
Literatura, erial, vergel, Arvelo Torrealba, Voltaire, Mauron, Morin, cooperativa de viviendas, mito sucinto y víboras.
Vivir en una cooperativa de viviendas tiene sus cosas hermosas y sus cuestiones de compromiso. Dentro de estas últimas se encuentra el hecho de que cada mes debemos realizar dos horas de trabajos de variada especie para el bien común. Eso implicó que entre las 11:15 y las 13:15 de este sábado 8 de enero quien suscribe, azada en mano, se viera enfrentado a varias vicisitudes tanto externas como internas.
La primera de estas vicisitudes fue la soledad. Mis compañeros de cuadrilla ya habían hecho su trabajo en el correr de la semana y disfrutaban ahora del descanso, los más afortunados en el este del país. Pero la soledad es un estado del que no rehuyo. Más bien que lo busco. Claro que es mejor trabajar en equipo, pero bien…
Mientras limpiaba pajonales, pastizales, chilcas y cardos de la linda de la cooperativa, en la que esta tarea era menester pues pronto acudirán alambradores a colocar el tejido encolumnado que nos separará del campo, me puse a pensar justamente en eso: que nuestra cooperativa da al campo, que no hay nada más allá que no sean vacas y potreros. Como en estos días, además, he revisitado mi relación con el campo, se me ocurrieron varias asociaciones totalmente arbitrarias que aquí dejo plasmadas, por no decir plantadas.
I. El francés Charles Mauron, teórico de la psicocrítica, plantea la pertinencia del estudio literario de determinada obra u autor a través de lo que él denomina su mito sucinto. Este mito sucinto estaría formado por una serie de imágenes, ideas, formulaciones, conceptos, etc., recurrentes (circularmente recurrentes, podría decirse) en la obra en cuestión. Para explicarlo no se me ocurre mejor imagen que aquella otra propuesta por el filósofo (también francés) Edgar Morin, del bucle recursivo, aunque sería una especie de bucle recursivo inconsciente en el que cabría todo lo enumerado antes en relación al mito sucinto.
Esto del mito sucinto y mi trabajo con la azada chocaron en una constatación: la importancia que tiene para mí el ambiente de campo, las faenas manuales, lo poco o mucho que pueda haber aprendido en ese contexto. Y esto no tiene más remedio que reflejarse en mi propia y muy escueta obra de la siguiente manera: en Eldor, por ejemplo, la mayoría de sus cuatro o cinco relatos rescatables se desarrolla en el medio de bosques, arroyos y colinas. En La noche que no se repite hay un intento de robo a una estancia en la zona de Raigón. En Ya nadie vive en ciertos lugares toda la acción se desarrolla en una población de carácter rural. “Monturas”, el cuento aparecido el año pasado en el Cultural, es un cuento de ambiente campero, de tropas y ranchos. Hete aquí mi humildísimo mito sucinto.
II. En eso algo negro y rápido pasa entre mis piernas y se pierde en los pastizales de al lado del alambrado del vecino, un hombre que ordeña a mano y después reparte leche en un carro, a la vieja usanza. El miedo al ataque de algún bicho me volvió a la realidad. Se podrán imaginar que aquello podría haber sido cualquier cosa. Lo más probable es que fuera un apereá. Sin embargo en mi cabeza sólo una criatura tomó forma y esa forma era la de una serpiente. ¿Por qué? Porque hemos encontrado varias en estos dos años, incluso una de ellas en nuestro porche. No es nada descabellado pensar que una de ellas podía estar allí, acechando. Y habiendo leído a Quiroga…
La imagen de la serpiente se me enroscó con unos versos del venezolano Alberto Arvelo Torrealba (se quien ya se comentó en este blog): “y va pisando el erial como quien pisa vergel”. Así iba yo, pisando lo silvestre con el cuidado de quien pisa un cantero plagado de hermosas violetitas de los Alpes. Enseguida la palabra vergel me retrotrajo al final de Cándido y a aquel “hay que cultivar el vergel” con el que el sabio de Voltaire culmina su sátira.
A estas alturas el delirio me ganaba, y todavía faltaba media hora para que terminara la jornada.
III. Por suerte vino Roberto, un vecino, a conversar y a sacarme de mis elucubraciones. Quedamos charlando sobre las horas en secundaria (Roberto, Robertito para los amigos, es profesor de matemáticas). Le pedí que me sacara una foto que atestiguase el momento en el que tantas y tan variadas cosas habían pasado por mi cabeza. De fondo un ternero, que por extrema casualidad acertó a pasar en el momento justo por el lugar indicado.
IV. Voy a dejar las herramientas después de dos horas. Abro la puerta del galpón y ¡zás!: una víbora entre las maderas de un encofrado que ya no usaremos jamás. Bueno, ahí estabas…mito sucinto de mi existencia… Dejé la azada al costado de la puerta y me apresuré a salir. Avisé, claro, a los encargados de los espacios verdes de la cooperativa, pero nadie pareció darle importancia.