Domingo.
Elecciones.
Alejandra se va a trabajar a una mesa de votación. Es secretaria, así que le toca bailar con la más fea. Mis padres llegan a casa a las 6:45. Mi madre se desliza en la cama grande junto a Santiago y yo me voy en el auto con mi viejo a presentarme como primer suplente en una mesa rural. Recorremos treinta y dos quilómetros y conversamos. Las charlas mano a mano con mi viejo nunca fueron muy frecuentes. En algún momento de mi vida lo culpé por eso. Ya no. Tomamos por el camino de la costa (se llama así porque acompaña en paralelo al río San José) y pasamos por una serie de tambos de un mismo dueño.
-Mirá –me dice- estos tres tambos que estamos pasando son los de… (persona muy rica de San José, que además atiende otros múltiples rubros). Yo trabajé acá cuando vos tenías un año. ¿Sabías?
-No. No sabía nada.
-Me venía los lunes y me quedaba hasta el sábado. Me dieron un ranchito.
-Mirá…
-Si vos hasta viniste con tu madre varias veces.
-¿Y en qué?
-Te traía en bicicleta.
-¿Veinte quilómetros?
-Sí. Un poco más es en realidad.
Más adelante me mostró una construcción a dos aguas bien blanca y de techo de chapas de zinc.
-Ahí está el rancho.
-Bastante bien, ¿no?
-Sí. Ahora.
Llegamos a la escuela rural de Colonia Italia. Me bajo, me presento a los titulares, firmo un papel, firman ellos, no me precisan, salgo. Me acabo de ganar mil pesos, dicen. Y una charla con mi padre. Y además el placer de manejar un auto más nuevo que el Opel. Si antes me gustaba la democracia, ahora más.
20:30 h. Más menos.
Alguien dice que probablemente se anule la ley de caducidad. Yo para mí pienso: al fin. Me siento feliz. El pueblo ha decidido que la justicia vale la pena.
¡Qué bien la democracia!, me felicito.
22:40 h.
Confirman que la ley de caducidad sigue vigente. Mi primer pensamiento ante la confirmación: ¡por qué soy parte de un pueblo que sigue eligiendo que madres, padres e hijos no puedan ejercitar libremente el ejercicio del perdón! ¡Los obligan a perdonar que les hayan desaparecido un hijo, una madre o un padre!
Me caliento y ya no me consuelan los mil pesos ni la conversación con mi padre –a quien sí tengo y quien sí me tiene-, y me voy a dormir hecho un bicho.
Un gesto de Santiago en su cuna logra sacarme una tenue sonrisa que se me desdibuja cuando me lavo los dientes. El lunes amaneceré con la mandíbula trincada y los músculos de la cara hechos coyunda.
Elecciones.
Alejandra se va a trabajar a una mesa de votación. Es secretaria, así que le toca bailar con la más fea. Mis padres llegan a casa a las 6:45. Mi madre se desliza en la cama grande junto a Santiago y yo me voy en el auto con mi viejo a presentarme como primer suplente en una mesa rural. Recorremos treinta y dos quilómetros y conversamos. Las charlas mano a mano con mi viejo nunca fueron muy frecuentes. En algún momento de mi vida lo culpé por eso. Ya no. Tomamos por el camino de la costa (se llama así porque acompaña en paralelo al río San José) y pasamos por una serie de tambos de un mismo dueño.
-Mirá –me dice- estos tres tambos que estamos pasando son los de… (persona muy rica de San José, que además atiende otros múltiples rubros). Yo trabajé acá cuando vos tenías un año. ¿Sabías?
-No. No sabía nada.
-Me venía los lunes y me quedaba hasta el sábado. Me dieron un ranchito.
-Mirá…
-Si vos hasta viniste con tu madre varias veces.
-¿Y en qué?
-Te traía en bicicleta.
-¿Veinte quilómetros?
-Sí. Un poco más es en realidad.
Más adelante me mostró una construcción a dos aguas bien blanca y de techo de chapas de zinc.
-Ahí está el rancho.
-Bastante bien, ¿no?
-Sí. Ahora.
Llegamos a la escuela rural de Colonia Italia. Me bajo, me presento a los titulares, firmo un papel, firman ellos, no me precisan, salgo. Me acabo de ganar mil pesos, dicen. Y una charla con mi padre. Y además el placer de manejar un auto más nuevo que el Opel. Si antes me gustaba la democracia, ahora más.
20:30 h. Más menos.
Alguien dice que probablemente se anule la ley de caducidad. Yo para mí pienso: al fin. Me siento feliz. El pueblo ha decidido que la justicia vale la pena.
¡Qué bien la democracia!, me felicito.
22:40 h.
Confirman que la ley de caducidad sigue vigente. Mi primer pensamiento ante la confirmación: ¡por qué soy parte de un pueblo que sigue eligiendo que madres, padres e hijos no puedan ejercitar libremente el ejercicio del perdón! ¡Los obligan a perdonar que les hayan desaparecido un hijo, una madre o un padre!
Me caliento y ya no me consuelan los mil pesos ni la conversación con mi padre –a quien sí tengo y quien sí me tiene-, y me voy a dormir hecho un bicho.
Un gesto de Santiago en su cuna logra sacarme una tenue sonrisa que se me desdibuja cuando me lavo los dientes. El lunes amaneceré con la mandíbula trincada y los músculos de la cara hechos coyunda.
3 comentarios:
Quedé no sólo desilusionado sino desconcertado con el resultado del plebiscito. Estaba seguro de que el Sí iba a obtener los votos necesarios. Todavía no entiendo bien qué paso, pero hay algo que está claro: estamos viviendo en un país dividido en dos. Es terrible, estemos donde estemos parados, más allá de mi voto personal, que fue por el sí.
Buenas!...Pudimos haber dejado de ser un pueblo de "solos" pero los desmemoriados hacen eso, repetir la historia...
La injusticia legalizada es una venda... nos deja solos, no nos deja ver al otro a los ojos. No se han dado cuenta muchos que se hablaba mucho más que de pasado, se hablaba de futuro, de dignidad, de libertad y de reelaborar una historia entre todos, reivindicando éstas y otras cosas.
la verdad todavía no lo creo...
Es así... Por otra parte, ya se había descartado previamente cualquier opción que tendiera a la moderación.
and miles to go before I sleep,
and miles to go before I sleep...
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