DOBLE DISCURSO SOBRE EL PLACER
(otra vez de la columna en el Primera Hora)
BREVE MARCO TEÓRICO. La dualidad cartesiana mente-cuerpo, o, como la llamaría Vaz Ferreira, la falsa oposición mente-cuerpo, tuvo mucha importancia en la conformación de nuestra relación con el placer. Sólo quiero remitirme a aquella lejana concepción del mundo material (el mundo de los vivos) como un valle de lágrimas en el que se sufre con la esperanza de una eternidad mejor. Este pensamiento tuvo una raigambre muy fuerte en la Edad Media europea, donde los clérigos y las distintas castas sacerdotales promovieron comportamientos ascéticos y miserables entre sus fieles sin ser capaces ellos mismos de sustraerse al lujo del oro y la buena mesa con que adornaban sus templos y sus vientres. Y dejo aparte otros placeres de la carne que también solían frecuentar. Hablar del clero puede resultar, claro, una generalización injusta, como todas las generalizaciones. En la historia de la Iglesia, así como es probado que ha habido seres crueles y avarientos, también ha habido faros que alumbran desde la pobreza, como San Francisco o, saltando varios siglos, los teólogos de la liberación.
Pero lo cierto es que el ser humano tiende a considerar el placer como una carga en vez de como un goce. Hay cierto complejo de culpa en aquel que disfruta de los placeres carnales cuando en cada instancia de enseñanza a que ha sido sometido, el sufrimiento ha sido componente sine qua non. En nuestro tiempo, además, sucede que el placer está cien por ciento relacionado con el cuerpo, mientras que aquello de “goce intelectual” no es más que un atisbo de formulación teórica totalmente desestimulado por la cotidianeidad televisiva. Y es que no puede haber estímulo al “goce intelectual” si no hay intelecto.
LA FIESTA DEL CONRAD. Estoy mirando un informativo en la televisión… Aparece una mujer muy hermosa, tal vez una conocidísima modelo o cantante o actriz que yo, por suerte, no conozco. El periodista es casi tan estúpido como ella:
-¿Cómo estás viviendo esta fiesta en el Conrad?
-Ay… -(risas)-. En el Conrad todo puede pasar… Hasta te podés enamorar… -risas de nuevo y cruce de miradas y guiñadas con alguien que pasa por detrás de la cámara.
-¿Cómo viviste todo esto?
-Impresionante…, ¡viste lo que es esto!
Bueno…, así hablando de estas cosas tan inteligentes podrían estar hasta que los sorprendiera la muerte.
La fiesta del Conrad era una fiesta erótica o algo así. Muchas mujeres de figura perfectamente modelada usando la menor cantidad de ropa posible y realizando movimientos circulares seductores con sus caderas y sus piernas. Grandes tacos, grandes ausencias de tela, grandes bustos cubiertos por enormes agujeros. Una fiesta por demás exclusiva. ¡¡¡Así se divierten los grandes señores y las grandes señoras!!! La mujer pasa a ser un objeto de posesión y nunca un sujeto. El género masculino se reduce a una bola de instintos reprimidos, pues el objeto de su deseo camina y se contornea ahí adelante, a dos metros de él, pero a su lado está su mujer, a la que ya quiere ir a tirar desde el último piso del hotel cinco estrellas para quedarse con la modelo. En fin… Todo muy inteligente. Todo muy banal. Si hubiera viajes en el tiempo y fuera posible traernos a San Agustín, ¿qué diría de estos avances? Tal vez los comprendería, en el entendido de que él también fue pecador antes de ser santo.
EL PLACER DEL SEXO Y SU CONTROL. Vivimos permanentemente controlados. Miles de años de cristianismo han modelado incluso hasta nuestras leyes, al punto de que la institución social y legal del matrimonio ha pasado a ser una copia laica del sacramento religioso. Monjes y clérigos de diversas religiones, cuando quieren controlar algo, lo primero que controlan es la sexualidad de sus fieles. Incluso su propia sexualidad, a la que se sienten obligados a poner coto y que, usualmente, termina por desparramárseles de ese límite (o por generarles una culpa tan pesada como una montaña sagrada), porque la llamada de la especie es siempre más fuerte que cualquier control. Porque el ser humano teme morir, teme borrarse del mundo, y para eso necesita reproducirse, y si hubo un Dios, y claro que lo hubo, fue lo suficientemente inteligente para que la pulsión sexual fuera más fuerte que cualquier mecanismo de control.
Pero el control de la sexualidad por parte de la intelectualidad religiosa (cualquier religión, digo de nuevo) o de la filosofía me lo banco. Incluso me parece totalmente respetable que cada uno haga lo que quiera con lo que Dios le dio (¿y para qué se lo dio?). Pero cuando el control de la sexualidad y del placer lo hace el dinero, ahí la cosa cambia. Porque para esa fiesta del Conrad necesito dinero. Si no, no puedo ir. Ahora la economía global no sólo controla las tasas de natalidad de los países sino que también controla su acceso al placer. Bah…, estoy diciendo esto como si fuera nuevo y resulta que la prostitución parece ser el oficio más viejo del mundo.
El otro aspecto al que quiero referirme brevemente es al de los asistentes a esa fiesta. Había allí políticos destacados de las dos orillas, artistas destacados de las dos orillas, músicos y hasta algún escritor perdido. Ellos, que tienen los medios necesarios, acceden al placer de forma directa (y si les alcanza para pagar una noche de sexo con la/el modelo que les interese, todavía más directamente) mientras que nosotros, los que tenemos que salir al otro día a laburar como buen hijo de vecino, recibimos sólo el coletazo televisivo. Sexo, droga y rock ´n roll era antes. Ahora es plata, fama y sexo. Y los demás que la miren por tevé. Bien controladitos.
Pero lo cierto es que el ser humano tiende a considerar el placer como una carga en vez de como un goce. Hay cierto complejo de culpa en aquel que disfruta de los placeres carnales cuando en cada instancia de enseñanza a que ha sido sometido, el sufrimiento ha sido componente sine qua non. En nuestro tiempo, además, sucede que el placer está cien por ciento relacionado con el cuerpo, mientras que aquello de “goce intelectual” no es más que un atisbo de formulación teórica totalmente desestimulado por la cotidianeidad televisiva. Y es que no puede haber estímulo al “goce intelectual” si no hay intelecto.
LA FIESTA DEL CONRAD. Estoy mirando un informativo en la televisión… Aparece una mujer muy hermosa, tal vez una conocidísima modelo o cantante o actriz que yo, por suerte, no conozco. El periodista es casi tan estúpido como ella:
-¿Cómo estás viviendo esta fiesta en el Conrad?
-Ay… -(risas)-. En el Conrad todo puede pasar… Hasta te podés enamorar… -risas de nuevo y cruce de miradas y guiñadas con alguien que pasa por detrás de la cámara.
-¿Cómo viviste todo esto?
-Impresionante…, ¡viste lo que es esto!
Bueno…, así hablando de estas cosas tan inteligentes podrían estar hasta que los sorprendiera la muerte.
La fiesta del Conrad era una fiesta erótica o algo así. Muchas mujeres de figura perfectamente modelada usando la menor cantidad de ropa posible y realizando movimientos circulares seductores con sus caderas y sus piernas. Grandes tacos, grandes ausencias de tela, grandes bustos cubiertos por enormes agujeros. Una fiesta por demás exclusiva. ¡¡¡Así se divierten los grandes señores y las grandes señoras!!! La mujer pasa a ser un objeto de posesión y nunca un sujeto. El género masculino se reduce a una bola de instintos reprimidos, pues el objeto de su deseo camina y se contornea ahí adelante, a dos metros de él, pero a su lado está su mujer, a la que ya quiere ir a tirar desde el último piso del hotel cinco estrellas para quedarse con la modelo. En fin… Todo muy inteligente. Todo muy banal. Si hubiera viajes en el tiempo y fuera posible traernos a San Agustín, ¿qué diría de estos avances? Tal vez los comprendería, en el entendido de que él también fue pecador antes de ser santo.
EL PLACER DEL SEXO Y SU CONTROL. Vivimos permanentemente controlados. Miles de años de cristianismo han modelado incluso hasta nuestras leyes, al punto de que la institución social y legal del matrimonio ha pasado a ser una copia laica del sacramento religioso. Monjes y clérigos de diversas religiones, cuando quieren controlar algo, lo primero que controlan es la sexualidad de sus fieles. Incluso su propia sexualidad, a la que se sienten obligados a poner coto y que, usualmente, termina por desparramárseles de ese límite (o por generarles una culpa tan pesada como una montaña sagrada), porque la llamada de la especie es siempre más fuerte que cualquier control. Porque el ser humano teme morir, teme borrarse del mundo, y para eso necesita reproducirse, y si hubo un Dios, y claro que lo hubo, fue lo suficientemente inteligente para que la pulsión sexual fuera más fuerte que cualquier mecanismo de control.
Pero el control de la sexualidad por parte de la intelectualidad religiosa (cualquier religión, digo de nuevo) o de la filosofía me lo banco. Incluso me parece totalmente respetable que cada uno haga lo que quiera con lo que Dios le dio (¿y para qué se lo dio?). Pero cuando el control de la sexualidad y del placer lo hace el dinero, ahí la cosa cambia. Porque para esa fiesta del Conrad necesito dinero. Si no, no puedo ir. Ahora la economía global no sólo controla las tasas de natalidad de los países sino que también controla su acceso al placer. Bah…, estoy diciendo esto como si fuera nuevo y resulta que la prostitución parece ser el oficio más viejo del mundo.
El otro aspecto al que quiero referirme brevemente es al de los asistentes a esa fiesta. Había allí políticos destacados de las dos orillas, artistas destacados de las dos orillas, músicos y hasta algún escritor perdido. Ellos, que tienen los medios necesarios, acceden al placer de forma directa (y si les alcanza para pagar una noche de sexo con la/el modelo que les interese, todavía más directamente) mientras que nosotros, los que tenemos que salir al otro día a laburar como buen hijo de vecino, recibimos sólo el coletazo televisivo. Sexo, droga y rock ´n roll era antes. Ahora es plata, fama y sexo. Y los demás que la miren por tevé. Bien controladitos.
3 comentarios:
Reprimí mi propio comentario.
¿Era cura el periodista?
Esteeee..., sentite libre, Ignacio. democracia al menos en esto.
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