último capítulo, además de conducirnos a la resolución de la
obra, completa el proceso operado en los dos personajes durante toda
la novela: la sanchificación del Quijote y la quijotización
de Sancho. Los dos personajes han interactuado de tal forma a lo
largo de toda la narración que ahora, en el momento final ante la
muerte, el espíritu original de cada uno late en el otro. Don
Quijote (¿o sería mejor decir Alonso Quijano?) y Sancho juegan a
representar, en el último acto, algo completamente distinto a lo que
habían sido desde el inicio.
Es la última transformación posible en una novela donde
prácticamente todo se transforma.
Pedro Peña
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