lunes, 16 de noviembre de 2009

EN LA SALA DE ESPERA




Estoy en la sala de espera para el médico. Mi eterna gastritis, la misma que me tiene desde hace cinco años sin probar una gota de alcohol (¡Oh dolor! ¡O dolor!) me convoca cada noventa días y acá estoy. Aunque esta vez es especial: me van a decir si tengo o no la helicobacter pylori… una bacteria estomacal estúpida y malcriada.
Parece que a la gente le gusta, mientras espera, mirar el canal 4 en el que aparece una serie espantosa con Luis Brandoni, pero un Luis Brandoni que no tiene nada que ver con el de otras actuaciones. Un Luis Brandoni de enlatado insoportable.
He visto varias personas llamativas en el correr de esta media hora. Para empezar, una niña con una gran venda en la cabeza y una red que se la sostiene. La niña está con su madre (o algo así) y mira despreocupada. Espera en el sector de los inyectables, o sea que en breve va a ser inoculada con alguna sustancia vía intravenosa o intramuscular. Esa tranquilidad me provoca el pensamiento que me obliga a tomar la laptop. Y el pensamiento es este: las mujeres soportan con mucho más entereza el dolor físico que el hombre. Esto no es necesariamente un guiño ni una postura de género ni nada. Es simplemente la realidad. En apariencia los hombres tenemos un físico más fuerte, pero, ¿a alguien se le ha ocurrido colocar en esa medición el tema de la aptitud para sobrellevar dolores?
En el consultorio de al lado atiende un cirujano muy famoso por sus aventuras amorosas. Un tipo bajo tirando a petisón, con un bigote totalmente desacomodado, panza cervecera, cutis entre rosado y gris, manos gordas…, en fin…, un escracho. Ha sido amante de muchas de las enfermeras que le asisten y también de alguna maestra que conozco. Su caso es de esos inexplicables que hacen pensar que todos tenemos una esperanza. Una adolescente de trece o catorce años espera con un vendaje en la mano y un circuito. Se mueve con mucha dificultad mientras camina por el pasillo. Le duele algo a la altura de la cadera y encorva su cuerpo de dolor mientras otra mujer, también una madre, imagino, la sostiene del brazo. Nunca pierde la sonrisa esta chica. Sufre, le duele y aún así sonríe. El cirujano famoso la recibe con un gesto bonachón (está fuera de su rango, quiero creer), como si en ella estuviera recibiendo un reconocimiento por un caso difícil. Ese hombre está feliz. La operación, que todavía duele, y duele mucho, fue un éxito.
Pasa delante de mí un trío de mujeres. Dos de ellas deben andar en la cincuentena. Apoyada en el hombro de la más alta viene una muchacha de lindo físico y piel blanca como la leche. Lleva unos lentes negros enormes y, en la cabeza, un gorro de hilo también negro que le tapa la calvicie de su tratamiento. Verla es ver algo más que lo que ya describí. Verla es ver otra cosa. Otra presencia. “¿Vos tenés mi cartera, mamá?”, pregunta… Verla es ver el dolor. El dolor de su cuerpo. El dolor de su madre. El futuro…
Madres. Hijas. Mujeres. ¿Por qué los hombres que vienen al médico no me llaman la atención? A lo mejor porque sé cuán cobarde podemos llegar a ser ante el más insignificante de los males. Una gastritis, por ejemplo.


PS: ¡No tengo la bacteria!!!!

3 comentarios:

Damián González Bertolino dijo...

Muy buen texto, Pedro..
Bien por no tener la bacteria...
Espero que estés mejorado de esos dolores...
Otra cosa, la descripción del médico gordito es muy buena, sobre todo con ese remate de "todos tenemos chance"...
Y bueno, lo de las mujeres y el dolor... estoy de acuerdo...
También a mí me interesa mucho observar la gente en las salas de espera de los centros médicos... Ayuda mucho a conocernos...
Un fuerte abrazo...
hare Krsna!

Pedro Peña dijo...

Hola D. ¿Cómo has estado?
Te cuento que a mí no me interesaba tanto lo de la sala de espera, hasta hoy. Pasa de todo allí. Y todo fue por no haber llevado ningún libro, por suerte, si no me ponía a leer y me perdía mucha cosa.
Un abrazo.

Unknown dijo...

Una vez fui a donar sangre al hospital de Maldonado, cosa que no pude hacer porque me tomaron la presión y no llegó al mínimo. Pero vi al maestro Splinter y a un puto loco que asola nuestras calles además de las salas de esperas de los hospitales y una vez un canal de televisión. Por las calles, te carga indefectiblemente, en cualquier circunstancia. En la tele estaba enloquecido en un ridículo programa de entretenimientos local que se emitió en el 2005 y vi desde San Carlos, en mis tiempos.