viernes, 24 de julio de 2009

Y TODO LO DEMÁS...


BREVE INTRO

Hace varios años ya escribí un cuento de muy dudosa calidad (bueno..., en realidad más de uno..., bueno, en realidad muchos..., pero el que nos interesa es este del que voy a hablar, caramba). Ese cuento llevaba el mismo nombre de este post. En él se relataban las últimas horas de la Tierra tal como la conocemos, a punto de ser impactada por un asteroide de grandes dimensiones. La luna ya había sucumbido a causa de impactos “menores” (“menores” en cuanto a lo que nos iba a tocar a nosotros). Después me detenía en las peripecias de un par de personajes y terminábamos todos asistiendo a una especie de lectura colectiva en la montaña con el fin de que las ondas de sonido viajaran a través del espacio hasta encontrar una cultura, especie, etc., que pudiera recepcionarlas primero y entenderlas después.
El cuento, por cierto, no es muy bueno… Me habría gustado que lo fuera…
En una novela corta que escribí a principios de 2008, seudo negra, más bien tirando a gris, pero que algunos lectores y algunas lectoras han considerado al menos divertida y de rápida lectura, situada entre San José y Montevideo, uno de los personajes, un asesino de esos que se contratan llegado el caso, se plantea algo que sería más o menos así: "Sólo de un par de certezas puede hablarse en este tipo de negocios. Una es sencilla: siempre hay alguien más fuerte. El tema es tratar de no encontrarlo. Pero no depende de uno. (…)La otra certeza es la de que ya ha nacido el hombre que ha de retirarnos del negocio. Ya camina por las calles de alguna ciudad ese que disparará el tiro, enterrará el puñal o apretará la cuerda sobre nuestro cuello."

BREVE DESARROLLO

El otro día un astrónomo australiano amateur (un triple a, si bien se mira) descubrió un cometa del tamaño de nuestro planeta. Descubrió además que iba a impactar en Júpiter. Y bien: impactó. Ahora... ¿es posible que haya elementos del tamaño de la Tierra circulando por ahí sin que los hayamos visto? En otras palabras, ¿es lógico que un a. a. a. descubra esto y no los hipercientíficos de la NASA o los rusos o los japoneses… El asunto me llenó de inseguridades varias.
En este preciso instante es cuando vuelvo sobre mis escritos previos y veo que ambos logran plasmar mi desazón (aunque sea eso logran). En primer lugar, ya se envió la sonda que porta hacia el espacio exterior (exterior mismo, fuera del sistema solar) gran parte de la labor de pensamiento y de arte del ser humano con la esperanza de que la encuentre “alguien” y no termine sucumbiendo estrellada contra algún planeta hirviente, tras lo cual no quedaría de nosotros el más mínimo rastro. Chau humanidad, chau.
El otro punto es que los mismos científicos dicen que un choque con un elemento asteroidal (linda palabra que acabo de inventar) es inevitable. Es decir, en términos del personaje de mi novelita corta: “Ya ha nacido el asteroide que ha de retirarnos del negocio. Ya vuela por los cielos de algún sistema ese que impactará tarde o temprano con nuestro querido planeta…”
Sería una lástima que esto ocurriera en estas décadas, cuando todavía está en pañales eso de los viajes al espacio y las naves.
Ahora que lo veo, y pensando en la psicocrítica de Mauron, creo que mi mito sucinto, tanto en Eldor como en la novelita de San José, está signado por ese miedo, que es el miedo de la especie toda a desaparecer. Ese miedo que hace que nos reproduzcamos. Que hace que reproducirnos sea tan necesario como dulce.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Algo está raro en tu blog, como si lo hubiera machucado un meteorito...
Y la Nasa lo sabía, sólo que querían ocultarlo, del mismo modo que esconden el micrometeorito que mató a Kennedy, ya que no al barrio Kennedy, inmortal reducto reloaded que acumula versiones realojadas y siempre vuelve, como el carnaval. (es raro el comentario, pero estoy escribiendo y mi cerebro quedó en la cama)

Juana dijo...

...me quedé pensando en el final del post (quizá para no pensar realmente en esa posibilidad de choque que se presenta como inexorable) y me preguntaba cual sería el nexo, que ineludiblemente se presenta, entre el amor y el temor; nos reproducimos para rebatir el temor a la desaparición de la especie; pues sí, pero también por amor a la misma. Y de hecho esto es algo de lo más curioso, a pesar de saber todo lo que implica el vivir y el morir, el ser humano no deja nunca de sembrar...

Pedro Peña dijo...

por favor TODOS vayan al blog de leo cabrera...

https://www.material descartable.wordpress.com