domingo, 21 de agosto de 2011

CANADÁ (I)


Desperté a las seis y media de la mañana, solo, en la cabaña. El sol ya entraba por las aberturas de madera y un trino de pájaros hermoso e indefinible se encargaba de borronear los rastros de un sueño un tanto extraño. En el sueño, mi madre me hablaba acerca de la abuela, de lo mal que la estaba pasando y de algunas cosas de mi hermano. Lo llamativo era que lo hacía en inglés, lo que redundó en que en determinado momento yo me diera cuenta de que aquello no podía ni debía ser otra cosa que un sueño.
Ya escribía en aquel momento. Creo que escribía desde fines de 1994 o algo así. Me acuerdo que, estando en Uruguay, todos los viernes compraba el Cultural y cada tanto me sorprendía con la noticia de un escritor jovencísimo, uruguayo, que publicaba con total éxito de crítica sus dos primeras novelas. Yo, en cambio, escribía, pero no era escritor. Y quería con toda mi alma serlo, por lo que le profesaba una espantosa envidia a este joven talento que aparecía tan seguido en las páginas especializadas y que además era algo así como un rebelde o una oveja negra. ¡Vaya con las maromas de la vida! Ahora, que se supone que soy eso que quería, lo único que me gustaría hacer cada tanto, tal vez sólo media hora al día, es escribir… Y creo que este muchacho ya ni siquiera escribe… en fin…
El nombre de la cabaña era Mc Keag´s . A veces me tocaba en Mc Keaney´s. A veces Sussex o alguna otra, pero siempre hacia el lado sureste de la isla de Copeland, donde estaba el campamento.
Tomé una toalla, encendí el walkman y me puse los auriculares. Me calcé mis sandalias y salí al camino, es decir, a la delgada trocha que se abría entre la densa vegetación del monte canadiense y que comunicaba todas las veinte cabañas con la zona del campus central, también llamada pradera, y en la que señoreaba una bandera roja y blanca con una hoja de arce en el centro y ante la cual cantábamos, todas las mañanas, el correspondiente himno: “Oh Canada, our home and native land…”, un himno mucho más lindo que el uruguayo, entre otras cosas porque nunca habla de morir e incluso contempla un lugar entre sus versos para la palabra “love”.
Pero aquel día era el domingo de descanso. Descansábamos un sábado y un domingo cada quince días. La noche anterior la mayoría de mis compañeros que habían decidido permanecer en la isla en vez de volver a Winnipeg, se habían quedado hasta tarde en una fiesta de comida, baile y algo de alcohol, de suerte que ahora dormían con sueño pesado, incluso hasta el mediodía. Yo había regresado a la cabaña temprano, tal vez a las doce, había tomado la cajilla de cigarros y había decidido que fumaría a como diera lugar. Tenía que ser cuidadoso en extremo pues se trataba de una “non smoking island”. La maniobra podía depararme un muy indecoroso regreso a mi país. Había fumado cerca de Lone Pine, el lugar al que además me gustaba ir todas las mañanas a rezar un par de oraciones por un chico fallecido pocos días antes de que yo emprendiera el viaje y a quien conocí muy bien en campamentos de este otro lado del Ecuador.
Ahora volvía a Lone Pine y estiraba los brazos y las piernas en un ejercicio rutinario. Estaba tranquilo, expectante. Recé. Después caminé doscientos metros hasta el Polar Bear Club, subí al muelle de madera, observé el agua y salté.
El agua, a pesar de ser verano (un verano muy especial el canadiense, aclaro… nunca más de veintidós grados, el mediodía y al sol y con todo a favor…), estaba congelada. Escuché ruido del otro lado de la playa. Poco después se asomaron dos cuerpos desnudos, blanquísimos y de incipiente redondez que me saludaban agitando las manos. Se trataba de mi buena compañera B. y de mi buen amigo BJS. Habían pasado juntos la noche en alguna de las cabañas libres y ahora recomponían fuerzas de ese modo tan inusual. Les correspondí el saludo y volví a subir al muelle por la escalera. Me sequé rápido y volví a la cabaña. Después de un rato decidí que mi día de descanso iba a completarse en una isla próxima. Pasé por la cocina y apronté el mate. Me equipé con frutas de la cámara de frío y un par de latas de pescado. Pedí permiso para tomar una de las cincuenta canoas disponibles, me calcé el chaleco, cargué sobre mis hombros la canoa de fibra de vidrio desde el depósito hasta la orilla, la deposité en el agua, me arrodillé al medio de la embarcación tratando de guardar bien el equilibrio y remé hacia el norte. Remaba un minuto de cada lado, sosteniendo a veces el remo a forma de timón, para no ladearme demasiado a uno de los costados. Frente a mí estaba la isla de las águilas calvas. Mientras no hubiera osos en los alrededores, estaba de parabienes.

4 comentarios:

Jorge Abeel dijo...

Que relación de oposición hay entre canallada y Canadá, un ya (lla) solo un amigo puede tener paciencia, y no salgo de este entuerto, porque en un lunfardo gaucho pa-ciencia, quizás si es que existe, alguien quiera decir que estudió para algo de ciencia, y todo para llegar a decir, que el que escribe es escritor, porque muchos muertos después de muertos fueron escritores, porque de esto no hay título, por más que usted quiera que lo condecoren, todo esto es culpa suya, que estoy leyendo el Quijote, ese libro Ancho y Panza, que un hombre no es poeta, porque escriba bien o mal, por libros o por panfletos, que ya he dicho que la mente con el corazón escribe en los aires, y no hay imprenta que los chape. La pregunta es, si escribió su memoria, o tenía los apuntes archivados. Esos dioses paganos, me los tengo todos sabidos, es fantástico con los ensueños que aquellas gentes vivían, no hemos madurado mucho, porque el Circo aún sigue, son otros los esclavos y otras las fieras, y los dioses no los voy a nombrar. Ya que escuché libertad o muerte, hace días que me ronda la inquietud, no se podría quitar las facciones al sol del pabellón, y ser más normales, me agrada lo ridículo particular, no lo colectivo, pero un sol con ojos, boca y nariz, y sin orejas, es una simple entre tantas quejas. Digo que en el Quijote abundan los gazapos, pero es una por lo que voy, mina de entretenidos pasatiempos, no hay forma de hacerle una crítica o pretender una sátira maliciosa, la locura es tan cuerda, que ni la palabra Mancha, contamina, y uno cree más que Sancho, porque hasta Dulcinea parece fermosa. Saludos amigo, y volvemos para la segunda parte, me quedé pensando en Ulises, por qué no lo soltó de cabezas en la laguna, siempre está el detalle, que indica lo que es humano, y lo que no. jorge

Pedro Peña dijo...

Siempre es un gusto leer tus comentarios, Jorge!!! tE RESPONDO: estas memorias van decantando cada tanto (ya que te gustan los anagramas, jeje) y aparecen más allá o más acá. En mi defensa tengo el que es todo absolutamente real, grabado a fuego en la memoria.
Me alegra sobremanera que estés leyendo o hayas leído el Quijote. No hay obra igual a esa!!! Está todo allí, el llanto, la risa, todo, todo.
Un fuerte brazo!!!

Jorge Abeel dijo...

Amigo, yo me quedé mirando en mi primer comentario, un tiempo la foto del post, es que yo ya había leído un post vuestro y comentado, de aquellos lugares, por eso mi pregunta si era todo producto de la memoria, o de notas que uno suele ir trazando. El Quijote bien sabe usted, que tiene seiscientas páginas, y tengo la costumbre de resumir, y casi no se salva ninguna carilla de mi escrutinio, por lo cual ya me veo enfrascado en hidalga contienda con la bibliotecaria, por los plazos de préstamo. Es inevitable no resumir, dichos o circunstancias en la novela, donde abunda el ingenio, y como dice por allí, no hay memoria que el tiempo no acabe, por lo que hay que tomar nota. Saludos.jorge

Fabián Muniz dijo...

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