miércoles, 25 de enero de 2012

UNO DE LOS TIPOS DE ESCRITORES QUE ME GUSTAN


Examinando la cuestión de mis preferencias personales a la hora de la lectura he encontrado sin mucho esfuerzo una idea simple que intentaré desarrollar brevemente. La idea simple es esta: la mayoría de los escritores que leo y releo con placer han tenido una vida azarosa plagada de lo que podríamos llamar padecimientos, esfuerzos, aventuras o conflictos. Ese componente vital se transpone a la creación por diversos mecanismos psicológicos y termina constituyéndose en la materia con la que se construye la obra literaria.
Pondré varios ejemplos, todos bien conocidos: un hombre de 28 años se enfrenta al pelotón de fusilamiento y ve su muerte a la cara. A último momento le conmutan la pena y debe pasar cuatro años de trabajos forzados en Siberia. Siglo XIX.
Siglo XVI. Otro hombre participa de una formidable batalla en el mar y sufre heridas en la mano que terminan provocándole su inutilización. Cuando por fin volverá a su tierra, la nave en la que viaja es secuestrada y el hombre pasa cinco años preso en espera de que alguna alma piadosa pague el rescate exigido desde el norte de África. No se contenta con su suerte: con una sola mano, intenta varias veces escapar. Cuando, ahora sí, unos religiosos pagan su rescate, regresa y tiene varias complicaciones adyacentes derivadas de sus empleos, de su casamiento, de su hija. Pasa algún tiempo en la cárcel.
Otro hombre va al mar y se inhibe de escribir hasta pasados los cuarenta. Otro se enlista como aviador voluntario del Canadá en la Primera Guerra Mundial, cuando volar aviones no era para cualquiera. Otro se vuelve salteador de caminos en la Francia del Siglo XV. Otro trepa un castillo italiano y es derribado y muerto por una piedra que le cae desde la almena a la que pretende conquistar. Otro se va a la China, exiliado religioso, y se vuelve arqueólogo. Otro padece miserias en un destacamento en la India mientras intenta sofrenar su odio hacia lo que se ve obligado a hacer.
Otro va a pelear a la guerra de Grecia. Otro muere en su velero soportando una tormenta.
Estas experiencias al límite acercan al ser humano algo que bien podríamos llamar conocimiento. ¿Quién mejor que Dostoievski para mostrarnos lo que se siente cuando uno sabe que camina hacia la muerte?
Y aquí interviene otro elemento de análisis: la forma y su interrelación con la materia. Apropiarse de una forma o de unas formas o del conocimiento de las formas es algo inevitable para el lector frecuente. Maravillarse ante el rompimiento de esas formas a través de mecanismos lógicos desarticuladores es el paso siguiente sin dudas, y sigue siendo parte de lo previsible y lo esperable. Ha ocurrido esto en la literatura desde Sófocles hasta ayer mismo. Una forma la genera cualquiera (basta con pensar y con la ilación del pensamiento para que haya forma, ¿o alguien puede pensar sin crear forma?), la rompe cualquiera (basta con derivar el pensamiento hacia lo que se piensa y cómo se piensa, eso es todo), pero no la completa cualquiera. Lamentablemente para el ser humano, el camino del dolor, de la escasez, del sufrimiento, es también el camino del conocimiento a ser significado en la obra. Es el conocimiento de un límite físico y psíquico que muchas veces se traspone y del que se vuelve distinto. Los escritores apenas aludidos en este breve texto han transitado ese camino vital y ese tránsito ha generado una escritura potente, cargada de significaciones que parten de la experiencia propia y no de otra cosa.
Este es uno de los tipos de escritores que me gustan. Tal vez el que me gusta más. Hay otros, como por ejemplo el integrado por esos cuyos padecimientos, cuyas aventuras, miran hacia adentro y de los que Artaud es paradigma en el Siglo XX, aunque ejemplos como Artaud podríamos citar quince o veinte. Están también aquellos que no son aceptados en un principio por la tradición canónica pero cuyas obras terminan imponiéndose debido a su calidad o a la fortaleza de su planteamiento. Sor Juana es, me parece, la persona en la que pienso cuando pienso en estos últimos. Pero también Santa Teresa o San Juan de la Cruz.
¿Y en nuestro país?
La historia de este pequeño país es una historia pequeña. Nuestro país es un país nacido por voluntad de los ingleses (por más que Acevedo Díaz le haga decir a Lavalleja en una de sus novelas que los orientales no quieren ser más que orientales…). Somos una criatura adolescente, inocua en el plano de las letras. Nuestra experiencia literaria es infantil y nuestro mito heroico es futbolístico. Paco Espínola, en carta a Vaz Ferreira desde la cárcel de Colonia, contaba las dos horas que pasó tendido en la tierra en el poco menos que insignificante combate de Paso Morlán y eso le parecía una hazaña pasible de ser parangonada con la heroicidad de otros, pues siguió contando esa anécdota hasta el final de su vida. Salvo en la pasada dictadura, donde el padecimiento generó algunos –pocos nomás- escritores de peso (pienso en Liscano, en primer lugar), no parece ser que estemos en el lugar indicado para la generación de este tipo particular de escritores que me gustan… Aquí es más probable encontrarnos al clásico y recontraclásico reventado, relector, freakie post posmoderno de variados entretenimientos, que mientras no vive, no sufre, no padece miserias (ni hacia afuera ni hacia adentro), intenta escribir sobre cosas de las que tal vez leyó algo pero que sin dudas no conoce de primera mano. Y esa impostación, ese querer hacerse el que se sabe algo que no se sabe… resulta penoso de ver.

martes, 24 de enero de 2012

RECUERDOS DE MI OTRA VIDA (II): Lake of the Woods


El lago de los bosques tiene centenares de islas desperdigadas en una superficie tan extensa como alguno de los departamentos más extensos del Uruguay. Se genera allí una especie de microclima muy variable por lo que los pronósticos rara vez son atendibles por más de 24 horas. Es posible salir a andar en canoa en una mañana clarísima y diáfana para tener que ser rescatado al mediodía del medio de un lago turbulento totalmente electrificado por una circunstancial tormenta. La circulación por las islas debe hacerse sí o sí mapa en mano, junto a una brújula que interactúa con el mapa al apoyarse directamente sobre él en una de sus esquinas, dando siempre el norte, tras lo que el viajero debe calcular la dirección a seguir tras calcular los grados que la indican. Parece complicado, en primera instancia, pero no lo es en absoluto una vez que se ha aprendido y se ha entrenado.
A los efectos de ese entrenamiento, contábamos con una semana que, justamente, se llamaba “the training week” y que no era otra cosa que una seguidilla de pruebas físicas, de experticia en primeros auxilios y aprendizaje y uso de embarcaciones en situación de rescate en lago abierto. De la primera semana de entrenamiento salí bastante maltrecho en el rostro (haciendo el famoso “piano keys” con unos diez kayaks, me zambullí de forma vehemente al saltar del último y mi rostro aterrizó en la gruesa arena del fondo…), aunque también bastante fortalecido. Tanto que me era impensable pasar un día sin sacar una canoa e irme hasta algunas de las islas aledañas al campamento (en las que, a escondidas de los supervisores, aprovechaba a fumar).
Generalmente los usuarios del campamento pasaban dos semanas allí, ingresando un lunes y partiendo el viernes de la semana siguiente. El primer sábado iniciábamos una suerte de travesía de cinco días fuera de la isla que culminaba el segundo miércoles. Una vez que salíamos debíamos cumplir a rajatabla con un itinerario prefijado por la dirección del campamento, lo que facilitaría las labores de los rescatistas, si resultaba necesario acudir a ellos. Y los motivos para este acudimiento podían ser miles: ataques de osos, tormenta en lago abierto, extravío del rumbo, complicaciones de salud y cosas por el estilo. Una vez situados en una isla, procedíamos a la exploración de la zona donde nos quedaríamos buscando, justamente, no coincidir con osos o, lo que era ciertamente, peor, seres humanos complicados, alcoholizados, cazadores, etc., mucho más difíciles de manejar que los típicos animales. El criterio era siempre pensar en la seguridad primero. Una vez seguros, armábamos las carpas y el lugar para cocinar. Contábamos los alimentos y los asegurábamos lejos del alcance de alimañas más pequeñas. Nos distribuíamos tareas y salíamos en búsqueda de la diversión, que básicamente, en aquella situación, consistía en encontrar una roca de cuatro o cinco metros de altura a la que se pudiera llegar caminando y que diera directamente en picada al lago. Una vez localizada, uno de nosotros debía chequear que fuera hondo el lugar por donde nos dejaríamos caer. Este cuidadoso proceso llevaba alrededor de una hora, pero después venía lo bueno: había que trepar hasta la roca, tomar coraje (y ciertamente, a pesar de ser el líder guía de la expedición, yo nunca era de los primeros…) y arrojarse al agua, no sin antes recordar que la única forma de caer permitida por las reglas del campamento era en la clásica posición de soldadito, es decir, manos a los costados y con las piernas que deberían entrar al agua antes que nada. Parece fácil decirlo, sí, pero hacerlo era bastante más complejo. Las piernas, si no quedaban bien puestas después del paso al vacío, podían quedar abiertas y entonces el golpe del agua… podía resultar ciertamente incómodo.
Eso duraba hasta la tardecita. Regresábamos a las carpas y preparábamos la cena y volvíamos a la roca, esta vez abrigados, pues la diferencia entre la temperatura de la tarde y de la noche siempre era demasiada, y nos quedábamos allí un par de horas más, siempre con las esperanzas de lograr ver la hermosísima aurora boreal y los juegos luminosos increíbles e impredecibles que su luminiscencia fosforescente trazaba en el cielo en cuestión se segundos.
En una ocasión, en una isla que paradigmáticamente se llamaba (y se llama, claro) Big Mosquito, simplemente nos quedamos a dormir en una de esas rocas. A la mañana siguiente, cuando regresamos a las carpas ya para desayunar y volver a partir rumbo a otra isla, encontramos huellas inequívocas del cercano pasaje de un oso pardo. Un pequeño milagro, si se quiere, comparado con el magnífico milagro del tiempo juntos y de las inexplicables luces en el cielo.

martes, 17 de enero de 2012

CARTA AGRADECIMIENTO Y DESPEDIDA A RAMIRO SANCHIZ

Gracias Ramiro por estas palabras y este tiempo dedicado a la labor de situarme en el lugar que me merezco. La verdad es que comparto muchas de las cosas que decís, después de haberlas meditado todo el fin de semana. Uno nunca lo sabe o quizás no quiera reconocerlo, pero es probable que sí sea mediocre y me deje avasallar por la maquinaria del poder letrado y defienda a todos esos que vos decís (para mayor prueba, pronto verás dos prólogos a autores clásicos uruguayos que me tocó investigar). Sí, sos muy inteligente y éticamente irreprochable y seguramente las personas de nuestro medio cultural así lo saben y lo habrán probado.
Repito: gracias por hacerme el favor de ubicarme.
Veo que en tu despedida ya se nota que no hemos de escribirnos ni saludarnos más, así que permitime cerrar con mi total acuerdo a esa propuesta. Sinceramente, dadas tu inteligencia y la forma en cómo te desempeñás que, como dice uno de tus admiradores, pone de rodillas a todos, la verdad es que no quiero confrontar más contigo. Uno debe medir bien sus fuerzas y saber hasta dónde puede ir. Yo fui hasta aquí, porque más fuerzas no tengo, ni intelectuales ni morales. Tal vez no debí meterme contigo, pero no podía saber bien contra qué estaba enfrentándome. Ahora lo voy a decir claramente: estaba enfrentándome a un tipo muy inteligente, muy jugado y valiente. No calcé los puntos, así que me retiro, derrotado, con la cola entre las patas, como hacen los perros cobardes que han sido vencidos por el macho dominante.
Ramiro, la verdad es que mi propia situación me resulta tan enojosa que ni siquiera puedo desearte lo mejor para tu futuro. No de forma sincera, aún. Podría hacerlo de otra forma, sí, pero sería una fallutería. Mejor lo hago cuando realmente sienta que deba hacerlo.
Igual dejo un saludo a mi claro vencedor.
Y por las dudas de malas interpretaciones, este mensaje no encierra ninguna ironía.
Es realmente aliviador dar por terminado todo esto y reconocer que he perdido.

Saludos a todos

jueves, 12 de enero de 2012

Dramático testimonio: "EL CRÍTICO LITERARIO X"


El benemérito crítico literario X comienza su día. Va al baño y siente mucho dolor al orinar, pero no dolor físico sino dolor moral, pues en ese acto se va para siempre algo que hasta entonces lo constituía y que él toma por una gran pérdida. Le gustaría no orinar para que su yo no se diluyera en el Universo de esa forma tan poco honorable, pero ante ciertas cosas no puede. Acto seguido va al espejo, se mira y se golpea la cabeza, pues ha olvidado cambiarlo por uno más grande que refleje mejor su consagrada imagen.
Desayuna, aunque no sabemos qué.
Mientras lo hace revuelve archivos en su laptop. Después busca con cuidado el nombre de su próximo blanco.
En este sentido, X es terrible. No olvidemos que en algún lugar puede leerse que “estudió filosofía en la FHCE”. Claro que no terminó los estudios, pero ese pequeño detalle no parece afectarlo a la hora de considerarse como una de las luminarias más importantes, si no la única, del pensamiento contemporáneo. Si alguien le dice algo, dirá que eso no era para él y que la dejó porque las viejas estructuras lo vencieron y él estaba para otra cosa. Si entonces se le pregunta acerca de por qué incluye esa información en tal lugar, él dirá…bueno… algo dirá, algo demasiado inteligente, por supuesto, porque el quedarse en silencio no es nunca su actitud.
Digámoslo de una vez: la gran mayoría de la gente piensa que X escribe mal. Por lo tanto sólo una pequeña minoría piensa que X escribe muy mal. Él no se encuentra en ninguno de los dos grupos mencionados, así que constituye su propia categoría sin ninguna dificultad, pues él no necesita de nadie.
No necesita de nadie, es verdad, pero igualmente hay algunos de nosotros dispuestos a batirle el parche, vaya uno a saber por qué secreto designio cultural o psicológico.
X no se considera sólo un crítico. Él se considera, sobre todo, escritor. De hecho figura dentro de una clase de escritores llamada “los cirujanos”, o algo así. Temibles. Hay otras categorías tales como los “inocuos”, los “amigos de lo ajeno”, los “glam”, los “librerianos”, “los que se salvaron del naufragio”, “los automasturbatorios” y así… todas ellas generadas por poderosos agentes de la inteligencia cultural.
¿Qué si le han dicho a X que escribe mal? Vaya… sí, claro. Se lo han dicho. Pero X no deja que eso le afecte. Muy por el contrario, cuando recibe una crítica, X, lejos de guardarse a silencio, se desmaña de felicidad bajo el lema “cuanto menos me entiendan, mejor será mi obra”. Porque en esto X es admirablemente tajante: no quiere mejorar.
X no tiene lectores. X forma sus propios lectores. Los forma sometiéndolos a la rigurosa y exigentísima tarea de leer sus artículos, prólogos y reseñas, tras lo cual muchas personas débiles de espíritu han vomitado, metafórica y literalmente.
A X no le interesa generarse un lugar. A X le interesa ocupar el lugar que otros han generado antes. ¿Quiénes serían esos otros? Los nombres irán y vendrán, así que lo mejor será abstraer algunas características comunes de estos antecesores de nuestra sin par figura: 1) estar desconformes, 2) seguir desconformes, 3) hacer de la disconformidad una ciencia, o al menos una disciplina, 4) nunca conformarse sólo con estar desconformes, 5) conformarse sólo consigo mismos. Básicamente eso.
Muchos moralistas inoportunos le han llamado la atención a nuestro héroe por algunas aparentes contradicciones en las que suele incurrir. Por ejemplo, a X no le gusta la editorial BO, lo que no es impedimento para que haya enviado sistemáticamente sus libros al concurso literario organizado por tal editorial. A X no le gusta la periodista cultural Y; sin embargo envía prolijamente encuadernados sus mejores esfuerzos en el terreno narrativo al concurso en el que Y es la jefa del jurado. Ignoramos el porqué de estas contradicciones, pero prevenimos al lector de estas líneas: a X no le gusta que le recuerden esto. Además, tamaña afrenta jamás podrá ir en desmedro de la probidad ética de nuestro homenajeado. Y por si acaso alguna vez pueda ir, que vaya a la cola de otras que irían antes.
Muchos de nosotros creemos que X es ciertamente inteligente. Claro que X no puede rebajarse a demostrarnos su inteligencia en las cosas que escribe, por eso creeremos siempre y sostendremos en consecuencia que escribe mal a propósito. También creemos que su inteligencia radica, sobre todo, en elegir bien a los blancos de sus ataques. Siempre elige escritores mejores que él. Algunos mal hablados dicen que esta postura lo único que hace es asegurarle de pique un amplísimo target... Eso sí… X no se mete con quienes piensa que son igual de mediocres que él. Esos irán cayendo solos, piensa. ¡Su llamado existencial es ir contra los mejores! Sobre todo contra aquellos que han tenido la desgracia de ganarle el consabido concurso justamente a él. ¡Carajo!
X es de los que piensa que citar a determinado autor y el impacto que ese autor generó en él basta para que la gente piense que él es tan brillante como el autor citado.
X piensa que las vanguardias no han pasado.
Para X son novedad algunas cosas que ocurrieron hace más de cien años.
Una vez X estaba leyendo un libro de su autor norteamericano favorito. Sintió ganas de soltar un gas. Aguantó la tacada apelando a sus intrincados mecanismos psíquicos, buscó un bollón, bajó sus pantalones, soltó el gas, lo encerró en el bollón, corrió a buscar su cámara digital, tomó una foto del bollón, la bajó en la laptop, la colgó en su blog y la desparramó en facebook a través de ocho o nueve links bajo el copete de “mi pedo leyendo a Pynchon”. A mí y a otras sesenta y cinco personas nos gustó eso.



Firma: Acólito de X

Nota: acompaña este breve, doloroso e ilustrativo testimonio la imagen del método crítico que X promueve en sus talleres on line de Crítica Selvática.

lunes, 9 de enero de 2012

10 PREGUNTAS DE PERFIL


El diario argentino PERFIL tuvo la gentileza de convocarme a responder sus clásicas 10 PREGUNTAS a través de la periodista Lucía Marroquín. Salió finalmente en la edición de ayer, domingo 8, pero aún no está disponible en la web, así que aquí comparto mis respuestas para los amigos del blog Talón de Ulises y del fb, junto a la foto que acompañó la nota.


10 PREGUNTAS DE PERFIL - Pedro Peña

1. ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
Viaje a la luna de Julio Verne, pero en una versión condensada de esas en las que ciertas manos recortan y acomodan los contenidos para supuestamente acercarlos al público juvenil. Estaba en cuarto año de escuela o algo así y nos obligaban a llevarnos un libro por semana y devolverlo junto a una suerte de registro de lectura… Cosas de otro tiempo, imagino.

2. ¿Cuál es su autor favorito vivo?
Es muy difícil mencionarte sólo uno, pues al menos dos de mis diez o doce escritores favoritos aún viven. Empezaría por Cormac Mc Carthy, que es un narrador sensacional, complejo, con un peso narrativo formidable. Un tipo de escritura que nunca te deja indiferente. Mencionaría también al gran Ray Bradbury, pero aquel de los cincuenta, el de Crónicas marcianas o Las doradas manzanas del sol o Fahrenheit 451.

3. ¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
Esta tampoco es sencilla, pero el libro de libros es el Quijote. Lo llevaría porque me estoy asegurando llevar muchos libros en uno. Y podría releerlo todo el tiempo, porque es un libro raro: siempre que lo leas, será la primera vez que lo leas.

4. ¿Cuál es el último libro que leyó o qué está leyendo en este momento?
Como lector alterno temporadas básicamente ordenadas, en las que empiezo un libro y hasta terminarlo no comienzo otro. Ahora estoy, por razones de trabajo, en el otro extremo, leyendo varias cosas a la vez, penosamente. Lo último que he terminado es El devorador de paisajes, un libro de cuentos de un autor uruguayo emergente, Germán Machado Lens. Y ahora mismo estoy leyendo Cartas de amor para una alumna, la recopilación de correspondencia entre la escritora cubana Dora Varona y el peruano Ciro Alegría (autor de El mundo es ancho y ajeno). Una verdadera delicia para aquellos de nosotros a los que nos gustan los corrillos sentimentales de la literatura. También Bajo el signo de Saturno, una colección de ensayos de Susan Sontag que me acompaña esporádicamente desde hace un par de meses. Y no quiero dejar de mencionar los Collected essays de George Orwell, bellísimas piezas de fino pensamiento.

5. ¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
La piel del zorro, de Herta Müller, pero no puedo achacárselo a ella… En realidad se perdió de mi biblioteca durante el tiempo suficiente como para que lo olvidara, en uno de esos períodos caóticos, y ahora me da un poco de pereza recomenzarlo. Pero lo haré. Claro que la primera edición es de 1992, pero al castellano su llegada demoró hasta después del Nobel, así que puede decirse que es reciente. Además 1992, en términos de historia de la literatura, es hace diez minutos.

6. ¿Qué libro quisiera releer pronto?
La relectura es algo que me apasiona. Este año releí la saga de Tolkien y me quedó sin releer El silmarilion, del que tengo un gran recuerdo. Ese es el libro que me gustaría releer de inmediato.

7. ¿Cuándo escribe?
De mañana, bien temprano. Dos o tres horas máximo. Siempre despejado y atento, con el mate amargo al lado y con el mayor silencio posible. A veces escribo en el parque de mi ciudad, a la sombra de algún árbol o dentro del auto. Ventajas que dan las nuevas tecnologías.

8. ¿Quién debería ser el próximo Nobel?
Creo que se lo daría a cualquiera de los dos que mencioné en la segunda pregunta. A Bradbury, como reconocimiento a aquellas primeras obras. A Mc Carthy, sin dudas, por el estremecimiento que provocan algunas de sus escenas más magistrales.

9. ¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
Más bien ninguno. Sólo estar despejado, claro y descansado. No dejar ningún problema pendiente de resolución. Mucha concentración. Y tal vez algo que estoy empezando a hacer desde hace poco: llevar un diario de escritura, una especie de metanarración del estilo “hoy a tal personaje le pasó esto y aquello…después esto otro… y mañana debería seguir por este lado…etc.”. Me gusta salir a correr después de escribir. Con el vaivén del cuerpo, las ideas se acomodan.

10. ¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
Temo caer en lugares comunes como el comienzo de La Divina Comedia o el del Quijote mismo, que ciertamente me encantan… así que voy a esforzarme por otros… Tal vez lo siguiente: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se despertó a las 5:30 de la mañana…” de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez. Me parece notable cómo te enlaza con ese primer enunciado y ya no te suelta. En poesía me gustan mucho los dos primeros versos del poema “The two trees” de W. B. Yeats: “Beloved, gaze in thine own heart / The holy tree is growing there…” Ahora, si hablamos de escenas, hay pocos comienzos como el de la novela El país de las sombras largas de Hans Ruesch. Mencionaría también el inicio de El nombre de la Rosa de Eco, con aquellas deducciones de William de Baskerville sobre cierto caballo perdido en el bosque.