
W. B. Yeats
Trad.: P. P.
Es muy difícil la labor de traducción para quienes no tenemos más que un limitado conocimiento en la materia y muy poca práctica. Pero es una tarea muy, muy recomendable. Hay que pensar en el lenguaje y sus posibilidades y elegir. Recomiendo como ejercicio para desbloquear tardes de escritura que no sale. Me sentí transportado. Casi estoy tentado a decir que se esconde en esta tarea un alto valor catártico, más allá del incierto valor de una traducción totalmente amateur, como esta que sigue y en la que he venido trabajando desde hace tiempo ya y que por fin creo haber terminado. Admiro con el corazón a Yeats. Si eso queda claro, misión cumplida.
LOS DOS ÁRBOLES (The Two Trees)
Amada, mira en tu propio corazón,
el árbol sagrado crece allí;
desde la alegría brotan las sagradas ramas
y todas las trémulas flores que sostienen.
Los colores cambiantes de sus frutas
han salpicado a las estrellas de luz sagrada;
la seguridad de su raíz escondida
ha plantado tranquilidad en la noche,
el vaivén de su cabeza de hojas
le ha dado a las olas su melodía.
Casados, mis labios y mi música
murmuran una mágica canción por ti.
Entonces los amores giran en círculo,
círculo llameante de nuestros días,
en espirales desde aquí para allá,
sobre ignorantes caminos de hojas;
recordando aquella cabellera suelta
y el movimiento de tus sandalias aladas.
Tus ojos crecen plenos de tierno cuidado;
Amada, mira en tu propio corazón.
No mires de nuevo en el amargo espejo
que los demonios de sutiles intenciones
levantan delante de nosotros cuando pasan.
O solo míralo un poco.
Porque desde allí una imagen fatal crece
acuñada en noches tormentosas
de raíces semi escondidas en la nieve
ramas rotas y hojas ennegrecidas.
Porque todas las cosas se vuelven desierto
en el oscuro vidrio que los demonios sostienen,
el vidrio de la extenuación, creado
mientras Dios dormía en tiempos antiguos.
Allí, a través de las quebradas ramas, van
los cuervos del pensamiento constante
volando, chillando, de aquí para allá,
de crueles garras y garganta hambrienta,
y allí se paran y olfatean el viento
y sacuden sus arruinadas alas; “¡alas!”
Tus tiernos ojos crecen perversos.
No mires de nuevo en el amargo espejo.