domingo, 19 de julio de 2009

VIAJES DE MI OTRA VIDA


TRAVESÍAS

El viaje había empezado hacía tres horas en Winnipeg, Manitoba, donde subimos a bordo de los rapidísimos Greyhound (el del galguito igual al de la Onda uruguaya). Ahora estábamos en el Fish Market Dock de la pequeña ciudad de Kenora, uno de los lugares más encantadores de los que haya tenido noticias. Distraía mis ojos en The Blue Heron, una cabaña al borde del lago donde vendían arts & crafts hechos con hermosos materiales naturales. Todo aquello me daba la sensación de que estaba en otro mundo. Lejos habían quedado mi hermano, mi madre, mi padre, el Gordo y la Chicha, mis abuelos… Lejos había quedado mi final de práctica docente en el Anglo. Lejos mis jefes. Lejos alguien más. Lejos… Todos lejos.
Ahora tenía a George (su nombre original era Georges, pues venía de la parte francesa, lo que le daba vergüenza y había hecho que se cambiara el nombre recortándole la “s” final), a Matt, a Tim, a Jamaal, a Sonia, a Christa, a Mark, a Blue Jay, a Jared y a María, una acampante española que ha seguido de viaje por todo el mundo. También estaban Lucas, Jason B., Bryan, Kyle y Bruce y Phillippa. Íbamos de regreso al campamento después de dos días libres en Winnipeg que habían resultado un tanto cortos. Fumábamos apurados los últimos cigarros de esas dos semanas siguientes. La isla del Camp Stephens era una “non smoking island” atendiendo a cuestiones de riesgo de incendio y si nos veían en esas cuestiones de inmediato nos devolvían a nuestro lugar de origen, lo que para mí hubiera sido bastante engorroso dada la distancia.
Había dos formas de llegar a la isla. Una era en el M.S. Kenora, un buque que demoraba una hora. Otra era en lancha, demorando veinte minutos a toda velocidad por lugares a veces complicados como la Devil´s gap. En fin. Era domingo en la tarde y llegábamos al campamento. Tomábamos una cabaña con algunos otros y salíamos a las reuniones pertinentes de coordinación para al otro día recibir a los campers. En esas reuniones se jugaba nuestra suerte de las próximas dos semanas. A mí, supongo que por mi edad (tenía 23 cuando el promedio era veinte), siempre me ponían a trabajar con los adolescentes, y casi siempre con los complicados. A partir del lunes tenía dos días para, partiendo de un grupo de siete desconocidos, formar un equipo que lograra sobrevivir una travesía de cinco días en el lago. El jueves participábamos de una ceremonia colectiva, el viernes partíamos todos (diez grupos como el mío, más o menos), cumplíamos un recorrido (mapa y brújula de por medio) y volvíamos el miércoles de la semana siguiente, con varios kilos menos y llenos de cuentos. Entonces representábamos ante los otros las experiencias que nos habían sucedido, buenas y malas, y todos reíamos. Lo mejor, sin dudas, era volver a ver a mis compañeros y compañeras de trabajo. Si alguno había tenido problemas y no había llegado en tiempo y forma, se activaban mecanismos de búsqueda que particularmente en ese verano siempre habían sido efectivos. Ese miércoles todos participábamos de un juego que se llamaba “Everest challenge” y se hacía para los doscientos cincuenta acampantes a la vez. Era la cosa más exigente del mundo, pero nosotros, los que habíamos vuelto de la travesía, sólo jugábamos si estábamos bien físicamente. Yo jugué algunas veces y otras me lo perdí. Me acuerdo que la última de todas las travesías me deparó más cansancio que las otras cuatro juntas, pero igual tenía que jugar ese juego. Era mi última semana en el campamento y en Canadá. Ya me había acometido esa sensación de extrañar lo que aún no se ha perdido del todo.

CLUB DEL OSO POLAR

Cuando hay quince grados los canadienses no pueden más de calor. Si estábamos en el campamento, en las cabañas, alguien correspondientemente designado aparecía a las siete de la mañana a despertarnos. Salíamos del sobre de dormir y nos poníamos los shorts correspondientes y al swimming dock se ha dicho. Había que darse a esa hora una zambullida en el lago. Si uno lo hacía durante toda la estadía al final se ganaba un parche de miembro del Polar bear club. Yo tengo el mío, por supuesto, que mis buenas achuchadas me costó. A esa hora el agua del lago (un lago que en su invierno se vuelve hielo) era muy fría y no habría más de doce o trece grados en el aire. El cuerpo se termina acostumbrando.


EXTRAÑO

Extraño mucho todo eso. Extraño a toda esa gente que nunca más vi. De la que no sé si están vivos o muertos. Una en particular, Jill, podría estarlo. Tenía una enfermedad muy seria que, o no me la supieron explicar bien o la entendí muy mal. Me acuerdo que no podía comer ninguna cosa de color rojo.
Bueno…, decía que extraño.
Como extraño, escribo…

12 comentarios:

Unknown dijo...

¿Conociste las Rocky Mountains? ¿Y esos montes de pinos que no plantó Lussich? ¿Te mandó Chiruchi como espía?
Están buenas las crónicas de viajes.
Mucho combnb

Juana dijo...

Así como lo contás yo también extraño, porque sí, esa sensación de la que hablas, de extrañar lo que aún no se ha perdido también se extiende a aquellas cosas que no se han vivido y nos resultan deseables...

Fabián Muniz dijo...

¿Y con todas esas actividades y juegos que hacías, amenazas que te vas a cansar tan rápido en un picadito de fútbol 5?

Abrazo!!!
A.A

Pedro Peña dijo...

Ignacio: no estuve cerca de las rocosas. Manitoba es una gran planicie verde en verano y nebada los demás meses. La zona de lagos que me terminaba en Ontario, lejos.

Trenaluna: gracias por lo que decís!!!

Archiduque: me remito al título "...mi otra vida". Esta de ahora es un poquitín más sedentaria, a no ser por las largas bicicleteadas al colegio del centro de San José. Aparte...¡no tengo que darle explicaciones a un rival!!!!

Fabián Muniz dijo...

¿Cómo rival? Yo nací en Montevideo, por lo tanto, mi suplencia corre para ambos cuadros.

Unknown dijo...

Pedro: se me mojaron los mapas...
Archi: ¿sos algo del negro Alcorta?

Unknown dijo...

No soy el único en bicicleta. Eso es todo un gesto en la sociedad que corre, ¿no?

Fabián Muniz dijo...

¿De negro Alcorta? ¿Con ese bigote que suele confundirse con un tumor?

Naaaaaa

Jorge Abeel dijo...

Está muy agradable el relato bicibiográfico, lo real y cuando es bueno es muy agradable, es una extraordinaria experiencia de vida la tuya, que aprecio, ya que es en alguna forma, al llevar la lectura uno se imagina esos extraordinariso lugares, que a pesar de que uno se quiera hacer el patriota, hay lugares en el mundo que son únicos (redundancia). Y no le mientas a tus amigos, ya que de vuestra casa al liceo son unas breves cuadras jajaja. Ahorrando para volver de vacaciones a aquellos lugares? Saludos.PD el diario Primera Hora, lo llevan hace tiempo a otra oficina Cacssoe, no puedo garronear más, y quiero ahorrar para mis vacaciones jajaja.

Pedro Peña dijo...

Jorge: lamento que no puedas garronear el primera hora más..., bueno... a veces algunas cosas salen en el blog, para tu consuelo. Y la cooperativa en la que vivo queda a cuatro quilómetros del colegio, para que vayas viendo... Cuarenta cuadritas!!!

un abrazo

franco gonzález bertolino dijo...

Uy!!!!
El ómnibus de Greyhound!!!!!!!
PD: ya no son tan rápidos, se cansó el galgo... jejeje..
hermoso texto...
Saludos.
F.

Pedro Peña dijo...

Hola F.
Gracias por pasar por estas pocas...

Tengo entendido que andas por el norte con el estrumento al hombro dijera Larralde o algún otro, ¿no? Mucha suerte y nos vemos.