domingo, 1 de febrero de 2009

EL "MENTIRITA" (para DGB)


Como muchos de ustedes ya saben, vivo en una cooperativa de viviendas que aún no tiene un año de inaugurada. Eso significa que debimos trabajar dos años y medio como peones de albañil. Les puedo asegurar que existen pocas criaturas tan particulares como un albañil. El código de “ética” de la albañilería es uno de los más firmes y corporativistas que conozco, y podría resumirse en la siguiente sentencia: “hacé el trabajo con la mínima rapidez necesaria para no quedar regalado, y nunca tan rápido como para dejar regalado a tus compañeros”. Cuando un “rápido” aparece, enseguida se le arriman dos o tres de los que ya estaban en la obra y, mediante una suerte de acoso verbal constante (“¿adónde vas con ese auto?”, “¿se le hace tarde al mocito?”, “vo´, decile a aquél que le van a pagar el mismo día que a nosotros”, etc., etc.), logran tironearlo hacia abajo, dejarlo en el pelotón. Pasado el tiempo, él mismo se convertirá en un inspector de velocidad de otros nuevos que pudieran aparecer con excesivo entusiasmo. A nosotros los cooperativistas, que si bien éramos peones, también éramos “patrones”, ese código nos caía bastante pesado, porque dilataba el tan ansiado momento de ocupar nuestras casas. Yo, por mi parte, comprendía bien que si se apuraban, el trabajo se les terminaba antes. Llegado el caso, con una familia por delante, yo haría lo mismo, pensaba.
En ese contexto, quiero hablarles de Jorge Rodríguez (y por suerte debe haber cientos de albañiles que se llamen así). El hombre debía tener unos cincuenta años, era petiso, tenía una chivita desprolija y cuando hablaba rápido nadie le entendía. Lo pusieron de peón de mano a alcanzarle material a “la Mulita”, una especie de sen en el arte de la albañilería, que se jubiló enseguida que inauguramos y a quien le regalamos, por su apodo, una mulita tallada del mercado de los artesanos. Pero eso no tiene nada que ver. Vuelvo con Rodríguez. Resulta que una mañana uno de los que estaban trabajando en el módulo 17 dijo que se iba para las termas. Otro dijo que ya había ido, que estaba bárbaro, y así se empezó a hablar de viajes y esas cuestiones. Uno, Rocco, había trabajado en Paraguay, planteando así el destino más lejano que alguno de los que allí estaba podía imaginar (yo, para no parecer un bobón creído, no comenté nada de mis meses de trabajo en Canadá y en Perú, típica falsa modestia uruguaya). Rodríguez había escuchado todo con una especie de atención expectante, esperando nervioso a que por fin le llegara su turno. Y cuando le llegó se despachó con que había estado trabajando nada menos que en Noruega, y no sólo en Noruega (pocos sabían dónde era eso), sino que en los mares de Noruega, en una plataforma de petróleo de cierta compañía.
Acá conviene aclarar que el albañil es, por lo general, un hombre muy educado. Cuando se va a reír de alguien con quien todavía no tiene confianza no lo hace de forma evidente. Mira unos segundos hacia abajo, retuerce la boca en un rictus de contención, alza la vista, busca la mirada cómplice de algún otro, al que mira de soslayo, y dice algo así como: “¡Pahhh…, era grande esa mojarra, que no cabía en el balde…!”
Durante unos días le siguieron buscando la boca a Rodríguez. Le hacían hablar acerca de cómo era la vida en la plataforma, de sus tareas (supuestamente lo habían llevado como cocinero porque alguna vez había hecho un curso en UTU y tenía buenas referencias de una panadería conocida de San José), de los lugares que había visitado y, sobre todo, del sistema de prostitución que se generaba en los pueblos costeros como consecuencia de la existencia de esas plataformas. Sin que Rodríguez se diera cuenta, se reían de él. Lo habían apodado “el Mentirita”, pero él no lo sabía.
Cuando lo supo, se calentó. Dejó de hablar con varios de sus compañeros que, como lo conocían un poco más, bromeaban sobre él ya en voz alta. “Mentirita” pasó a ser un vocativo más en un mundo donde ya había un “Mulita”, un “Rocha” (el albañil en cuestión había nacido allí), un “Torcido” (no había más que verlo) y un “Jujuy” (onomatopeya de su forma de reír).
Pero el hombre se calentó tanto que un día se apareció con una carpeta con un contrato firmado con la tal compañía. Además mostró fotos donde aparecía con una impecable vestimenta de cocinero de primer mundo, todo de blanco y sin la más mínima mancha, rodeado de una serie de máquinas increíbles e indescifrables.
Silencio total. Tapón de boca, como se decía hace un tiempito.
De ahí en más el misterio rodeó al Mentirita. ¿Cómo había llegado hasta Noruega? ¿Cómo había hecho para gastarse toda la plata que había ganado (él hablaba de unos cien mil dólares de ahorro en dos años)? Y sobre todo, ¿qué hacía un tipo “preparado” como él metido de peón de albañil?
Si bien el status de Rodríguez subió un poco con respecto a sus compañeros, algo no cambió: por más que la cosa había probado ser cierta, el apodo quedó. Todos le decimos así si lo vemos por la calle, y en cualquier obra que vaya a entrar de seguro arrastrará ese mote como Sísifo arrastra eternamente la piedra.
El mundo de los albañiles es muy, muy, muy interesante.
Créanme.

8 comentarios:

Rafael Tortt dijo...

¡Dígamelo a mi que estuve trabajando en eso!. Cinco años estuve en Holanda, trabajando en el puerto de Róterdam, para un empresa Francesa que fabricaba bloques que importaban los chinos para venderlos a Finlandia.

Leonardo de León dijo...

Buenísimo, Pedro. El texto se lee con una risa tras otra. Todo un mundo el de la albañilería, sí. Mi padre fue (es) pintor de autos. Otro mundo para explorar: el de los talleristas.
Un abrazo grande.
L.

Unknown dijo...

Pero... pero... pero... ¿Y las historias de la plataforma? Yo no sé si a los demás lectores les pasa, pero esto fue un aperitivo, un abreboca... Ahora hay que ponerse con esos cuentos o acá mismo armamos un relajo.

Fabián Muniz dijo...

Muy bueno el texto. Jaja... "El mentirita". Sigo riéndome. Ahora... ¿Está dedicado a Damián por ser mentiroso? Pero, entonces... Ahhhh, Damián, si no me mostrás fotos no te creo que estuviste en Tonga...

Abrazo!!!

Pedro Peña dijo...

Estimados: gracias por pasar.
LAC: no creo tener la fuerza narrativa necesaria para acometer a un personaje como el mentirita en la plataforma. Sí me acuerdo de que su historia favorita era sobre uno de sus días libres, uno cada veinte, y se la pasaba junto a los otros de parranda. Eso, y que había varios uruguayos. Poca cosa.
Archiduque: va dedicado a DGB porque supuestamente me iba a pagar cierto dinerillo por algo de este personaje, dinerillo con el que cuento para mis vacaciones de estos días, así que avísenle que me haga el depósito.
LDL: me llevo tus poemas a la playa el fin de semana.

Saludos

Unknown dijo...

Había puesto un comentario y hasta citaba a Real de Azúa. Se me cayó la conexión.
Pero era positivo e incitaba al debate, así que discutan conmigo nomás.

Damián González Bertolino dijo...

Pedro:
Muchas gracias por la dedicatoria (más allá de lo económico que, como sabés, es de poca elegancia tratar en este medio). Ahora, ¡qué historia la de este tipo! ¡por favor! Me parece que la clave, el misterio, está en ese espacio que se abre entre ese dinero ahorrado y luego su vida de albañil.
En cuanto a lo de Ignacio, creo que él citaba a Real de Azúa por algo que tendría que ver con la actitud de los albañiles. Es decir, eso de "amortiguador" que para este pensador tenía nuestra sociedad, y que para muchas cosas, esto lo digo yo, se transforma en una cosa maldita.
Un abrazo.

Pedro Peña dijo...

DGB: sí, es por ahí que tiene que venir lo de Ignacio con Real. Y eso del misterio es así nomás. Me parece que el tipo se compró su casa, en un barrio humilde y después imagino que habrá ido gastando la plata de a poco. No será el primero ni el último...

Aprovecho para despedirme por unos breves días. En Brisas del Plata, ignorado balneario de la costa oeste, no hay internet, y ni siquiera hay teléfono. Es como vivir en otro planeta.
Nos leemos a la vuelta.