sábado, 27 de septiembre de 2008

La pérdida del control (cuento)


-Siempre he creído dos cosas. La primera es que uno no puede controlar lo que sueña. La segunda es que uno sí puede controlar lo que no sueña. Es decir, aquello con lo que desea no soñar. ¿Me explico?
-Creo que sí. Continúe.
-Esto es producto de la práctica, ni más ni menos. Comencé a hacerlo cuando era joven, a la luz de determinados hechos que solían acontecerme. ¿Quiere que le hable de eso?
-¿Quiere usted hablar de eso?
-Si..., no sé. Allí nos lleva la conversación. Me parece.
-Adelante entonces.
-Bueno. Lo que a menudo me sucedía era algo muy común. Yo veía o experimentaba determinado estímulo y, al poco tiempo, soñaba con aquello. Por ejemplo, veía un documental de reptiles y, dos o tres noches después, soñaba que mi casa se convertía en un reptilario asqueroso lleno de víboras y lagartos. O en el noticiero pasaban las imágenes de un accidente y entonces soñaba con mi cuerpo destrozado entre los hierros de un auto. Cuando lo aburra me avisa.
-Quédese tranquilo. No me aburre. Además, mi trabajo es escucharlo.
-Y ayudarme, ¿verdad?
-En realidad ayudarlo a que se ayude. Prosiga, por favor.
-Bien. En determinado momento comencé a darme cuenta de eso que me sucedía y, simplemente por una conducta refleja, empecé a negarme a soñar con los estímulos. ¿Quiere que le ponga un ejemplo?
-Claro.
-Lo que hacía era pensar, al mismo tiempo que experimentaba el estímulo, que yo no iba a soñar con eso. Es decir, si veía el documental de serpientes, me predisponía mentalmente a no soñar con esas serpientes. ¿Entiende?
-Sí.
-¿Usted fuma, doctor?
-No.
-Le molesta si fumo mientras charlamos. No sé qué me pasa hoy. Nunca me habían dado ganas de fumar en su consulta.
-No hay problema.
-¿Está seguro? Debe haber pocas cosas más molestas para alguien que no fuma que alguien fumando en torno suyo.
-Le he dicho que no. Fume. No hay problema.
-Bien. Siendo así. ¿Dónde estaba?
-En lo de la estrategia para no soñar con determinadas cosas.
-Es verdad. Pero le confieso que al principio no fue una estrategia. Fue algo accidental. Empezó a ser estrategia cuando me di cuenta de que eso que hacía en realidad funcionaba. ¿Tiene cenicero?
-Allí, al lado suyo.
-Muy lindo. ¿Dónde lo consiguió?
-Eso no importa. Prosiga con su asunto.
-Una dama, ¿verdad?
-Por favor...
-Disculpe. No he querido ser indiscreto. Siguiendo con lo mío, le cuento que estaba muy feliz con mi hallazgo. No todo los días se hacen descubrimientos de ese tipo. ¿Qué piensa usted? Verdad que es una cosa importante. Es decir, poder controlar eso es casi un imposible, y yo he podido.
-Algo muy interesante, en efecto.
-Si. Me doy cuenta. Aunque tal vez usted piense que es algo más bien extraño que interesante.
-En cierta medida.
-¿Por qué lo dice?
-Porque me temo que usted, en su afán de controlar sus sueños, no repara en el hecho de que justamente allí es donde tiene la clave de su enfermedad.
-¿Puede explicarse?
-Lo haré. Imagínese que su inconsciente comienza a ser encerrado por sus ideas conscientes. Lo que usted hace es poner en una bolsa, de forma consciente, todas las cosas con las que le desagradaría soñar. El problema es que esa bolsa puede comenzar a desbordarse en cualquier momento. A romperse. Entonces usted va a sufrir, de forma inevitable, una gran cantidad de pesadillas muy intensas. Imagínese soñando con su cuerpo despedazado en el asiento delantero de un auto y que, justo en el momento de mayor dolor, porque en los sueños a veces se siente dolor, justo en ese momento, una enorme serpiente entra por la ventanilla y lo observa cara a cara, y lo hostiga.
-No podría ser peor.
-Podría. Imagínese además que usted venía en el auto acompañado de esa dama con la que podría haberle sido infiel a su esposa. ¿Cuánto habría que explicar? ¿Cómo podría alguien sobrevivir a un sueño de esas características?
-¿Cómo es que se llaman esos fenómenos en los que a uno le parece estar viviendo algo que ya vivió?
-Dejá vu. ¿Por qué esa pregunta?
-Porque justamente eso es lo que me parece ahora con esta conversación que tenemos. Siento como si ya la hubiéramos tenido. En fin. No importa. Siga con su charla.
-Esto no es una charla. Es una consulta. Estoy trabajando.
-Disculpe. Por un momento lo olvidé. Pues bien, siga con su trabajo. Yo lo escucho.
-Bien. ¿Dónde iba?
-Me estaba explicando acerca de mi bolsa de sueños evitados.
-Es cierto. Bueno, lo que he querido decirle es que por ahora, y tan solo por ahora, usted ha tenido el control de sus sueños. Pero en cualquier momento puede perderlo. Hay para todo un límite, y cuando ese límite se cruza las consecuencias suelen ser peligrosas. Sobre todo en el aspecto psicológico. ¿Me entiende?
-Más o menos.
-Usted, amigo, es decir, paciente, peca de soberbio al querer adueñarse de algo que no le corresponde. El inconsciente es una entidad independiente de su conciencia. Cualquier intento de reglarlo o inducirlo solo puede terminar en la paranoia. Por eso su hallazgo me parece relativo y le pido por favor que considere usted el dejar de “controlar” sus sueños. Dejar que su inconsciente se sienta libre de nuevo y haga lo que le parezca mejor. Verá entonces que sus miedos irán desapareciendo de a poco.
-Lo que usted me dice es algo que no puedo ni siquiera concebir.
-Pues debe hacerlo si quiere de verdad mejorar. ¿Se siente bien?
-¿Usted lo dice porque me tiembla la mano y encendí otro cigarro?
-Si. Lo noto más nervioso que de costumbre.
-Es por lo que usted me está pidiendo.
-No es tanto.
-Es demasiado. Me está pidiendo que renuncie a un don que me ha sido ofrecido. O mejor, que yo mismo he descubierto. No tiene idea de lo que eso significa para mí. La tranquilidad que me ofrece. Pero claro. Usted nunca se ha despertado en medio de la noche a punto de ser engullido por una loba que comienza por comerle los testículos. O en la madrugada haciendo el amor con su propia hermana a quien usted quiere más que a nadie, sabiendo perfectamente lo que está haciendo. Usted nunca ha estado en ese avión que va a estrellarse contra la montaña, o nunca lo ha perseguido un oso negro en un bosque de pinos violetas. Nunca se ha precipitado por una catarata durante horas y horas sin terminar de caer. Nunca ha estado en una habitación totalmente oscura en la que lo único que se distingue son los ojos de una criatura que lo está mirando.
-Lo que le pido es que se deje fluir. Que no reprima.
-No puedo. No quiero. Usted debería entenderlo. No voy a renunciar a esto.
-Usted no tiene el control de sus sueños. Olvídelo. Es solo una ilusión de su mente enferma.
-¿Qué le pasa? Nunca me había hablado de esa forma.
-Quizás debí hacerlo antes. Usted está muy enfermo realmente. Y lo sabe. Yo también lo sé. ¿Por qué no decirlo? Mírese. ¿Qué le sucede? Casi puedo adivinar que en su cabeza hay una idea fija en este momento.
-Usted siempre ha mantenido cierto respeto profesional conmigo. Yo creí que...
-Yo creí. Yo creí. Yo creí..., déjese de patrañas. Usted sabe que está loco. ¿Cómo puedo respetar a un loco? O acaso no está pensando en este preciso instante en lo espantoso que sería perder su capacidad de controlar los sueños. ¡Cómo si alguna vez la hubiera tenido!
-Esto no puede ser.
-¿Qué no puede ser? ¿Que yo sepa lo que usted está pensando? ¿Qué yo sepa que la idea que le propongo es tan aborrecible para usted que en este mismo instante se está diciendo “no..., yo ni siquiera voy a soñar con esto”?
-Usted..., hablando de esa forma...
-¿Y?
-No..., estoy pensando...
-¿Qué?
-Pero no puede ser...
-¿Qué no puede ser?
-Es decir..., no debería... Yo hice lo de siempre.
-Explíquese.
-No quería soñar esto.
-¿De qué habla?
-Me doy cuenta que estoy soñando. Soñando con que pierdo el control de mis sueños.
-Se lo advertí. ¡Págueme y despierte!

lunes, 15 de septiembre de 2008

COSTUMBRES DE UN IMPERIO



Por GEORGES LIZARD

(mucho me temo que sea un seudónimo…)

Traducción de D. A. Tomsich

(mucho me temo que sea para despistar...)



Breve historia del Imperio


Que Dios nos desampare si aquel Imperio no era el más grande y perfecto conocido, permaneciendo sin rival al respecto por innumerables centurias.
Se extendía desde allende el mar negro hasta el mar del norte, y eso sólo en su anchura, porque el lado más largo del rectángulo que el Imperio formaba iba desde esa línea que he trazado hasta el océano más grande de todos los océanos. A veces me asaltan pensamientos acerca de nuestra pobreza de espíritu, nuestra miseria cortante y me digo, para convencerme de que así son las cosas, que esto sólo es posible gracias a que ya se ha marchado para siempre el Tiempo de los Imperios. Pero otros dirán, por supuesto, que es mejor el actual sistema donde todos tenemos la ilusión de que somos iguales, por más que en definitiva los que lo son, son muy pocos, y lo son entre sí, y probablemente no entre nosotros. En los Tiempos de los Imperios no éramos iguales, por supuesto, pero lo sabíamos, y hoy, como enanos sin peso levantados y zarandeados por el devenir de los elementos, ignoramos casi por completo nuestra condición y, cuando al fin comenzamos a sospecharla, nos callamos, desviamos la atención, atendemos otros menesteres.
Pero no quiero perderme en digresiones acerca de nuestro actual estado, sino de una buena vez ir hacia el Imperio y dejar constancia de sus costumbres, que por distintas a las nuestras, no estaría bien hacer como si no hubieran existido nunca, sino que mejor habría que tomarlas como ejemplo a seguir, hoy, que los ejemplos a seguir ciertamente no abundan, sino que escasean como el agua en el desierto, como la mujer en los monasterios (en casi todos, al menos), o como las parábolas en las versiones corregidas de la Biblia que los pastores dan a sus fieles.
Así las cosas, me referiré aquí a aspectos de la Historia de este Imperio, cuyo nombre aparentemente fuera Tien Shao, pero del que se sabe que poseía un nombre estrictamente secreto para quienes se referían a Él desde ciertas y especiales circunstancias, y como este nombre era secreto en aquel entonces, y la gente de aquel entonces ha muerto, con ella ha fenecido también ese otro nombre, dado según la fábula por Huancay I después de haber conquistado y sojuzgado a los pueblos de la franja oeste, pueblos pestilentes y desagradecidos cuyo empeño máximo no era otro que el de matar a Nuestro Emperador, que a su vez tenía un empeño similar para con ellos. Y ya que comencé por Huancay I, debe decirse que durante su apogeo recién comenzó a configurarse la idea del Imperio, porque antes el mundo había estado sucumbiendo a la nociva disposición de infinitos reinados locales que no hacían otra cosa que deshacerse en guerras y conflictos, invasiones y violaciones, muerte y maldad por doquier.
Por supuesto que Huancay I no pudo sustraerse a la forma imperante en aquel entonces para obtener el poder, por supuesto que no; por supuesto que debió invadir, y que cuando hablamos de invasiones también hablamos de muerte, violaciones, torturas con diestros aparatos, y, en definitiva, la misma sangre roja y sempiterna. Pero Nuestro Emperador tenía un motivo para todo aquello, a diferencia de los bárbaros ignorantes que se le oponían, que por cierto no tenían ninguno más que el de una pretendida libertad más ilusoria cuanto más sacada a luz por los que morían ejecutados tras la justicia del Imperio. Y ese motivo era fuerte y noble, como todos los motivos de Nuestros Emperadores, y el hecho de que nadie lo conociera, de que todo el mundo lo ignorara, no debe asentar la confusión de que el motivo era cualquiera, o, incluso como han revelado ciertos estudiosos de la historiografía del Imperio, la mucho peor confusión de que no existía tal motivo y de que Huancay I hacía todo aquello por una vocación de crueldad cuya magnitud nadie había alcanzado hasta entonces.
En resumen, el Emperador tenía un motivo y los bárbaros se le oponían. Y en este aparentemente sencillo dilema radican todas las razones que los fieles guerreros de Huancay I tenían para obedecerlo y ofrendar su vida por Él. Porque, digámoslo de una vez y en honor a la verdad, Huancay I nunca fue un Gran Emperador Guerrero, como los que vendrían después, en particular aquellos Huancay desde el IV al VII. El éxito de las campañas de Huancay I estribaba en la cantidad de guerreros de la que disponía, que siempre era al menos diez o doce veces superior a la de los rivales. Y siempre era necesario que, para que muriera uno de los guerreros enemigos, murieran tres, a veces cuatro, de los de Nuestro incipiente Imperio. Y así como los modernos historiadores hablan de la incapacidad militar de Huancay I para la guerra, otros, con criterios que vienen desde el fondo de Nuestro Tiempo, manifiestan a quien quiera oírlos que en realidad la táctica de Huancay, esa, la de ser muchos más que los otros, no deja de ser la mejor táctica de todas, lo que se constituiría en prueba fidedigna de su inteligencia superior.
Bástennos por ahora estas breves reflexiones cuyo fin no era otro que el de dar inicio a otras que vendrán después. Porque si una cosa es cierta en estos reinos sin dioses, en estos tiempos actuales tan reñidos con el Pasado Glorioso, es que muchas cosas pueden decirse de aquel Imperio, más aún de las que es necesario que se digan para el solaz de nuestros hermosos niños, cuya devoción hacia los personajes heroicos es cada vez más inusual.

sábado, 13 de septiembre de 2008

entrevista a HENRY TRUJILLO


En la efímera existencia de Talón de Ulises tuve el privilegio de entrevistar a varios escritores uruguayos (Leonardo Cabrera, Damián González Bertolino, Leonardo De León, Valentín Trujillo, Lauro Marauda, enre ellos), el primero de los cuales fue Henry Trujillo. El número uno de la publicación fue la oportunidad de encarar una charla con Henry acerca de, entre otras cosas, su última novela: Tres buitres. Después, junto a Leonardo Cabrera, presentamos el mencionado trabajo en la Biblioteca Municipal de San José. Allí conocimos personalmente a Trujillo. Pero lo que va aquí es aquella entrevista que saliera en diciembre de 2007.



CON EL ESCRITOR HENRY TRUJILLO

“Lo propiamente literario, si algo así existe, es la ficción.”



A mediados de 2007 sale a la luz TRES BUITRES, la última novela de Henry Trujillo. Talón de Ulises realizó una serie de preguntas al narrador mercedario con el interés centrado en esta obra. El recorrido entre la idea y la obra publicada, el oficio de escribir, la construcción de los personajes y la trama, fueron algunos de los puntos tocados por Trujillo. A los lectores de T de U tenemos el agrado de ofrecerles estas consideraciones de uno de los escritores uruguayos más importantes de estos últimos años.

-Desde Torquator, tu primer libro de 1993, hasta Tres buitres, aparecido en el 2007, han mediado catorce años y seis libros. ¿Pensaba aquel joven escritor de 28 años en lo que se le venía? ¿Tenía una conciencia clara de lo que era entrar en ese oficio?

-No sé si hoy en día tengo una conciencia clara de lo que es el oficio de escritor. Pero en todo caso, lo que pienso que es hoy un escritor es bastante diferente de lo que pensaba entonces. Hoy tengo una visión más modesta del oficio –lo entiendo precisamente como eso: un oficio- aunque mantengo las dos pretensiones básicas de cualquiera que se dedica a escribir, que son volverse rico y famoso. Lo digo medio en broma y medio en serio, porque tomar conciencia de que era eso lo que buscaba me permite tomar distancia de semejante estupidez y disfrutar mucho más de una actividad que, bien mirada, es muy constructiva.

-¿Cuánto tiempo transcurrió desde que apareció la idea de Tres buitres hasta que salió el libro? ¿Cómo fue el proceso de escritura?

-Creo que fue el libro que me salió con mayor facilidad. Es que yo venía de una novela muy ambiciosa y que me dio mucho trabajo –Ojos de caballo, que escribí a lo largo de diez años- y que si bien me dio muchas satisfacciones, me dejó un cierto sabor a frustración. No fue todo lo que yo pretendí que fuera. Así que cuando decidí encarar una nueva obra me propuse no romperme la cabeza. La imagen de lo que quería hacer era la de una novela corta, sencilla, algo triste pero no pesimista, inteligente pero no pesada, amena pero no trivial. Pensando en retrospectiva, creo que tenía muy presente la lectura de Celebración, de Guillermo Álvarez Castro, una de las mejores, o quizás la mejor, novela escrita en los últimos años. Recién en los últimos días he reparado en eso. Bueno, el asunto fue que imaginé una historia policial, y luego tuve el acierto de resolver de antemano el principal problema que tienen las novelas policiales: como lograr explicarle al lector todo lo que sucede. La solución clásica es que el detective explique todo en el último capítulo. Yo lo resolví metiendo la historia dentro de otra historia, así el personaje que escucha el relato que cuenta Javier Michel pregunta, de vez en cuando, aquello que el lector debe saber para entender qué sucede. Creo que esa solución alivió mucho la trama y me permitió escribirla en un año, o algo así.

-En algunos de tus trabajos, particularmente en algunos cuentos, puede verse cierta presencia de elementos inexplicables, fantásticos. Pienso en el cuento “El fuego” o “Gato que aparece en la noche”. Incluso también en algunas partes de Torquator. Tres buitres, en cambio, se desmarca hacia el plano de una realidad más llana. ¿Podríamos llamarla novela realista?

-Por desgracia, sí. Los relatos fantásticos me fascinan, pero me cuesta mucho escribirlos. Torquator, bien mirada, es una novela fantástica. Yo soy escritor realista porque otra cosa no me sale. Aunque el término que más me gusta es el de “fusión” que me propuso Leo de León cuando presentó mi novela en Minas.

-Si pensamos en los tramos descriptivos, la ciudad de Santa Cruz, los cruces de frontera, esos otros pueblitos más pequeños a la orilla del camino, la misma ruta sumida en el llano, ¿investigaste esas características o estuviste en el lugar? Cuesta creer que haya sido mera intuición...

-Es que comencé a escribir los borradores estando en la frontera entre Argentina y Bolivia. Se me ocurrió que era un buen lugar para contar algo. Y simplemente conté lo que veía a medida que el ómnibus regresaba a Buenos Aires. Yo había estado un par de semanas en Santa Cruz visitando amigos, y como el viaje lleva sus buenos tres días, tuve tiempo de sobra para imaginar. Ahora, investigar, no investigo nada. Yo tengo una profesión que me obliga a investigar todo el tiempo. Cuando escribo literatura no investigo nada. Y reivindico eso. Salgari nunca estuvo en los mares del sur, los inventó en su mesa coja. Por supuesto, se puede hacer buena literatura investigando, pero lo propiamente literario, si algo así existe, es la ficción. La pura ficción.

-Javier, el personaje principal de la novela es un típico joven con aspiraciones de irse a España. Pero eso es casi lo único que tiene de típico. ¿Cómo se construye un personaje de esas características?

-Pues, ahí sí que no sé qué contestar. Siempre me sirvió de orientación un aforismo de Nietzche, que dice algo así como que lo que constituye la esencia de muchas cosas es lo que les da su carácter de absurdo. No recuerdo bien. Pero me parece que la clave está en cierta incongruencia de los personajes. Un personaje totalmente lógico es irreal.

-Paula, el otro eje sobre el que gira la novela, es una mujer atada a un destino. En una novela donde además se plantea una relación de intertextualidad con el Hamlet shakesperiano, supongo que esa presencia de lo inevitable no es casualidad.

-Es que la referencia común es el personaje trágico. Muy en el fondo, todos mis personajes femeninos son Antígona. No me pregunten por qué. Como sea, la referencia a Hamlet ocurrió porque comencé a escribir la historia de una mujer que quiere vengarse de algo. Como no se me ocurrió nada mejor, puse que se quería vengar del asesinato de su padre. Y entonces me dije: eso es Hamlet. Lo puse como una forma de transparentar que todo el relato no es más que un acto de rapiña. Todo los relatos, mejor dicho. Y de paso: por eso también la novela se llama Tres buitres. Claro, luego a Paula le aparece un hermano, que tuve que inventar para justificar ciertos detalles de la historia, y entonces Hamlet se transformó en Orestes y Paula en Electra. A esa altura estaba harto de tanta referencia erudita, y decidí dejarlo como licencia poética. Pero más tarde leí que el origen del mito de Hamlet, según algunos, es el mito de Orestes. Entonces todo cerró. Y por si fuera poco, la segunda razón para que se titulara Tres buitres era que me gustaba cómo sonaba la frase (Tres-bui-tres), pero ni que me degollaran hubiera podido explicar por qué ese título. Sin embargo, cuando Hamlet se transforma en Electra, los tres buitres toman el lugar de las furias. O por lo menos eso creo. En todo caso, hay que creer en el estructuralismo o reventar.

-Esa mafia fronteriza dedicada al contrabando, con códigos cuya trasgresión implica la muerte, ¿cómo llegaste a elaborarla en el plano de la ficción?

-Nunca me lo pregunté. Simplemente la describí como me parece que funcionan todas las mafias. Y las mafias funcionan con la misma lógica que todas las sociedades tradicionales: jerarquía y lealtad. Eso es todo. Pero es graciosos que luego tuve oportunidad de hablar con alguien que alguna vez se dedicó a ese tipo de contrabando. Resultó que el pasaje de autos por la frontera es muchísimo más sencillo de lo que yo me imaginé.

-Ahora que ya salió y que es imposible modificarla, ¿hay algo que te parece que podría haber funcionado mejor de otra manera? Te lo planteo porque a veces, después de un tiempo, incluso con los comentarios de los lectores, puede pasar.

-En este caso he quedado muy conforme con la opinión de los lectores. Creo que ellos han quedado conformes con la novela, también. De todos modos me queda la sensación de que se pudo desarrollar más la saga de la familia Zavic. Quizás lo haga en otro momento, aunque no me gusta retomar temas ni personajes.

-Por la plasticidad de las escenas, por el dinamismo de las situaciones, la novela bien podría terminar en película. No sería la primera vez que una de tus obras se lleva al cine. ¿Has tenido propuestas al respecto? ¿Cómo te relacionás con la industria fílmica?

-No tengo ninguna relación con la industria fílmica, entre otras cosas porque no existe en Uruguay. Respecto al carácter cinematográfico del relato, tengo mis dudas. En todo caso, estoy seguro de que una adaptación de esta o de otras novelas mías sería mucho más difícil de lo que parece a primera vista. Contar imágenes con la palabra es algo muy diferente a contar imágenes con una cámara. En este caso, no he tenido propuestas. Y de tenerlas, respondería lo mismo que en otras ocasiones: encantado. Pero no es sencillo.

-Un par de aspectos que hacen más a lo personal: ¿qué tiempo le dedicás hoy en día a la escritura?

-Poco. Estoy muy absorbido por mi otra profesión, pero para el próximo año quiero dejar un espacio para escribir otra novela. Yo no escribo diariamente, sino solamente cuando tengo ganas. Que es casi nunca.

-¿Qué ha leído últimamente el escritor Henry Trujillo? ¿Alguna recomendación para los lectores de T. de U.?

-Yo siempre leo cosas viejas, casi nunca novedades. Ahora estoy leyendo Enigma para Peregrinos, de Quentin (porque un amigo me dijo que era parecida a Tres buitres), pero terminé hace poco el “Gran ensayo sobre Baudelaire” de Felipe Polleri. Me pareció brillante.

-Recientemente te ha tocado ejercer como jurado en diversos concursos literarios. ¿Por qué caminos te parece que transita hoy por hoy la narrativa uruguaya?

-Pues, me cuesta bastante hacer comentarios generales sobre literatura. Como dije antes, no sigo todo lo que se publica. De mi experiencia como jurado, me queda la sensación de que se abre de a poco una tendencia hacia lo fantástico o lo surrealista, pero esa tendencia podría ser bloqueada por los criterios editoriales, más sensibles al realismo puro y duro, o a la novela histórica.





Sobre Tres buitres (breve reseña)

La novela transcurre en la frontera entre Bolivia y Argentina, pero el protagonista es un joven uruguayo que necesita dinero para el pasaje a España. Para conseguirlo se aventura en el mundo de las mafias fronterizas relacionadas con los automóviles robados. Los mecanismos de tensión de la novela van in crescendo y el destino ciñe cada vez más a los personajes (igual que en una tragedia griega). Todo cierra en esta excelente novela de Trujillo, que recomendamos.
Trujillo nació en Mercedes en 1965, pero reside en Montevideo. Es licenciado en sociología, docente y escritor. Ha publicado: Torquator (1993), El vigilante (1996), La persecución (1999), Gato que aparece en la noche (1998), El fuego y otros cuentos (2001) y Ojos de caballo (2004).

TRES BUITRES, de Henry Trujillo. Alfaguara, Montevideo, 2007. 195 págs.

LA CULTURA COMO EQUÍVOCO de los tiempos que corren

¿Para qué sirve la literatura?
La literatura no sirve para nada. Y la única criatura capaz de hacer cosas inútiles es, precisamente, el ser humano. Ese es su rasgo diferencial. Su esencia. Lo cultural opuesto a lo natural. Pura invención en el tiempo. Imaginación.
Por eso es un gusto acercarles este espacio donde abordaremos temas relacionados a las letras y las artes. Cuando el hombre no tenía letras, incluso antes de que surgiera en él la necesidad de objetivar su realidad en los muros de una caverna, se parecía mucho a un animal. Es allí donde la imaginación irrumpe. Se crean los mitos, los dioses, las cosmogonías. Comienzan las grandes narraciones. Y comienzan siguiendo el ritmo aprendido, antes que nada, del latido del corazón de la madre cuando el niño está en el vientre. Ese ritmo, ese tam tam tribal, se hace poesía, y esa poesía se vuelve relato. Y ese relato se adueña de la mente de los hombres que lo producen.
En Talón de Ulises creemos que la cultura es un equívoco. Y más equívoco aún si nos pensamos inmersos en una realidad donde imperan otros intereses. Nuestro espíritu, casi una contracultura, tiene que ver con respetar, venerar, criticar, entender y difundir la creación inútil del hombre, esa creación que puede encontrarse en los libros, en los pentagramas, en las imágenes.