viernes, 14 de agosto de 2009

FILOSOFÍA DE ALMACÉN: deporte, violencia y catarsis


(El siguiente texto forma parte de mi columna semanal del Primera Hora en San José.)


Domingo. 11 a.m. estamos con familia extendida, cocinando y hablando de bueyes perdidos, como los viejos. Es que estamos todos más viejos. Santiago y su primo Andrés, que se llevan cinco meses, lo dejan en evidencia.
Daniel (padre de Andrés), que es un músico amateur bastante aventajado, deja la guitarra y dice:
-Che… ¿cómo habrá estado la pelea de Chris Namús?
-No sé –respondo-. Ni quiero saber.
Pero a lo mejor sí quiero, porque un minuto después estamos en el cuarto de la computadora en internet. Ya sabemos que la uruguaya perdió por nocaut y nos aprestamos a ver el episodio en el youtube.

CATARSIS Y PULSIONES AGRESIVAS. Me da un poco de vergüenza admitir que no sentí lástima por lo que le estaba pasando a la boxeadora. La colombiana, una negra fortachona y reconcentrada (cero futuro en el espectáculo, eso sí) había desatado una maraña de golpes sobre el rostro angelical de nuestra púgil más famosa que ahora se debatía entre el desmayo y la desazón. El público hizo un silencio de luto, como si en vez del Palacio Peñarol se tratara del Maracaná hace cincuenta y nueve años.
Viendo todo aquello comienzo a pensar que alguien está loco y no soy yo. Muchas veces pienso en esto, aclaremos, pero en este caso particular mi convicción es acérrima: todos los que practican deportes como el boxeo, todos los que pegan y se hacen pegar en público y a veces frente a cámaras que transportarán las imágenes hasta millones de cerebros, bueno, esos tipos están locos. Y además son parte de un negocio. Y que quede claro lo siguiente: justifico y comparto la buena cosa que es practicar algún deporte relacionado con la defensa personal. Lo que no justifico es que ver a dos personas atacarse hasta la anulación esté bueno.
La pregunta que guíe nuestra reflexión debería ser: ¿por qué nos gusta el boxeo? ¿Por qué nos gusta ver que dos seres humanos se hagan daño con sus propias manos y después se saluden como si fueran caballeros de honor en la mesa redonda del Rey Arturo o damiselas ridículas y preciosas de las cortes de los últimos Luises? Para la respuesta conviene ir a la psicología. A una rústica psicología de almacén que le haga justicia a esta sección: ¡estamos haciendo catarsis! Es decir, cambiamos de estado una pulsión agresiva que está dentro de nosotros y la volcamos hacia un mundo entre simbólico y real representado por los combatientes de ocasión. Está claro que si a mí me gustara el boxeo no serviría para otra cosa que para hinchada. No sé lo que es pegarle a alguien más allá de aquellas escaramuzas escolares o liceales que todos acometimos. Aún así, a través de este fenómeno, me queda la posibilidad de participar aunque sea desde cierta lateralidad.
Para explicar de forma mínima esta posibilidad, digamos que la catarsis es un fenómeno que tanto puede darse en el deporte como en las artes y consiste en un sutil mecanismo de identificación entre los protagonistas de determinado antagonismo (las dos palabras vienen del gr. agón, “lucha”) y los espectadores. Un efecto de la catarsis se da, por ejemplo, cuando nosotros, que nunca fuimos asesinos ni se nos pasa por la cabeza tolerar la idea de la pena de muerte, sentimos un goce intensísimo cuando el personaje principal mata al malvado. En términos del deporte, la catarsis se da cuando nos identificamos con tal o cual equipo o tal o cual boxeador. Por eso, hace siete días, miles de personas quedaron calladas, porque esas miles de personas (¿tres mil?, ¿cuatro mil?) eran de alguna forma Chris Namús y creían en lo que ella representaba.
Ahora bien…, la que estaba allí para recibir los golpes era ella sola. Y no porque alguien se lo hubiera pedido. Lo más terrible es que ella quiso, de alguna manera, recibirlos. Y por supuesto que todos nosotros, también de una forma u otra, queríamos que los recibiera.

OTRA VEZ EL FÚTBOL. El boxeo o las competencias de taek-won-do (espero que se escriba así y no suscite mi ignorancia un castigo por demás inapropiado a mi status pacifista) llevan implícita la idea de la violencia. Todos los concurrentes a esos “espectáculos” saben que va a haber golpes, caídas, sangre e incluso muerte. Van justamente a ver eso, y como van de a miles, mi reproche hacia los avances de nuestra especie quiere ser recalcitrante. Pero cuando alguien va a presenciar un partido de fútbol, por más que el mecanismo de la catarsis sea bastante similar, espera ver cuestiones más estéticas, moñas, goles, caños, fintas, etc., relacionadas todas a una manifestación de la inteligencia corporal. Uno generalmente no espera encontrarse con golpes. He aquí sin embargo que en cuatro días dos equipos de fútbol uruguayos participaron de sendos juegos (juegos…) que, tras episodios de violencia explícita, no pudieron completarse.
Vayamos a Peñarol. Parece que un jugador del cuadro rival le deja la mano enganchada a un mediocampista aurinegro. Éste reacciona de forma bastante exagerada y arremete a golpes de puño contra el otro. Vienen los demás, se arma batahola y cada cual para su casa… En el caso de River Plate la cosa fue aún más lejos: un hincha del equipo contrario (Blooming de Bolivia) penetra en el campo de “juego” y le tira el cuerpo arriba a un jugador albirrojo.
En ambos casos lo que se desdibuja es el sistema de catarsis. En el caso del jugador de Peñarol que reacciona contra el otro, lo correcto, lo simbólicamente correcto, hubiera sido jugar mejor y a través de ese comportamiento vengar de forma simbólica la violencia recibida de forma real. En el caso del hincha, lo que sucedió es que dejó de sentirse representado por los integrantes del equipo de sus simpatías y entonces, no teniendo la posibilidad de esa catarsis simbólica, actuó irrumpiendo en el plano de la realidad.
Como se ve, cada vez andamos más cruzados.

7 comentarios:

Fabián Muniz dijo...

¿Y te gusta El Señor de los Anillos? ¿Qué gracia tendría la historia si no hubiera batalla contra los orcos? ¿Si se pusieran a hablar y firmaran un contrato de división de terrenos, por ejemplo?

Un abrazo!!!
A.A

Pedro Peña dijo...

Archi: justo ese es el punto: las novelas de Tolkien me permiten la catarsis simbólica de las pulsiones. Pero Tolkien no mató a nadie para escribirlas. Y añado una cosa más: mirando uno de los tantos documentales que se hicieron sobre las películas me enteré de que cuando Sam va a entrar al agua al final de la primera película el actor que lo representa e hiere seriamente un pie con un vidrio de botella que había quedado enterrado en el fango del río. A partir de esa noticia, cada vez que veo esa escena me pregunto cosas y pienso en el tiempo que le llevó volver a filmar, algo así como un mes. Te juro que es una sensación rara desprenderse de la realidad para ir sólo a la ficción

saludos

Unknown dijo...

a: Tae Kwon Do
b: Me parece que se trata de la constante ruptura de lo ritualizado que se da en nuestros tiempos. Cuando digo "nuestros tiempos" me refiero a algo que se gesta durante todo el siglo XX y de antes. La culpa no es de los celulares ni de interné, aunque quizá éstos contribuyan al generar en el individuo la ilusión de que las cosas se consiguen demasiado rápido, con el concomitante manejo pobre de la frustración. La culpa -necesitamos corderos- es de los artistas, seguro. El abandono del soneto a favor del caligrama o la poesía concreta. Dejar los cuadros por las instalaciones. Todo el trabajo de siglos de simbolización se desarma hacia lo concreto, porque lo que el cerebro humano no soporta es lo que él mismo ha creado. Frustración es la palabra. Somos demasiados.
Yo mismo podría rebatir lo que acabo de poner, pero me encanta la posición del que tira este tipo de piedras.

Guillermo Alvarez Castro dijo...

Discrepo fraternalmente contigo, Pedro. El boxeo es un deporte que consiste, primero, en evitar que te peguen y, segundo, en dar más golpes netos que tu adversario. En los Estados Unidos, se valora más la violencia del combate (los boxeadores que acá llamamos "fajadores"), como bien puede verse en películas como Rocky (la secuela, porque la primera es buena). Con ese mismo criterio, posiblemente, el entrenador de Chris Namús la mandó a intercambiar golpes en lugar de a mantener la distancia, cosa que le permitía su mayor alcance de brazos. Y así le fue. Puede ser que el mundo esté utilizando el deporte como catarsis. Pero yo no noto mayor diferencia con lo que está pasando en otros ámbitos tales como las competencias televisivas (tipo "reality") donde es mucho más importante humillar al perdedor que aplaudir al ganador. Un abrazo.

Pedro Peña dijo...

Estimados: gracias a todos por pasar. Ignacio: tiendo a estar de acuerdo con lo que decís.
Guillermo: ¡qué bueno encontrarte en estas vueltas!!!
Discrepamos es verdad. Pero debo admitir mi ignorancia en términos boxísticos, a pesar de que algunos relatos de lucha y boxeo son espectaculares. En fin… la raíz de nuestra discrepancia creo que es esta, por lo menos de mi lado: estoy con el filósofo alemán Cassirer, vivimos en un mundo simbólico y cuanto más lejos lleguemos en ese mundo, mejores seres humanos seremos (en términos aristotélicos estaríamos profundizando nuestra diferencia específica sobre nuestro género más próximo –el animal-). En esta sin dudas pobre síntesis de las ideas de Cassirer, no sé dónde entran dos personas agrediéndose delante de miles, tal vez millones si consideramos la televisión. Creo que, con la misma liviandad que juzgamos ciertos comportamientos medievales, en un futuro tal vez no tan lejanos seremos juzgados por este tipo de entretenimientos.
Y lo último que planteaste de los reality, ahí sí coincidimos.
Un abrazo afectuoso

Pedro

Unknown dijo...

Me preocupa que Chris se lastime...
Lo simbólico... Es que hay símbolos tan eficientes... Tendríamos que escribir libros sobre eso.

Jorge Abeel dijo...

No sé qué es el ser humano, pero violencia tengo yo en mis razonamientos, razón que ha creado sus propios barrotes, y violencia tiene el asteroide que irrumpe en la tierra, desde nuestro punto de vista y por ser lo que somos como especie, somos mitad buenos y mitad malos, solo intentamos deshacernos de uno u otro sentimiento, y algunos hacen uso según les convenga. Violencia es una palabra, violencia es querer ser mejor que el otro, los humanos compiten no por catarsis, sino para hacerle honor al aspecto material, que es la condición que exige la vida según como la tenemos conocida, es decir conocemos la muerte y mientras haya muerte en el ser que ve la vida, habrá violencia, por eso innatamente crea unas u otras, ya sea en su mente o en películas ridículas, etc estamos en una etapa casi animal (por más que alguien me diga lo contrario), las películas, los comerciales, el futbol, el tenis, el ajedrez, etc etc, todo es jaque mate, el Estado lleva a sus ignorantes a la guerra, (como lo hizo Napoleón, etc., y para colmos idolatramos la violencia con excusas algo mejor que las del mono) el dinero lleva al hombre a la violencia, el magnate lleva a su empleado al dolor, y el empleado quiere ser magnate, y yo nunca quisiera ser Maradona, ni la madre Teresa de Calcuta, porque el querer del hombre es violencia “mierda” (dice Mirta Legrand-almuerzos con violencia). Lo siento mucho pero no es suficiente (es violencia) que yo diga todo esto es violencia para muchos. El ser humano quiere no ver violencia en el cuadrilátero de su universo, pero quiere divertirse y complacerse, entonces el boxeo es violencia el futbol no, porque el futbol me divierte, entonces no lo denunciaré como violento, comete violencia al matar la vaca y lo mismo el que le sostiene la pata, en definitiva el hombre es en su naturaleza violento para vivir, y claro esto no es Vida, esto es un pasaje para ver quien mañana si mañana Martes es más bueno sinceramente y poder liberarse de la violencia. Este mi razonar es violento, porque no soy libre, soy pecado y mi violencia me vive. En cuanto a Tolkien, diré: no hay que matar a nadie, y no obstante así mismo también se mata (NO olvideis al coautor y al cómplice, y mucho menos las apologías disfrazadas de dogmas ingeniosamente urdidas. jorge