viernes, 22 de abril de 2016

Aproximación a la segunda parte del Quijote (EBO - 2013)


Hace tres años me tocó hacer una selección de capítulos de la segunda parte del Quijote para Ediciones de la Banda Oriental. También debí escribir una introducción y redactar algunas notas. Aquí está lo que preparé para aquellas ediciones especiales de literatura española que salían con un diario capitalino. 
 
 Introducción

El lector y la obra

La Segunda parte del Ingenioso Cavallero Don Quixote de la Mancha (Madrid, 1615), nos coloca frente a un creador en la plenitud de su arte. Cervantes ha logrado una serie de avances, rompimientos y reestructuraciones formales que harán de su obra la primera novela moderna.
Desde el punto de vista de la experiencia vital, el autor ha sufrido la decadencia de una vejez empobrecida a la vez que ha visto burlada su obra principal a manos de Avellaneda, el autor de un Quijote apócrifo contra el que arremete Cervantes desde el mismo prólogo y en cuanta ocasión se le cuadre. Se trata entonces de lavar la afrenta y cerrar a la perfección una obra que jamás debió ser profanada, pero que, considerando esa profanación, ha tenido en ella una oportunidad para la reflexión así como una fuente importante de inspiradas ironías contra el autor escudado en el seudónimo. El espíritu del prólogo es, por tanto, volver a poner las cosas en su lugar: el Quijote y Sancho son creación de Cervantes. El único autorizado a completar esa creación es el lector.
¿Y qué margen de acción le cabe a este último? El narrador insiste permanentemente en la locura de su personaje. Desde el primer capítulo de la primera parte se vuelve sobre esto, tanto que parecería inútil u ocioso pensar en ello desde otra perspectiva. Pero el lector inteligente al que aspira Cervantes, ese que es capaz de interpretar de forma apropiada la variedad de funciones narrativas de estos personajes (ocasionalmente narradores, narratarios, paranarradores y paranarratarios, por mencionar sólo algunas), tiene en esta continuación de las aventuras de su héroe una larga lista de episodios tras los que queda claro que la locura ya no es la base del engaño. Los capítulos que hemos elegido nos llevan en esa dirección.

Juegos de tiempo y espacio

En el capítulo XXIII don Quijote se dispone a referir sus aventuras en la cueva de Montesinos, a la que ha bajado en el capítulo anterior sostenido por una soga tendida por Sancho y un acompañante, quienes ahora lo escuchan. El personaje se vuelve narrador en primera persona de una aventura con ribetes legendarios que lo enaltecen. El juego temporal y espacial se hace explícito cuando Sancho plantea: “Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto”.
Para Sancho, su amo ha permanecido en la cueva poco más de una hora. Para don Quijote, en cambio, han sido tres días. El lector debe realizarse preguntas: ¿es posible que la locura del personaje permita un entramado lógico tan complejo como la narración de los sucesos de la cueva?; ¿qué subyace a las extrañas actitudes y palabras del personaje al salir de allí (final del capítulo XXII)?; si el Quijote no está loco, ¿cuál es el beneficio tras la urdimbre de sucesos tan espectaculares que serán escuchados sólo por dos rústicos?
Por otro lado, es evidente que Sancho ha comprendido rápidamente el manejo de los mecanismos “mágicos” que explican cualquier suceso que les acaezca. Él mismo se ha valido antes de ellos en el famoso episodio del encantamiento de Dulcinea (remitimos al capítulo X de la segunda parte). En el capítulo XLI se pondrá en juego una vez más su capacidad creativa. Se trata de la aventura de Clavileño, enmarcada en la estadía de Sancho y su amo con los Duques. Es necesario antes plantear algunas claves de lectura que pueden encontrarse en los capítulos precedentes. El Duque y la Duquesa están al tanto de las aventuras anteriores del Quijote y de Sancho y por ello han pergeñado una serie de burlas con las que pretenden divertirse a costa de los dos. Una de ellas consiste en la utilización de un caballo fantástico que ha de transportar a los dos protagonistas a su encuentro con Malambruno. El objetivo es vencerlo y restituirles a algunas mujeres de la corte de los duques su apariencia femenina, afectada por barbas producidas tras un supuesto encantamiento. El Quijote y Sancho deben viajar con los ojos vendados, aunque en realidad no se moverán del lugar. Todo el episodio en sí reboza de humor y se remata con un relato de Sancho en el que cuenta cómo se corrió la venda de los ojos y pudo ver el planeta y sus habitantes desde las alturas del cielo para después incluso apearse de Clavileño y jugar con las siete cabritas, a las que además describe puntillosamente. El Quijote desconfía de todo esto, pero recuerda lo sucedido antes en la cueva y la incredulidad de Sancho y aprovecha para sentenciar: “Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y nos os digo más”.
Una nueva pregunta podría ser: ¿cómo se construye la realidad?

El legado del personaje

Los capítulos siguientes a la aventura de Clavileño están dedicados a los consejos que don Quijote le ofrece a Sancho ante la inminencia de su cargo de gobernador de la ínsula. Matizados con la característica comicidad de los diálogos entre los dos, pueden leerse como la expresión de las ideas del personaje en algunos temas importantes que hacen a la vida del ser humano.
Los consejos van dirigidos tanto al alma como al cuerpo. Entre los primeros destacan los referentes al acto de dispensar justicia. “Si acaso doblares la vara de la justicia dice don Quijote no sea con el peso de la dádiva sino con el de la misericordia”. ¿Puede haber acaso tema más actual para los lectores del siglo XXI? A poco menos de cuatrocientos años, don Quijote continúa interpelándonos.
Otro abordaje importante es el de la virtud en contraposición a la nobleza heredada. Don Quijote, sin desdeñar de la segunda, toma partido por la primera: “Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale”.
No menos significativos resultan los consejos referentes al cuerpo y el intercambio de palabras sobre los refranes, a los que Sancho acude a cada instante y el Quijote cada vez más seguido.
Poco después Sancho es trasladado hasta la ínsula Barataria, donde gobernará con particular inteligencia. De esa serie de capítulos incluimos el XLV por constituirse en la inauguración del gobierno de Sancho y en una muestra de su inteligencia mediante la resolución de ciertos casos problemáticos. De nuevo se repite el mecanismo de montaje de una realidad fingida. Y de nuevo nuestro personaje es capaz de salir airoso de los desafíos propuestos, sorprendiendo a los fingidores con sus decisiones y actitudes. También es un capítulo rico en posibles relaciones intertextuales. Por su inserción en la estructura narrativa, los tres breves relatos incluidos en él pueden relacionarse, entre otras obras, con el Decamerón de Boccaccio, El conde Lucanor de don Juan Manuel e incluso el Lazarillo. El valor de estas referencias no radica en la originalidad de lo que se cuenta sino en las posibles asociaciones temáticas con las obras mencionadas.
La selección se cierra con los capítulos LXIV y LXXIV. En el primero se narra la derrota de don Quijote a manos del Caballero de la Blanca Luna, personificado por el bachiller Sansón Carrasco. Se trata de un personaje aparecido a comienzos de la segunda parte y al que el Quijote había vencido ya una vez bajo el nombre de Caballero de los Espejos (capítulos XII al XV). En esta oportunidad el combate se decide rápidamente a favor de Sansón Carrasco y el resultado final es, desde un punto de vista simbólico, la muerte de la ficción (o de la locura) a manos de una realidad prosaica, insulsa, triste.
El último capítulo, además de conducirnos a la resolución de la obra, completa el proceso operado en los dos personajes durante toda la novela: la sanchificación del Quijote y la quijotización de Sancho. Los dos personajes han interactuado de tal forma a lo largo de toda la narración que ahora, en el momento final ante la muerte, el espíritu original de cada uno late en el otro. Don Quijote (¿o sería mejor decir Alonso Quijano?) y Sancho juegan a representar, en el último acto, algo completamente distinto a lo que habían sido desde el inicio.
Es la última transformación posible en una novela donde prácticamente todo se transforma.

Pedro Peña

Bibliografía

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Percas de Ponseti, Helena. Cervantes y su concepto del arte: estudio crítico de algunos aspectos y episodios del «Quijote». (2004) Disponible en edición digital.
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