sábado, 20 de agosto de 2011

Diccionario de mitos y afines


Adonis. Supuestamente, el más bello de los hombres. Tan bello era que mientras estuvo vivo ejercitó sus dotes de seducción en la no menos bella Afrodita. Después, al morir, enamoró a Perséfone, reina del Hades, el mítico reino de los muertos para los griegos. Algunos apuntes curiosos: Adonis fue hijo de una relación incestuosa entre Cíniras, rey de Chipre, y su hija; además, murió embestido, aparentemente, por un jabalí. ¡No estuvo bien que muriera así el más lindo de nosotros! El mito flaquea en este punto…

Agamenón. Famoso rey de Micenas y de Argos, jefe de la avanzada griega contra Troya. Era hermano de Menelao y, por esa razón, cuñado de la hermosa Helena de Esparta que después, tras el “rapto” de Paris, pasó a llamarse Helena de Troya. Agamenón es una de las figuras principales de la epopeya homérica, tanto que es una acción suya la que inicia las aventuras narradas en La Ilíada. Se enfrentó de palabra con Aquiles (que ya era algo), y siempre se destacó por cierta habilidad para medir rivales y situaciones. Tampoco tuvo problemas cuando, para obtener vientos favorables para su armada, debió sacrificar a su hija Ifigenia a los dioses. Cuando terminó la guerra de Troya y Agamenón volvió victorioso a Micenas, Clitemnestra, su mujer, y Egisto, el amante de su mujer, lo estaban esperando para matarlo. Unos cuantos años después, Orestes, hijo de Agamenón, lo vengará. Es decir, una familia como tantas…

Amazonas. Según las fábulas que refieren a los tiempos heroicos, las amazonas constituían una raza guerrera y se alineaban bajo el dominio de una reina, la más famosa de las cuales fue aquella Hipólita que fuera muerta por Hércules como parte de uno de sus trabajos. El término “amazona” en griego significa “la sin seno”, y alude a la costumbre de estas guerreras de mutilarse esa parte del cuerpo para lograr una mejor tensión del arco de guerra. En tiempos donde la cirugía estética empercude nuestras más elementales moralinas, el de las amazonas es un caso a meditar. Finalmente digamos que las amazonas, simplemente con fines reproductivos, solían ocasionalmente mantener relaciones con hombres a los que mandaban de nuevo a su hogar después del espurio acto.

Anfitrite. Diosa del mar y esposa de Neptuno, ayuna de cualquier rol preponderante dentro de los mitos griegos. Es decir, pasó sin pena ni gloria, y ya casi nadie la nombra. Desde estas páginas, saludamos en ella a todos los seres anónimos que pudieron haber sido alguien o algo, y no lo fueron.

Ángel. Figura celestial que actúa como lacayo de Dios, mensajero, anunciador, castigador, etc., etc. No distingue ciclos mitológicos, así que tanto puede encontrárselo en las religiones cristianas como en las sarracenas, en las budistas como en las gnósticas. Se cree que las figuras angelicales son un residuo politeísta del actual monoteísmo.

Apolo. Célebre deidad griega, Apolo es hijo de Zeus y de la titánica Leto (Júpiter y Latona, respectivamente, en la tradición latina). Se cuenta que Apolo era muy bello y, por si esto fuera poco, estaba dotado con habilidades importantes para la música, la poesía y la adivinación. Su base de operaciones estaba en Delfos, lugar que se hizo famoso a raíz de esto y de que allí Apolo había vencido a la serpiente Pitón. Pero, claro está, siempre hay una leyenda negra: en la Ilíada de Homero, por ejemplo, Apolo se solidariza con el sacerdote troyano Crises y ataca despiadadamente a los griegos con flechas de peste. Además, como era tan bello como mujeriego, y como a veces la belleza no bastaba para convencer a las mujeres en las que ocasionalmente fijaba su atención, se le adjudican a Apolo unos cuantos raptos y otras tantas violaciones. En definitiva, un ser polémico.

Aquiles. ¿Qué podemos decir de Aquiles que ya Homero no haya dicho? De todas formas digamos que Aquiles fue un hombre signado por el mal carácter y la mala suerte. Como prueba de esto último baste el hecho de que el único punto débil de este guerrero griego era una pequeña parte de su cuerpo, el talón, y justo allí fue a enterrarse una flecha vagabunda disparada por el cobarde Paris... ¡Eso es mala suerte! Peor que lo de Adonis, si se me permite.

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