
Mi hermano ha venido a visitar a su ahijado y sobrino. Santiago está muy bien en sus brazos, se le recuesta a la barba y lo babea como si estuviera midiendo niveles de tolerancia. Y los niveles de tolerancia de mi hermano son bien amplios. Después, juntos, se van a ver a los Backyardigans mientras yo me tomo un par de pastillas. Hace dos horas ha venido la doctora a vernos a Alejandra y a mí. Tenemos esa cosa rara que es una gripe que no es gripe. Agua que corre por frente a los ojos y cae por las fosas. Agua, sólo agua. Las cataratas del Niágara o las de Iguazú, pero por la nariz.
Pero ese no es el punto.
El punto es que ahora estoy en la computadora y mi hermano viene. Le pregunto cómo le ha ido en las prácticas de historia, me cuenta que ha tenido el grupo a cargo por licencia médica de la profesora titular. Le ha ido bien. Me pregunta por mis clases. Le comento que llevé hoy, sábado, el “Romance del Enamorado y la Muerte” en la versión de Washington Carrasco y Cristina Fernández. Se empieza a reír. Me habla de un compañero suyo de liceo a quien yo conozco bien pues ha sido parte de la cooperativa. Me dice, riéndose, que cuando estaba en cuarto también trabajó ese romance y que este tal Andrés V. puso en un escrito que la enamorada le había arrojado una cobija al enamorado para que subiera, y que la cobija había fallado… Una cobija… No podemos hacer otra cosa que reír por un buen rato. Quedaría algo así:
…
-Vete bajo la ventana
Donde labraba y cosía
Te echaré cordón de seda
Para que subas arriba
Y si el cordón no alcanzare
Pues también una cobija.
La fina seda se rompe
Falla después la cobija.
-Vamos el enamorado
Que la hora ya es cumplida.
Una lástima. Eso pasa por comprar berretadas en Ta Ta.
Pero ese no es el punto.
El punto es que ahora estoy en la computadora y mi hermano viene. Le pregunto cómo le ha ido en las prácticas de historia, me cuenta que ha tenido el grupo a cargo por licencia médica de la profesora titular. Le ha ido bien. Me pregunta por mis clases. Le comento que llevé hoy, sábado, el “Romance del Enamorado y la Muerte” en la versión de Washington Carrasco y Cristina Fernández. Se empieza a reír. Me habla de un compañero suyo de liceo a quien yo conozco bien pues ha sido parte de la cooperativa. Me dice, riéndose, que cuando estaba en cuarto también trabajó ese romance y que este tal Andrés V. puso en un escrito que la enamorada le había arrojado una cobija al enamorado para que subiera, y que la cobija había fallado… Una cobija… No podemos hacer otra cosa que reír por un buen rato. Quedaría algo así:
…
-Vete bajo la ventana
Donde labraba y cosía
Te echaré cordón de seda
Para que subas arriba
Y si el cordón no alcanzare
Pues también una cobija.
La fina seda se rompe
Falla después la cobija.
-Vamos el enamorado
Que la hora ya es cumplida.
Una lástima. Eso pasa por comprar berretadas en Ta Ta.