jueves, 13 de diciembre de 2012
IN MEMORIAM: POLÉMICO RAY BRADBURY (1920-2012) y las minorías
CODA (Texto escrito por Ray Bradbury para la edición de 1979 de su libro Fahrenheit 451, editorial Del Rey).
Traducción: Pedro Peña.
Hace más o menos dos años, llegó una carta de una joven dama de Vassar, muy solemne, contándome cuánto había disfrutado leyendo mi experimento en mitología espacial, Crónicas Marcianas.
Pero, agregaba ella, ¿no sería una buena idea, con el paso del tiempo, re-escribir el libro insertando más personajes y roles femeninos?
Unos cuantos años antes, recibí cierta cantidad de correo que concernía al mismo libro acerca de Marte quejándose de que los únicos negros del libro eran los del Tío Tom y preguntando por qué no “los hacía de nuevo”.
También en esos días me llegó una nota de un blanco sureño sugiriendo que yo era prejuicioso a favor de los negros y que la historia completa debería ser desechada.
Hace dos semanas llegó a mi montaña de correo una pequeña carta de una bien conocida casa editorial que quería republicar mi relato The Fog Horn como material para las escuelas secundarias.
En mi relato, yo había descrito un faro que tenía, tarde en la noche, cierta iluminación que salía de él y que era una “God-Light” (N. de T.: Luz Divina). Mirándolo desde la perspectiva de cualquier criatura del mar, uno hubiera sentido que estaba frente a “the Presence” (N.de T.: “la Presencia”).
Los editores habían decidido borrar “God-Light” y “the Presence”.
Hace unos cinco años, los editores de otra antología para estudiantes de secundaria editaron un volumen con 400 relatos cortos. ¿Cómo puede alguien forzar 400 relatos de Twain, Irving, Poe, Maupassant y Bierce para que quepan en el mismo libro?
La simplicidad en sí misma. Desollar, deshuesar, quitar la médula, filetear, poner a calentar, fundir y destruir. Cada adjetivo que podía ser importante, cada verbo que se movía, cada metáfora que pesara más que un mosquito, ¡afuera! Cada comparación capaz de provocar un leve tick en la boca de un idiota, ¡afuera! Cada desvío que explicara la filosofía propia de un escritor de primera línea, ¡perdido!
Cada relato, afinado, hambreado, demacrado, desangrado por sanguijuelas hasta quedar blanco, era igual a cualquier otro de los relatos. Twain se leía como Poe, que se leía como Shakespeare, que se leía como Dostoievski, que se leía, al final, como Edgar Guest. Cada palabra de más de tres sílabas había sido rasurada. Cada imagen que demandara tanto como un segundo de atención, tiroteada hasta la muerte.
¿Comienzan a entender esta maldita e increíble imagen?
¿Cómo reaccioné a todo esto?
Le prendí fuego a todo.
Enviando esquelas de rechazo a todas y cada una.
Enviando pasajes a la asamblea de idiotas para los más lejanos confines del infierno.
El punto es obvio. Hay más de una forma de quemar un libro. Y el mundo está lleno de gente corriendo por todos lados con fósforos encendidos. Cada minoría, sea tanto Bautista, Unitaria, Irlandesa, Italiana, Octogenaria, Budista Zen, Zionista, Adventistas del séptimo día, Republicanos, Matachines, siente que tiene el derecho, la tarea, de administrar el querosén y encender el tubo.
Un mes atrás envié una obra, Leviathan 99, al teatro de una universidad. Mi obra está basada en la mitología de Moby Dick, dedicada a Melville, y trata acerca de la tripulación de un cohete y su capitán obsesionado por el espacio, que van a encontrarse con el Gran Cometa Blanco, y así destruir al destructor. Mi drama fue estrenado en París este otoño. Pero, al menos por ahora, la universidad respondió que difícilmente se atrevieran a llevarla a cabo: ¡no había mujeres en la obra! Las damas feministas de la universidad tomarían sus bates de baseball si el departamento de actuación lo intentara siquiera.
Les respondí que, si nos pusiéramos a contar, una gran parte de Shakespeare nunca más podría ser visto, especialmente si contábamos líneas, donde encontraríamos que todo lo que era sustancial generalmente iba a lo masculino.
Este ya es un mundo loco, y se volverá peor de loco si les permitimos a las minorías, sean éstas enanos o gigantes, orangutanes o delfines, pro-cabezas nucleares o defensoras del agua, pro-computadoras o enemigas de las máquinas, ignorantes o sabias, interferir con la estética. El mundo real es el campo de juego para todos y cada uno de los grupos; su tiempo para hacer y deshacer leyes. Pero la punta de la nariz de mi libro o mi relato o mi poema es donde sus derechos terminan y mi imperativo territorial comienza, rige y reglamenta. Si a los mormones no les gustan mis obras, dejemos que escriban las suyas. Si los irlandeses odian mis Dublineses, dejen que alquilen escritores a sueldo. Si los profesores y los editores de escuelas de gramática encuentran que mis oraciones rompe-mandíbulas hieren sus pequeños dientes de leche, dejemos que coman una torta suave remojada en un té flojo hecho en su propia fábrica sin Dios. Si los intelectuales chicanos quieren recortar mi "Wonderful Ice Cream Suit" para que en vez de “suit” diga “Zoot”, dejemos que se afloje el cinturón y los pantalones caigan.
Entonces, enfrentémoslo, la digresión es el alma del talento narrativo. Quítenle la filosofía a Dante, a Milton o al fantasma del padre de Hamlet y lo que quedará no será más que huesos secos. Laurence Sterne dijo una vez: “las digresiones, incontestablemente, son la luz del sol, la vida, ¡el alma de la lectura! Quítenlas y entonces un frío y eterno invierno reinará en cada página”.
En suma, no me insulten con las decapitaciones, las cortadas de dedos o los pulmones desinflados que ustedes planean para mis obras. Necesito de mi cabeza para decir que sí o que no, de mi mano para saludar o para hacer de ella un puño, de mis pulmones para gritar o susurrar con ellos. No consiento en ir amablemente hasta un estante, destrozado, a convertirme en un no-libro.
Todos ustedes, jueces, regresen a las gradas. Árbitros, a las duchas. Este es mi juego. Yo lanzo. Yo bateo. Yo atrapo. Yo corro las bases. Al atardecer, habré ganado o perdido. Al amanecer, allí estaré otra vez, tratando de nuevo.
Y nadie puede ayudarme. Ni siquiera tú.
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