sábado, 13 de julio de 2013
SECCIÓN RESCATE: PROFECÍAS Y LITERATURA
La Égloga.
Los proféticos Libros Sibilinos de la tradición latina se perdieron. Inspirado en ellos, Virgilio escribiría en el año 37 a. C. su famosa Égloga IV, una críptica profecía destinada a generar polémica y malos entendidos a lo largo de la historia y que transcribo a continuación traducida por Philéas Lébegue:
Ya vuelve la última era de la predicción de Cumes,
De nuevo comienza el gran orden de los siglos.
Ya vuelve también la Virgen, vuelve el reinado de Saturno;
Ya una nueva raza desciende del alto cielo.
Tú, casta Luciana, favorece solamente al niño naciente
Por el cual primero cesará la edad de hierro,
Luego aparecerá la raza de oro por el mundo entero:
Ya reina tu Apolo.
Un siglo después, cuando las historias sobre Jesús de Nazareth comenzaban a conocerse en Roma, estos versos adquirieron estatus de premonición. Muchos vieron en aquel “De nuevo comienza el gran orden de los siglos./ Ya vuelve también la Virgen...,/”, etc., una visión profética del nacimiento del verdadero primus inter pares. Treinta y siete años antes (aproximadamente), Virgilio lo había escrito. Esta idea, defendida por los cristianos de los primeros tiempos, crece en popularidad hacia la alta edad media debido a la necesidad de sacralizar elementos culturales provenientes del paganismo. Con la misma lógica con que se readaptaron las fiestas saturnales, se redimensionaron los versos del poeta latino más importante de la antigüedad clásica.
Ahora bien, ¿qué tal si dijéramos, siguiendo en esto a Carcopino (Virgile et le Mystere de la IVe Eglogue), que la mencionada composición es un intento de Virgilio de manifestarse condescendiente con un tal Pollion, quien recientemente había sido nombrado Cónsul, y que, además, iba a tener un hijo por esos días? Ese hijo, un tal Salonius, que provocó la creación de versos inmortales, no hizo nada extraordinario (por así decirlo), y murió muy joven.
Dante, Estacio y Virgilio.
En su obra, Dante condena a políticos que fueron sus enemigos (incluso todavía vivos en el plano de lo que llamaríamos la realidad al momento de la escritura de la obra), redime a alguno de sus violentos familiares, manda al Infierno a Papas y prelados e incluso llega a adjudicarse una visión de Dios, algo que otros grandes poetas y filósofos condenados por él mismo al limbo nunca llegarán a obtener (en su imaginario, Sócrates o Platón nunca llegarán a “ver” la Verdad; ¿acaso no se trata, para ellos dos al menos, del peor castigo de todos?). Es que Dante, lejos de aquel hombre confundido, perdido en la selva oscura en la mitad del camino de la vida, en realidad actúa como Dios.
Haciendo gala de sus divinas facultades de juicio, en consonancia con la creencia medieval de que Virgilio había profetizado el nacimiento de Jesús, una de las invenciones más inteligentes del poeta tiene que ver con esa profecía. En el Canto XXI del Purgatorio Dante y Virgilio deambulan por el círculo donde los avaros pagan por sus faltas. En determinado momento los atemoriza un fuerte temblor de la montaña. Una sombra se les aproxima, explicándoles que lo que han percibido es el estremecimiento del cielo ante su propia alma, que se ha purificado por entero y cuya voluntad es la de ascender libre de las cargas de la culpa hacia el tercero de las reinos.
Dante pide al espíritu recién llegado que se identifique. Ante la sorpresa de ambos, la sombra dice ser Estacio, el célebre poeta latino autor de una Tebaida y una incompleta Aquileida. Pero lo que más impresiona de este encuentro es la voluntad de esta alma de pasar más tiempo sufriendo los castigos del Purgatorio si por algún artilugio divino se le permitiera nacer de nuevo en los tiempos de su admirado Virgilio, de quien lo distanció un siglo, y a quien aun no ha podido identificar en aquella sombra que acompaña a Dante.
Dante sonríe y explica que quien lo acompaña es justamente Virgilio. Estacio quiere arrodillarse pero Virgilio lo impide y le pregunta cómo es que un poeta latino, cuyas obras no dejan traslucir ningún rasgo de cristiandad, ha sido premiado con el ascenso a los cielos. Y aquí viene la fantástica invención de Dante: Estacio, cuya admiración por Virgilio no conoce límites, ha sido iluminado por la IV Égloga. A su abrigo ha conocido a los primeros cristianos y ha compartido sus ideas. Por eso, a pesar de haber cantado a los mitos paganos (es curiosa la justificación de este hecho esgrimida por el propio Estacio), se encuentra a un paso de la salvación.
Imaginemos por un momento lo que debe haber pensado Virgilio, la humilde resignación de la que tiene que haber sido capaz para tolerar que sea otro el que se salve mientras él, autor material de la Égloga IV, está condenado por toda la eternidad a prescindir de la visión de Dios. Imaginemos a Dante: a pesar de su admiración, no tiene otra opción que condenarlo.
(Agosto de 2006)
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