
Hoy en este segmento: "EL TIEMPO: ¡QUÉ LO PARIÓ!"
ALGO QUE NO SE SABE BIEN QUÉ ES.
Es uno de los propósitos del ser humano organizarse en esta cosa que llamamos vida de la mejor manera posible. Un propósito loable y a contrapelo de la voluntad desintegradora que el mismo ser humano presenta en casi todas sus líneas de acción. Tal vez esa dificultad estribe en que el tiempo no es una “cosa” cabal, no es un objeto que pueda asirse, tomarse, apenas puede representárselo en un esquema mental más o menos complejo. Y esa representación conocida por todos nos plantea una formulación del tiempo en tres divisiones clásicas que, al entender de este humilde cronista, son sólo dos.
Esa tripartición del tiempo consta de los consabidos conceptos de “pasado”, “presente” y “futuro” (en adelante serán citados en su valor conceptual sin comillas) en los que todos confiamos más o menos bien y que tan apropiados a los efectos organizativos nos parecen.
Esa tripartición del tiempo consta de los consabidos conceptos de “pasado”, “presente” y “futuro” (en adelante serán citados en su valor conceptual sin comillas) en los que todos confiamos más o menos bien y que tan apropiados a los efectos organizativos nos parecen.
¡SUÉLTAME PASADO!
Si nos vamos al pasado, he ahí el comienzo del problema. Sólo podemos viajar a ese tiempo a través de los recuerdos. Esos recuerdos, a su vez, se formulan a través de un complejo sistema de selección cuyo fin es mantener algunos y desechar otros. Los que se mantienen son una mínima porción de eso que correspondería a lo que fue de nuestras vidas. La representación por su parte suele venir en formato de imágenes acompañadas casi siempre de una formulación a través del lenguaje que ayuda a interpretar y resignificar esos recuerdos. Y ese es precisamente el problema. El pasado no es algo estático que “ya fue”. El pasado, como quería Sartre, se interpreta y se redimensiona, ¡incluso se inventa!, desde un presente en el que somos tal o cual cosa. Y esa tal o cual cosa termina, por supuesto, condicionándonos. Para poner un ejemplo simple, si me he convertido en escritor y profesor de literatura, los recuerdos que conciernen a cosas que puedan haber influido en tal vocación por las letras serán mucho más frecuentes que aquellos que me relacionan a un posible y aterrador pasado basquetbolístico del que casi, por suerte, no tengo memoria.
Hoy (hoy es jueves) ha coincidido conmigo en el ómnibus una maestra. Ha coincidido muchas veces, por supuesto, pero hoy yo venía pensando en mi niñez y esta maestra, que ahora es una persona mayor al borde del precipicio jubilatorio, fue importante cuando yo tenía ocho años. Hace veintiséis años, entonces, que fue importante. Mi recuerdo es de ella siendo practicante y recibiéndose con nosotros tras una clase sobre la fotosíntesis. ¿Por qué el hecho fortuito de recordar esto sucede hoy y no ha sucedido antes, cuando hemos coincidido tantas veces? Miro a la mujer a dos o tres asientos del mío y no puedo evitar sentir algo parecido a la lástima. Me miro a mí y me duele reconocer que, por supuesto, siento la misma cosa para conmigo, aún cuando soy todo lo feliz que puedo en un mundo de millones muriendo de hambre e incluso de amor.
¿DÓNDE ESTÁ EL PRESENTE?
Hoy (hoy es jueves) ha coincidido conmigo en el ómnibus una maestra. Ha coincidido muchas veces, por supuesto, pero hoy yo venía pensando en mi niñez y esta maestra, que ahora es una persona mayor al borde del precipicio jubilatorio, fue importante cuando yo tenía ocho años. Hace veintiséis años, entonces, que fue importante. Mi recuerdo es de ella siendo practicante y recibiéndose con nosotros tras una clase sobre la fotosíntesis. ¿Por qué el hecho fortuito de recordar esto sucede hoy y no ha sucedido antes, cuando hemos coincidido tantas veces? Miro a la mujer a dos o tres asientos del mío y no puedo evitar sentir algo parecido a la lástima. Me miro a mí y me duele reconocer que, por supuesto, siento la misma cosa para conmigo, aún cuando soy todo lo feliz que puedo en un mundo de millones muriendo de hambre e incluso de amor.
¿DÓNDE ESTÁ EL PRESENTE?
La respuesta es sencilla: en ningún lado. No hay tal cosa. No existe. Una falacia. Parte del pasado y, entonces, pasado y nada más. Y remito al apartado anterior y al siguiente fragmento de una copla de Jorge Manrique que transcribo. Pero antes me gustaría aclarar que, mientras el lector pasea su vista y su entendimiento por la poesía, tendrá la ilusión de que la “está leyendo” desde el presente. Falso: cuando quiera acordar la habrá leído entera y todo eso junto con el resto de su vida será parte del pasado. Pero ahora, antes de leer los versos, es futuro, ¿no? Dice Manrique:
Pues si vemos lo presente
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.
Non se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.
Ahora, como dije, como lo dijo el mismísimo Manrique, todo es pasado.
Ahora, como dije, como lo dijo el mismísimo Manrique, todo es pasado.
EL FUTURO Y EL MIEDO.
Llegó a mí por insospechados caminos del éter una idea acerca del futuro que esbozaré apenas. La idea es más o menos esta: el futuro es el período de tiempo más estrechamente relacionado al miedo. ¡Claro! ¡Si parece una obviedad! Pero es por cierto llamativo que el futuro en el que deberían anidar las esperanzas sea el mismo en el que nos ciñe con sus garras el miedo. Pero claro, es imposible que el miedo se proyecte al pasado (y ya dijimos lo que opinamos de esa falacia del presente, así que mal puede afectar una cosa a otra si es que esta otra no existe).
No estamos hablando de un simple miedo al futuro, de una simple proyección. Estamos hablando simplemente del miedo en todo su poderío formal: según esta formulación filosófica, todo lo que hacemos tiene como razón ontológica el evitar algún daño físico o mental. Entonces el simple hecho de presentarnos a un concurso de méritos para determinado ascenso, o lo de anotarnos para el sorteo de un empleo estatal, todo, es una suerte de conjura (aunque mínima, claro) inspirada por el miedo. Y aquí recuerdo el miedo más profundo que todos nosotros tenemos con respecto a nuestro físico: una muerte lenta y dolorosa a una edad injusta. A tal respecto decía mi abuela, que no era filósofa en el sentido que algunos dan al término pero sí en el sentido que le dan otros: “que me muera durmiendo, que pase de un sueño al otro”. Y tuvo suerte: fue lo que le pasó.
No estamos hablando de un simple miedo al futuro, de una simple proyección. Estamos hablando simplemente del miedo en todo su poderío formal: según esta formulación filosófica, todo lo que hacemos tiene como razón ontológica el evitar algún daño físico o mental. Entonces el simple hecho de presentarnos a un concurso de méritos para determinado ascenso, o lo de anotarnos para el sorteo de un empleo estatal, todo, es una suerte de conjura (aunque mínima, claro) inspirada por el miedo. Y aquí recuerdo el miedo más profundo que todos nosotros tenemos con respecto a nuestro físico: una muerte lenta y dolorosa a una edad injusta. A tal respecto decía mi abuela, que no era filósofa en el sentido que algunos dan al término pero sí en el sentido que le dan otros: “que me muera durmiendo, que pase de un sueño al otro”. Y tuvo suerte: fue lo que le pasó.