viernes, 31 de julio de 2009

ÚLTIMAS LECTURAS (julio de 2009)





Más allá del planeta silencioso, de C.S. Lewis. Bueno por cierto, aunque no sé cómo se puede comparar a Lewis con Tolkien por más amigos, católicos y conservadores que hayan sido…

Rip Van Winkle y otras leyendas de la antigua Nueva York, de Washington Irving. En ediciones de la Banda Oriental dos por tres cae un gran, gran libro. Este es el caso. Muy entretenido y excelentemente bien escrito para los que nos gustan ciertas ambigüedades de la expresión que tienden a la ironía. Manhattoes (así se llamaban los territorios que hoy ocupa New York) supo ser una tierra de fantasmas y aparecidos, con varios piratas de río famosos y el jinete sin cabeza incluido.

Facundo Imperial y otros cuentos, de Javier de Viana. Me llamó mucho la atención. Sobre todo porque mis lecturas anteriores del autor no me habían agradado. Pero ahora me leí siete cuentos de un tirón y sin querer dejar.

La hija del capitán, de Aleksandr Pushkin. Por lejos la mejor lectura del mes. El comienzo es algo errante pero a medida que avanza la lectura es muy buena. Una cosa rara entre romanticismo y realismo muy bien hecha. Dan ganas de escribir así.
Dice justamente la hija del capitán hablando de los duelos a espada por amor: "¡Qué extravagantes son los hombres! Por una sola palabra, que posiblemente olvidan al cabo de una semana, son capaces de degollarse y de sacrificar, no solo su vida, sino también su conciencia y el bienestar de aquellos que…” No está mal para alguien como Pushkin, que murió a consecuencia de un duelo.

Poesía y correspondencia, de Delmira Agustini. Prologado por Idea Vilariño. La carta de Enrique Job Reyes, que yo había leído hace mucho tiempo, es realmente inquietante. ¿Qué habría pasado si Delmira la hubiera dado a leer a otra persona? ¿Qué hubiera pasado si…? No se puede vivir de esa forma, dicen.

martes, 28 de julio de 2009

RECUERDOS, ANÁLISIS Y PROYECCIÓN LITERARIA DE UN PARTIDO DE FÚTBOL


VENDIMOS CARA LA DERROTA…

Estos son los recuerdos de un partido de fútbol en Minas. Recuerdos tan desordenados como nuestro juego. Recuerdos que se van vaciando de contenido a medida que pasa el tiempo cronológico del partido. Atribuyo esto último a una deficiente irrigación cerebral. El asunto se soluciona con un poco de imaginación.


-Recuerdo 1: no llegaban Trujillo y Di Tullio y nos pusimos a jugar “por las tortas fritas”… Craso error nuestro. DGB se hizo el que no jugaba nada y se guardó el físico mientras Leo Cabrera y yo pergeñamos dos enormes jugadas que después, en el partido en serio, fuimos incapaces de repetir.

-Recuerdo 2: Santullo avisa que él, de jugador, es peor que un contrario. Que de golero se defiende. ¡Qué país generoso!, pienso yo.

-Recuerdo 3: llega Trujillo acompañado por un enorme monstruo cuadrado de apellido Di Tullio. Es poeta argentino, en apariencia, pero en realidad es uno de la reserva de Boca.

-Recuerdo 4: jugamos. El Leo Cabrera se manda flor de jugada con Gastón Brito. Una belleza irrepetible… e inútil, porque definen mal…

-Recuerdo 5: Leo De León está tirado en el medio de la cancha. Ignacio F de P le estira la pata probablemente para lesionarlo aún más…

-Recuerdo 6: movemos (o mueven ellos, no sé) e inmediatamente hay un gol. Recuerdo recurrente.

-Recuerdo 7: a mi frente tengo a Di Tullio. Un segundo después ya no. Giro mi cabeza hacia nuestro arco. Gol de DGB o de Trujillo tras pase del argentino.

-Recuerdo 8: ya no puedo más. Una tortuga renga corre más rápido que yo. Me afecta la altura de Minas. “Me voy arriba” digo. Es el lugar donde puedo hacer menos daño a mi cuadro.

-Recuerdo 9: la misma jugada de antes pero esta vez la ataja Santullo. Este recuerdo es muy fuerte. Santullo debe haber atajado unos veinte tiros de gol.

-Recuerdo 10: Leo De León sale de la cancha. Sentimos el peso de esto en lo psicológico. Metemos dos goles y andamos por empatar.

-Recuerdo 11: nos meten tres goles seguidos. Di Tullio siempre tiene que ver con el asunto. DGB y Trujillo no desentonan. Por la izquierda, Ignacio F de P, que en el match previo se lució, hace cosas incomprensibles con la pelota con el solo objetivo de marearnos.

-Recuerdo 12: estoy en el área rival. Por algún secreto mecanismo del destino, las parcas, Dios, el Diablo, la pelota llega a mis dominios. Hago un movimiento con el pie y me acomodo. Pateo de taco y gol… ¡Qué país generoso! Viendo la foto es posible recomponer mejor la jugada: el Archiduque me tapa el palo derecho, DGB me marca de frente y por detrás viene -adivinen quién… sí- Di Tullio. Eso tras resignificar la foto. Yo, por mi parte, no recuerdo que haya intervenido la razón en nada de esto. Festejo alzando un solo brazo. Hay que cuidar energías.

-Recuerdo 13: digo algo de la sangre, el huevo y las reservas morales (alguien hace un chiste lamentable: “sí, que entre O. J. Morales”)… Leonardo Cabrera, que fue nuestro mejor jugador a la par de Santullo, corre y recorre y mete goles, marca y sube cuando puede. Yo soy la teoría y él es la práctica.

-Recuerdo 14: 8 a 5… Ilevantable… Leonardo Cabrera, sin físico, sin ideas, puro corazón y amor propio, se arroja a los pies de Trujillo. Va a la pelota y se la saca. Con esa actitud nos muestra el camino. Trujillo se queja… ¡Esto es fóbal, vo´! ¡Esto no e´la redasión del ocservador, vo´!

-Recuerdo 15: gran jugada de Gastón Brito. Tira para adelante la pelota. Yo voy corriendo y estiro la pata. Gol. Me cuelgo de las redes empujado por DGB que no llegó al cierre.

-Recuerdo 16: pienso en mi hijo y en mi esposa y en que tengo que vivir. Vamos 8 a 7 pero nuestros últimos minutos han sido dignísimos. Alguien grita “¡Partido!” y todos, ni uno solo que se oponga, aceptamos el mandato. Nos hemos divertido mucho y sonreímos felices. Santullo y Di Tullio se llevan los aplausos. El Archiduque, justo es decirlo, atajó muy bien, pero Santullo… digámoslo así: sin ser maragato, fue el más maragato de todos…

-Recuerdo 17: Vemos a Bentancor. ¡Anotó todo! No…, muy fuerte…


PROYECCIÓN LITERARIA (después de todo, la idea era plantear una analogía entre una cosa y la otra, si mal no recuerdo...)

Archiduque: va a ser un gran escritor. Demostró que puede empezar de abajo sin pretensiones y hacerse responsable. No es un futuro promisorio. Es un presente más que atendible.

Ignacio Fernández de Palleja: un escritor con un futuro de difícil vaticinio. Como estoy leyendo cosas interesantes que ha escrito últimamente, creo que escribe mejor de lo que juega. Con todo respeto (ya me lo veo protestando estos conceptos, lacerado su amor propio, pero recuerden que él es más ciclista que futbolista, y en ese rubro seguramente nadie le es rival).

Valentín Trujillo: este va a llegar lejos. No sé si por escribir notable o por rodearse, codearse, con individuos que le aseguran el triunfo por una especie de ósmosis de talento. Para hablar claro, su gran jugada en el partido fue traer Di Tullio.

Ignacio Di Tullio: un gran tipo que tuvo la impertinencia de meternos cuatro goles. Como escritor le auguro un creciente prestigio y una humildad batalladora. Un gustazo conocerlo.

Damián González Bertolino: ¡ojo acá!, metió un par de goles, corrió la cancha, me parece que la carrera recién empieza y por lo que se ve con un golazo. Es, además, un astuto estratega (permítanme recordar que nos cansó antes del partido en serio).

Santullo: un escritor que se conoce a sí mismo y es consciente de sus puntos débiles. Un escritor pródigo en esfuerzos. Se lo van a disputar generaciones literarias de México y de Uruguay. Otro gustazo.

Leonardo De León: como puntero, un gran poeta. Un estilo decoroso, amable tanto con rivales como con compañeros, incapaz de una mala idea o una mala palabra y no por eso menos crítico que el resto. Cuando sabe que no puede más, no insiste. Eso es muy, muy inteligente en términos literarios. Estilo moroso en las canchas que se refleja en esa suerte de escritura lenta, retraída, en ocasiones muy buena (metió nuestro primer gol, por cierto).

Leonardo Cabrera: un todo terreno de las letras. Así como corre y marca y se proyecta y va al raspe, cuando escribe te emociona, te hace reír, te hace calentar y además él mismo se ríe, se emociona y se calienta. Quiere, además, que el equipo todo salga adelante, por lo que su asesoramiento técnico-narrativo no será nunca algo desdeñable.

Pedro Peña: (es difícil hablar de uno mismo) se ve que mi pasaje por la literatura tendrá sus bemoles. Pero todos han recordado esa definición de taquito que me valió una foto en el Observador que mostraré a mi hijo algún día. Sólo espero poder escribir una novela que le haga justicia. Algún día…

Martín Bentancor: un fuera de concurso. El único escritor sensato de todo el partido. En ti ciframos nuestras esperanzas críticas. Sabemos que nos podés dar buen color después de haber leído la entretenida y socarrona crónica de tan paupérrima experiencia deportiva.

viernes, 24 de julio de 2009

Y TODO LO DEMÁS...


BREVE INTRO

Hace varios años ya escribí un cuento de muy dudosa calidad (bueno..., en realidad más de uno..., bueno, en realidad muchos..., pero el que nos interesa es este del que voy a hablar, caramba). Ese cuento llevaba el mismo nombre de este post. En él se relataban las últimas horas de la Tierra tal como la conocemos, a punto de ser impactada por un asteroide de grandes dimensiones. La luna ya había sucumbido a causa de impactos “menores” (“menores” en cuanto a lo que nos iba a tocar a nosotros). Después me detenía en las peripecias de un par de personajes y terminábamos todos asistiendo a una especie de lectura colectiva en la montaña con el fin de que las ondas de sonido viajaran a través del espacio hasta encontrar una cultura, especie, etc., que pudiera recepcionarlas primero y entenderlas después.
El cuento, por cierto, no es muy bueno… Me habría gustado que lo fuera…
En una novela corta que escribí a principios de 2008, seudo negra, más bien tirando a gris, pero que algunos lectores y algunas lectoras han considerado al menos divertida y de rápida lectura, situada entre San José y Montevideo, uno de los personajes, un asesino de esos que se contratan llegado el caso, se plantea algo que sería más o menos así: "Sólo de un par de certezas puede hablarse en este tipo de negocios. Una es sencilla: siempre hay alguien más fuerte. El tema es tratar de no encontrarlo. Pero no depende de uno. (…)La otra certeza es la de que ya ha nacido el hombre que ha de retirarnos del negocio. Ya camina por las calles de alguna ciudad ese que disparará el tiro, enterrará el puñal o apretará la cuerda sobre nuestro cuello."

BREVE DESARROLLO

El otro día un astrónomo australiano amateur (un triple a, si bien se mira) descubrió un cometa del tamaño de nuestro planeta. Descubrió además que iba a impactar en Júpiter. Y bien: impactó. Ahora... ¿es posible que haya elementos del tamaño de la Tierra circulando por ahí sin que los hayamos visto? En otras palabras, ¿es lógico que un a. a. a. descubra esto y no los hipercientíficos de la NASA o los rusos o los japoneses… El asunto me llenó de inseguridades varias.
En este preciso instante es cuando vuelvo sobre mis escritos previos y veo que ambos logran plasmar mi desazón (aunque sea eso logran). En primer lugar, ya se envió la sonda que porta hacia el espacio exterior (exterior mismo, fuera del sistema solar) gran parte de la labor de pensamiento y de arte del ser humano con la esperanza de que la encuentre “alguien” y no termine sucumbiendo estrellada contra algún planeta hirviente, tras lo cual no quedaría de nosotros el más mínimo rastro. Chau humanidad, chau.
El otro punto es que los mismos científicos dicen que un choque con un elemento asteroidal (linda palabra que acabo de inventar) es inevitable. Es decir, en términos del personaje de mi novelita corta: “Ya ha nacido el asteroide que ha de retirarnos del negocio. Ya vuela por los cielos de algún sistema ese que impactará tarde o temprano con nuestro querido planeta…”
Sería una lástima que esto ocurriera en estas décadas, cuando todavía está en pañales eso de los viajes al espacio y las naves.
Ahora que lo veo, y pensando en la psicocrítica de Mauron, creo que mi mito sucinto, tanto en Eldor como en la novelita de San José, está signado por ese miedo, que es el miedo de la especie toda a desaparecer. Ese miedo que hace que nos reproduzcamos. Que hace que reproducirnos sea tan necesario como dulce.

domingo, 19 de julio de 2009

VIAJES DE MI OTRA VIDA


TRAVESÍAS

El viaje había empezado hacía tres horas en Winnipeg, Manitoba, donde subimos a bordo de los rapidísimos Greyhound (el del galguito igual al de la Onda uruguaya). Ahora estábamos en el Fish Market Dock de la pequeña ciudad de Kenora, uno de los lugares más encantadores de los que haya tenido noticias. Distraía mis ojos en The Blue Heron, una cabaña al borde del lago donde vendían arts & crafts hechos con hermosos materiales naturales. Todo aquello me daba la sensación de que estaba en otro mundo. Lejos habían quedado mi hermano, mi madre, mi padre, el Gordo y la Chicha, mis abuelos… Lejos había quedado mi final de práctica docente en el Anglo. Lejos mis jefes. Lejos alguien más. Lejos… Todos lejos.
Ahora tenía a George (su nombre original era Georges, pues venía de la parte francesa, lo que le daba vergüenza y había hecho que se cambiara el nombre recortándole la “s” final), a Matt, a Tim, a Jamaal, a Sonia, a Christa, a Mark, a Blue Jay, a Jared y a María, una acampante española que ha seguido de viaje por todo el mundo. También estaban Lucas, Jason B., Bryan, Kyle y Bruce y Phillippa. Íbamos de regreso al campamento después de dos días libres en Winnipeg que habían resultado un tanto cortos. Fumábamos apurados los últimos cigarros de esas dos semanas siguientes. La isla del Camp Stephens era una “non smoking island” atendiendo a cuestiones de riesgo de incendio y si nos veían en esas cuestiones de inmediato nos devolvían a nuestro lugar de origen, lo que para mí hubiera sido bastante engorroso dada la distancia.
Había dos formas de llegar a la isla. Una era en el M.S. Kenora, un buque que demoraba una hora. Otra era en lancha, demorando veinte minutos a toda velocidad por lugares a veces complicados como la Devil´s gap. En fin. Era domingo en la tarde y llegábamos al campamento. Tomábamos una cabaña con algunos otros y salíamos a las reuniones pertinentes de coordinación para al otro día recibir a los campers. En esas reuniones se jugaba nuestra suerte de las próximas dos semanas. A mí, supongo que por mi edad (tenía 23 cuando el promedio era veinte), siempre me ponían a trabajar con los adolescentes, y casi siempre con los complicados. A partir del lunes tenía dos días para, partiendo de un grupo de siete desconocidos, formar un equipo que lograra sobrevivir una travesía de cinco días en el lago. El jueves participábamos de una ceremonia colectiva, el viernes partíamos todos (diez grupos como el mío, más o menos), cumplíamos un recorrido (mapa y brújula de por medio) y volvíamos el miércoles de la semana siguiente, con varios kilos menos y llenos de cuentos. Entonces representábamos ante los otros las experiencias que nos habían sucedido, buenas y malas, y todos reíamos. Lo mejor, sin dudas, era volver a ver a mis compañeros y compañeras de trabajo. Si alguno había tenido problemas y no había llegado en tiempo y forma, se activaban mecanismos de búsqueda que particularmente en ese verano siempre habían sido efectivos. Ese miércoles todos participábamos de un juego que se llamaba “Everest challenge” y se hacía para los doscientos cincuenta acampantes a la vez. Era la cosa más exigente del mundo, pero nosotros, los que habíamos vuelto de la travesía, sólo jugábamos si estábamos bien físicamente. Yo jugué algunas veces y otras me lo perdí. Me acuerdo que la última de todas las travesías me deparó más cansancio que las otras cuatro juntas, pero igual tenía que jugar ese juego. Era mi última semana en el campamento y en Canadá. Ya me había acometido esa sensación de extrañar lo que aún no se ha perdido del todo.

CLUB DEL OSO POLAR

Cuando hay quince grados los canadienses no pueden más de calor. Si estábamos en el campamento, en las cabañas, alguien correspondientemente designado aparecía a las siete de la mañana a despertarnos. Salíamos del sobre de dormir y nos poníamos los shorts correspondientes y al swimming dock se ha dicho. Había que darse a esa hora una zambullida en el lago. Si uno lo hacía durante toda la estadía al final se ganaba un parche de miembro del Polar bear club. Yo tengo el mío, por supuesto, que mis buenas achuchadas me costó. A esa hora el agua del lago (un lago que en su invierno se vuelve hielo) era muy fría y no habría más de doce o trece grados en el aire. El cuerpo se termina acostumbrando.


EXTRAÑO

Extraño mucho todo eso. Extraño a toda esa gente que nunca más vi. De la que no sé si están vivos o muertos. Una en particular, Jill, podría estarlo. Tenía una enfermedad muy seria que, o no me la supieron explicar bien o la entendí muy mal. Me acuerdo que no podía comer ninguna cosa de color rojo.
Bueno…, decía que extraño.
Como extraño, escribo…

miércoles, 1 de julio de 2009

CATARSIS (o “Aflojen con las vanguardias”)


Ayyyy…, amigos de este blog… Disculpen que haga catarsis con ustedes. No tengo más remedio. Pero empecemos situando el asunto.
Primero: la vida me resulta algo placentero por cierto, aunque no dejo de pertenecer a un mundo que no me gusta y que, a mi modesto modo de ver, necesita cambios. En resumen, soy todo lo feliz que puede ser alguien que considera que la felicidad es un bien público y constata que en la práctica no es así. (Aclaro todo esto para evitar el "amargado", "infeliz" que puede sobrevenir tras la elctura de este post..., no, no va por ahí...)
Segundo: creo que cada persona que decide conectarse con el mundo a través del arte debe, en primera instancia, conectarse consigo mismo y reconcentrarse en eso. Pues la única herramienta de este asunto del arte es uno mismo. Y miren que no hablo del subjetivismo romántico ni de ninguna cosa relacionada al tremendismo de los sturmers. No. Simplemente eso: el arte es el artista.
Tercero: el arte es el artista haciendo arte. HACIENDO ARTE. No declarando postulados ni posando de serio o chabacano según la ocasión. Y nunca, NUNCA, posando como que estuviera haciendo arte.

En este mínimo marco teórico quiero hacer catarsis. Quiero aliviarme, claro, y para eso escribo estas palabrillas, tal vez que esperando el acuerdo o el disenso, pero por lo menos para que hablemos de estas cosas.

COSA 1. Veo en la televisión a un escritor, no importa quién (a lo mejor sí importa, pero no a mí), que se ha encerrado a escribir en una suerte de cabina telefónica ampliada y de vidrios transparentes. Está escribiendo algo que es una obra de arte, pero lo llamativo es que la obra de arte es él mismo escribiendo una obra de arte. A la luz de lo esbozado por mí en el tercer punto del marco teórico de referencia, estaría bien… ¡Pero no! ¡No! ¡No! ¡Basta de las vanguardias del s XX! ¡Han pasado noventa, cien años! El arte no es un escritor posando de escritor. El arte es un escritor encerrado escribiendo, limpio o sucio, alcohólico o cafeconlechero, viejo o joven, mujer u hombre, pero encerrado en su pieza frente a algo en lo que se pueda escribir y haciendo uso de su más estricta privacidad para que nada lo distraiga mientras se entrega a su labor más sagrada y más enorme y más divertida.
¡Cómo se tiene que haber aburrido este escritor encerrado allí no sé cuántas horas, posando de escritor, haciendo de escultura viviente, de reality show!

COSA 2. Un grupo de artistas plásticos van a una ciudad del interior a conocerla a la luz de ciertos sucesos de interés público. Bien…, una vez allí la labor es plasmar en diversas obras de arte la pluralidad de las miradas que todos ellos dedicaron al lugar en una cuestión colectiva. Aparece un televisor con una filmación rodeado de pastos y alambre. Hay una cosa con luces que no acabo de entender bien qué es. Después alguien que ha encontrado restos de madera en una playa y los puso sobre una tela. Uf…, lo de Duchamp y la letrina fue una genialidad, a qué negarlo. En su contexto, el contexto de las vanguardias, hace casi cien años, estaba muy bien. Claro: el arte ocupaba el mismo lugar que algo en lo que el ser humano deja sus deposiciones. Era necesario, imprescindible decir eso. Cualquier cosa intervenida por el ser humano era arte. Las vanguardias enseñaron a ver el fenómeno artístico desde otro cristal, con otra lucidez. Pero ahora es tiempo de dejar las vanguardias, de dejar el arte posmoderno, de agarrar la cultura pop que vino después y decir: bien…, sirvió, ya no sirve. Así como a nadie se le ocurriría negar el valor de Hoffmann o Novalis, a nadie se le ocurriría escribir hoy por hoy como los románticos alemanes. A nadie se le ocurriría oportuno hoy por hoy negar el valor de las vanguardias, pero de ahí a pretender seguir utilizándolas, refrotándolas, es otra cosa. ¡Así, y con un mínimo de respeto lo digo, así hasta yo soy artista! Vivo en una cooperativa de viviendas que me proporcionaría toda una serie de fierros retorcidos y clavos metidos en madera de la forma más increíble. ¿Para qué más? No…, lean el manifiesto surrealista. El arte, el surrealismo, es otra cosa si lo leen.

COSA 3. Para la deconstrucción, incluso para la destrucción del arte, particularmente del de la escritura, propongo la lectura de Altazor de Huidobro (no el Ñato sino su primo chileno). Ahí está todo. Hay que leerlo, tenerlo presente y dejar de hacerlo, ¡por favor!

COSA 4. Hay que inventar un camino nuevo. Un camino que eleve el mundo simbólico a otro plano. Yo creo que eso pasa, ahora, por algo que bien podría llamarse clasicismo-post-pop. Claro que estamos bastante lejos de una visión objetiva sobre este punto.

COSA 5. Uf…, ¡qué alivio! Sepan disculpar...