martes, 1 de septiembre de 2009

COMO EL URUGUAY...


Hay un pequeño país en el que podrían vivir cómodamente treinta millones de personas. Viven tres, y algunos pasan hambre. Sin embargo este país tiene una alta opinión de sí mismo. En este país a una elevación de quinientos metros ya le dicen montaña.
A este país no lo mueven los grandes cataclismos universales de los terremotos o los maremotos o los huracanes. Lo mueve un cataclismo mayor: un parsimonioso equilibrio. Sobre ese cataclismo pastan mansamente veinticuatro millones de vacas, bueyes y algún que otro toro gordo, gordísimo, con tanta dificultad a la hora de la monta que es necesaria la inseminación artificial.
Una prueba de la riqueza lingüística de este país es la gran cantidad de palabras aplicadas, por ejemplo, al concepto de delincuente. Si el delincuente es pobre se le dice “pichi”. Si es de clase media se le llama “ladrón”. Si es de clase alta ya estamos hablando de alguien “con la ciudadanía suspendida”. En el improbable caso de que se les descubra y en el aún más improbable de que se les pruebe, van a parar (sobre todo los pichis) a un penal que lleva el nombre de “Libertad”, para mayor tortura psicológica de quienes allí ingresan.
No hay liberales en serio ni comunistas en serio. Los liberales más liberales, antes de perder votos le piden al Estado que salga a cubrir deuda o a financiarla. Los comunistas más comunistas, con tal de no perder votos, reciben con un asado el Presidente Bush. Aquí estamos otra vez frente al cataclismo del equilibrio.
A Venezuela no le molesta nuestra tibia izquierda. A EEUU no le importa un comino que representantes de nuestra derecha participen en las convenciones de sus dos partidos principales. Mejor, por supuesto, mientras se eviten los extremismos.
Hemos tenido guerras, claro, pero nadie las ha ganado. Sí se han ganado algunas batallas, como la de Las Piedras, que además de aludir al lugar en el que tuvo lugar alude a parte del armamento utilizado. Después vino una guerrita que los historiadores insisten en llamar Guerra Grande cuando sería mucho mejor nombre el de “Guerra Larga” y aún mucho más apropiado el de “Guerra Lenta”. Para ejemplificar lo del principio, ni vencidos ni vencedores. Y como nadie ganó, no es posible hacer una película con esa guerra, lo que al menos nos asegura que esos muertos, aunque no tantos como se hubiera querido, descansen en paz.
Y cuando estoy hablando de las guerras me salen al cruce toda esa pléyade de seres fluctuantes entre el heroísmo y el bandolerismo. El primero es aquel blandengue contrabandista. Nadie nunca le hizo un retrato. La imagen que todos nosotros tenemos de él sale de dos breves párrafos de Dámaso Antonio Larrañaga en cierta crónica de viaje. Sin embargo ahí está, imperturbable en Purificación, el mítico campamento que era, como su nombre lo indica, el lugar donde algunos cajetillas purgaban sus traiciones a un costo un poco alto, si se considera a la vida humana como algo importante. Todos los políticos de todos los partidos se adhieren a sus ideas, aunque ninguno quiera unirse a otras provincias de la Argentina y formar una federación, que era lo que él más quería.
Después viene un tal Frutos, cuya mayor muestra de pericia militar fue emborrachar a quinientos indios. Después uno de gallardo porte y admirable bigote: que sí, que no, que sí, que no, que voy, que vengo... Queda por nombrar a aquel libertador, cuyo mayor rasgo distintivo siempre fue su profunda convicción de que las patillas quedaban buenas. A todos ellos se les ha premiado con el nombre de un departamento o de un paraje. Menos al pobre del bigote elegante, claro (que sí, que no…).
Pero nuestras gloriosas huestes no se contentaron con la gloria interna, por así llamarla. Llegado el momento partieron al Paraguay y lo invadieron junto a brasileños y argentinos en una guerra un poco robada, un poco abusiva. Una especie de Real Madrid contra Cerrito pero con armas y en la segunda mitad del siglo XIX. Hoy los cuatro países “hermanos” conforman el inocuo MERCOSUR, que si bien sirve de poco, por lo menos previene una nueva guerra.
En aquellos tiempos gobernaba Venancio Flores, probablemente el peorcito ejemplar de nuestra historia lejana. Como corresponde, el departamento que le negamos al del bigote se lo dimos a Venancio, cuyo nombre de pila transmutó después en cierto jugador de fútbol cuya jugada más recordada fue la de tirar un limonazo a la pelota en ciertas eliminatorias ante la desazón del jugador chileno que pifió el tiro libre.
Fiel al paradigma del equilibrio, nuestro mayor escritor (así lo ha catalogado cierto director de cierta publicación cultural, lo cual nos impele a no dudar de ello) es un escritor “gris”, un escritor de la “grisura”. El instrumento musical en el que nos destacamos más no es el piano ni el violín ni el arpa (los paraguayos, esos a los que invadimos y a los que les ganamos, se cuentan entre los mejores arpistas del mundo) ni ninguno que implique complejidades innecesarias. Nuestro instrumento es el tambor. Nuestros intelectuales, nuestros artistas plásticos, nuestros filósofos, todos marchan al ritmo del candombe, manifestación musical para la que no es necesario ni siquiera saber lo que significa la palabra pentagrama.
Cuando al mundo le va mal, a este país le va bien. En 1930, apenas a unos meses de la crisis económica más importante del S. XX, construimos un estadio, organizamos y ganamos un mundial de fútbol. En 1950, cuando el mundo salía de la segunda guerra mundial y estaba por entrar en la de Corea y en la Fría, ganamos de nuevo. Hoy en día la mayor prueba de que la debacle económica mundial es maravillosamente grande es que a nosotros nos va mejor que nunca.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Me habría gustado escribir el último enunciado. Lo de Real Madrid-Cerrito es la imagen más gráfica que he visto sobre la guerra en la que participó mi infausto antepasado, el del diario ese aburrido que nunca he podido leer.
¿Y el de los bigotes? ¿Es Oribe? Siempre pensé que si Rivera tenía un departamento, don Manuel lo necesitaba, más que Venancio.
Acoto: una vez escribí un soneto que terminaba diciendo "presos de una deidad política radicalmente mediana".
¿O el de bigote era Pessoa? De haber estado en Uruguay, no se habría destacado.

Anónimo dijo...

Descontrucción total, ni la imagen del prócer se salvó...no seas tan malo, le cedió el colchón en Payasandú a Larrañaga, y la historia cuenta que es nuestro libertador.Qué coincidencia ni el ni "nuestro mayor" escritor gris quisieron volver, algo los sobrepasó capaz...

Pedro Peña dijo...

Vero e Ignacio: yo quisiera aclarar que esto es sólo parte de un juego, una especie de paráfrasis del viejo Maggi pero un poco actualizada, nada más. No sé si estoy de acuerdo conmigo mismo, y probablemente tampoco lo esté con Maggi, a quien respeto mucho aunque nos encontremos en la antípoda del pensamiento.

Saludos

Fabián Muniz dijo...

Está bueno... Es creativo, y podrías llamarlo: "Guía para leer antes de estudiar a Real de Azúa"
Seguro adquiere cierta utilidad.

Abrazo!!!
A.A

Jorge Abeel dijo...

Estimado (esto es como una anestesia)ok. En cuanto al parsimonioso equilibrio, creo que en un mundo tambaleante
no hay mejor cosa que ir de esa forma lentos pero “seguros”, en cuanto al número de habitantes, quizás esa sea la razón por la cual cuando los demás están en crisis aquí no, y referente a que el penal se llame Libertad estoy de acuerdo, aunque el nombre se lo dio la ciudad, y los reclusos no se ven afectados por situaciones psicológicas, al contrario las utilizan sobre los ciudadanos que se mantienen en una convivencia más o menos en parámetros normales, precisamente al delincuente lo que le falla es el sentido común, no le da importancia a los valores, por lo tanto el delincuente surge en cualquier escala social, unos se preparan o los prepara el medio en el cual viven y otros son espontáneos (relativamente), dependiendo de sus intereses o intensiones, ambiciones, egoísmos, pasiones retorcidas, etc, y algunos por hacer daño simplemente, así que no creo que les afecten esas torturas psicológicas, matan o dejan secuelas y no tienen el cajón de la memoria en sus enfermas cabezas (pero sí un catálogo como hacerlo mejor la próxima vez) de ahí que su recuperación requiera de un Freud, casi un imposible para la naturaleza que ella misma lo ha transformado, así que potencialmente delincuente resulta cualquiera, por lo tanto es bueno dar vigor al alma en el sentido de lo coherente, y qué es lo coherente ni idea al momento tengo, no quiero dejar de agregar una cuestión, y es que aquel que está en la cárcel por ejemplo por un accidente de transito, de seguro ve la diferencia que hay entre él y un desquiciado delincuente, las mentes desquiciadas, temo que no ven lo que usted ve estimado, solo imagine que los reincidentes no estén en la calle, los delitos bajarían más de un cincuenta por ciento, son pocos los primarios, los delitos que se están cometiendo ahorita mismo son nueve de diez son reincidentes, creo usted que les afectan las situaciones psicológicas, las tienen incorporadas para su uso personal.