viernes, 25 de septiembre de 2009

¡¡¡HOMOSEXUALES!!!


RECIENTEMENTE EN SAN JOSÉ SE HA PRODUCIDO UN PEQUEÑO Y DISGUSTANTE DEBATE SOBRE LOS HOMOSEXUALES Y LA EDUCACIÓN EN LOS COLEGIOS PRIVADOS. EN ESE CONTEXTO ESCRIBÍ ESTAS PALABRAS. A LOS LECTORES AMIGOS LES PIDO QUE SEPAN DISCULPAR ALGUNA OBVIEDAD LITERARIA. RECUERDEN QUE ESTO ES PARA MIS COLUMNAS DEL PRIMERA HORA, ES DECIR, PARA GENTE QUE TIENE LA BONDAD DE LEERME CON UN POCO MÁS DE INOCENCIA QUE USTEDES... ¡SALÚ!

(y si creen en Dios, rueguen para que no me echen del colegio...)


Por Pedro Peña


“En esta sociedad había, por cierto, excluidos, gente que no podía soportar esos límites. Porque esa sociedad resultaba sumamente apretada y aglutinante. Consecuencia: el individuo queda completamente englobado en una comunidad de la cual no puede apartarse. Y había personas que no soportaban este encierro y que decidían marcharse.
(…)
“El miedo al otro también era miedo al marginal.”
Georges Duby

RESPETO. Quisiera no incurrir en la falta de respeto hacia nadie. Por este motivo lo que haré será tratar el tema como si fuera un objeto de estudio. Las palabras del historiador francés Georges Duby que cité arriba pertenecen a uno de los mejores libros que pueden leerse sobre la Edad Media: Año 1000 – año 2000. Las huellas de nuestros miedos, cuya lectura recomiendo fervorosamente.
Y por cierto que estas palabras, aplicadas al contexto del año 1000, aún hoy mantienen su vigencia. En nuestra sociedad del siglo XXI muchos miedos nos aplastan, pero ninguno como el miedo al otro.
El otro no soy yo. Ese es básicamente el problema. Yo soy totalmente predecible, tomo determinaciones que siguen la lógica de mi vida y me amo mucho. El otro, en cambio, es alguien con el que juego una suerte de competencia, una partida de ajedrez a ver cuál de los dos se mueve mejor en el borgeano tablero de la vida. El otro siempre es diferente, y eso no debería estar mal. Pero cuando el otro es muy, muy diferente, ahí la cosa cambia. Y ese es uno de los puntos sobre los que basaré este somero análisis de la homosexualidad en nuestra vida cotidiana.
Parto del supuesto de que vivimos en una sociedad machista. La mujer, por ende, está casi siempre bajo el dominio del hombre y toca bajo su batuta en la mayoría de las familias. Desde un punto de vista físico-sexual, el hombre es quien “penetra”, “entra”, “invade” el mundo de la mujer. El cuerpo de la mujer es “penetrado”, “entrado”, “invadido”. Esto, claro, desde que el mundo es mundo y desde que el cuerpo de la mujer, en general, es considerado como objeto de pertenencia. El hombre “posee” una mujer, es decir, se adueña de ella y legisla para regular esa posesión.
Pero, ¿qué pasa cuando es un hombre el que se deja poseer por otro? Esa es probablemente una de las heridas más grandes que pueda recibir la hombría de todos los tiempos, y el sujeto que se transforme en objeto, que sea “penetrado”, “entrado”, “invadido” como una mujer, es usualmente visto como un ente de perversión, una manifestación de desorden en un mundo que, al existir un dios, tiende al orden. (Aquí conviene el recuerdo de aquella teoría de las mónadas de Leibniz ridiculizada de forma magistral por Voltaire en su Cándido: “Este es el mejor de los mundos posibles”.) (También conviene el recuerdo de esa voz afeminada con que Paco Espínola representaba al diablo cuando narraba oralmente su cuento “Rodríguez”.) Ese hombre, ese homosexual, es malo. No representa valores apropiados y su alma no puede ser salvada. ¿Por qué? Bueno, porque ha dispuesto de su cuerpo de una manera inusual, de una manera que atenta contra el status quo machista y dominante. A esa persona, automáticamente (y no es que la sociedad “piense” estas cosas cuando las hace) se le restringen los accesos y se le practican toda suerte de bromas y zancadillas. Hasta hace dos o tres años eran muy pocas las murgas que no presentaban un homosexual entre las atracciones de su couplet o de su humorada, y así hacíamos todos catarsis por esa horrenda cosa que nos parece un homosexual.
¿Y cuál ha sido su pecado? Pues bien, su pecado ha sido poseerse a sí mismos. Poseerse y decidir sobre su propia vida y no dejar que decidan la costumbre o las religiones del lugar (todas, y en esto son unánimes y más ecuménicas que nunca, todas las religiones condenan la homosexualidad).
Pero para la hombría hay un golpe aún más duro, y es la constatación de que hay mujeres que, aunque nos duela, no “reciben” placer en la relación sexual con un hombre. Algunas de esas mujeres, incluso, deciden no abstenerse de una vida placentera desde lo físico y encaran relaciones con otras mujeres. Se las conoce con el nombre de lesbianas, y son aún peor consideradas que los homosexuales hombres, pues prescinden totalmente del género masculino, lo que desde un punto de vista simbólico es un pecado difícil de perdonar en una sociedad, como ya se dijo, machista.

CONTROL DE LA SEXUALIDAD. Uno de los puntos clave de la vida del ser humano es su sexualidad. Como esbocé arriba, todas las religiones del mundo lo han entendido muy bien y por ende siempre han regulado los comportamientos sexuales de acuerdo a ciertos patrones más o menos similares: matrimonio, parejas estables, heterosexuales, etc. Aún así cada tanto surgen religiones cuyos preceptos cambian y se aggiornan o simplemente rompen con lo que era usual. Pienso en aquellos primeros mormones del siglo XIX obligados a recluirse en la entonces perdida ciudad de Utah, expulsados por los protestantes americanos debido a sus escandalosos episodios de poligamia, o en los monjes budistas de principios del siglo XX que, tras sincerarse con sus superiores, propiciaron la abolición del celibato en su religión.
El celibato debería analizarse también en la misma línea de las conductas sexuales que cuestionan la hombría de la sociedad machista. El célibe, a grandes rasgos, decide no practicar una actividad para la que ha sido naturalmente dotado. Si el lector de estas páginas cree en Dios (pues quien las escribe sí cree), digamos que el célibe ha decidido por sí mismo no utilizar algo que Dios le dio. O al menos decir que no lo utiliza y comprometerse en público a no utilizarlo. Pues bien, todos respetamos esa condición y la tenemos tan naturalizada en nuestra sociedad que no nos conmueve en lo más mínimo que haya personas que decidan de alguna manera anular la pulsión sexual. ¿Por qué estas personas, cuyo comportamiento ante la sexualidad es si se quiere tan inusual, tan singular, se convierten de pronto en jueces y censores de los comportamientos inusuales y singulares de otros? ¿No sería acaso correcto que la misma tolerancia que ellos reciben pudieran otorgarla? Monseñor Cotugno, que es la máxima jerarquía de la Iglesia Católica (y yo fui educado en el catolicismo y en los valores cristianos, que siempre defenderé), ¿qué podría responder a este respecto?

PREGUNTA. A las lesbianas les viene su nombre de la isla de Lesbos donde vivió la gran poeta Safo, figura principal del mundo clásico griego. Safo se enamoraba de otras mujeres y cantaba a la belleza de Afrodita. También Eurípides, el dramaturgo más transgresor de Atenas, era homosexual. Alejandro Magno (educado por el mismísimo Aristóteles), por supuesto, y miles de otros y otras (Simone de Beauvoir, Oscar Wilde, etc.) entre los que no puedo dejar de mencionar a Federico García Lorca, asesinado de forma muy simbólica durante la guerra civil española por facciosos pertenecientes a Franco (Franco, el mismo Franco de quien algún político uruguayo alguna vez ha hablado maravillas…). Si no hubieran existido estas fuerzas, ¿qué tipo de arte tendríamos?

domingo, 20 de septiembre de 2009

CUERVO Y OJO (sobre motivo de Poe y de W.B. Yeats)


El poeta en inglés que más me gusta debe ser William Butler Yeats…
Uno de sus poemas, “The two trees”, es el que más me gusta de todos los poemas que he leído en ese idioma. Hay seis versos allí de una excelencia plástica y rítmica que para los pelos de punta:

"There, through the broken branches, go

The ravens of unresting thought;

Flying, crying, to and fro,

Cruel claw and hungry throat,

Or else they stand and sniff the wind,

And shake their ragged wings; alas!"


"Allí, entre las ramas partidas, volando y gritando por doquier, van los cuervos del pensamiento constante, de crueles garras y garganta hambrienta; allí se paran y olfatean el viento y sacuden sus arruinadas alas, “¡alas!”…(Esta humilde traducción -que sólo pretende aproximarse al significado, nada más- es mía.)

En estos versos el yo lírico describe el árbol bajo el que su amada no debería cobijarse nunca. Pero a mí lo que me marcó desde el principio fue la imagen de esos cuervos del pensamiento constante, permanente, ese pensamiento que hierre y mata y no se va y no se va. Y claro que por aquí se respira un aire a Poe. No es de extrañar que Yeats haya tomado de allí el motivo para estas imágenes. En aquel entonces, año 2001 me sentí impelido a escribir un pequeño poema sobre otro cuervo y un ojo, que volví a encontrar, después de ocho años, hace dos días. Y acá va:



CUERVO Y OJO

I

grazna ese llanto de miseria
por sus amigos que volaron más allá
más lejos
tan lejos que bien vale un graznido

la envidia, dijo el padre del cuervo,
fue su madre
su madre que murió una vez
y volvió a nacer en luz

¡tanta luz que había en los bosques esos días!
nadie podía ver
aciagos tiempos para los búhos sabios
que escondidos en los matorrales
no podían asomar la cabeza

un día la envidia vino a renacer
y renació con ella la noche
la noche y la envidia
juntas en el bosque.

Sólo el cuervo es más negro.


II

será lo que necesites
cuando tus miedos
se te aparezcan
dijo el cuervo


III

noche oscura en el monte

más oscuro que la noche
el cuervo

el cuervo no surca la noche
es surcado por ella sin piedad
punto negro maloliente
de mala fama

en su pico un ojo redondo

un ojo que ha visto
un ojo que puede ver
la más cruenta belleza
toda junta

le cuenta su vida al cuervo
le relata esas visiones
de una vida que no entiende
de seres indefensos
miedos inmovilizantes

el cuervo escucha
y mientras vuela su mente es volada
las palabras del ojo que lo ha visto todo
le repugnan más que su propio aliento

en un árbol alto
el más alto
el cuervo se detiene desesperado
ruega al ojo que se calle
que no siga con lo mismo
que si sigue se lo come de una vez

el ojo le guiña el ojo
ya me has comido
le contesta.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

EL EMBUDO CREACIONISTA (dedicado a V. Huidobro)


El embudo, pobre
Desliza su plástico
Sobre la forma cónica
Cómica
Del agua, ay, ¡qué dolor!
El descenso de los fragores en tremolina
El fragor de los descensos en tremolina
Molina,
¿no lo vieron?
¿por qué habrían de verlo? ¿quién es para que lo vean?
¿para que no lo vean?
Molina encañonado en tubos de carrizo
Carrizo, Antonio.
Antonio, Gasalla.
Gas, allá.
Acá, no.
Así cuentan los creacionistas
Que creó Huidobro,
Huidobro, Fernández,
no Vicente.
No vigente.
No vi gente.
No te vi, gen,
Se disculpó el científico.

martes, 8 de septiembre de 2009

SIESTA Y NACIMIENTO


13:30

Se mece el tiempo en el aire
Nacido de un suspiro del agua

Tus ojos alas páginas cerrados
Cuerpo hechizo manto vida

Rulos amarillos sentidos tacto
Siesta padre calor frío afuera

Hormigas en los pies
Se mueve patea codea despierta nace

Nacemos: 15:30.

viernes, 4 de septiembre de 2009

MI ÚLTIMO SUEÑO


Amanecer del martes.

En determinado momento entro a una suerte de gimnasio con paredes de bloque de dos metros y medio. Creo que voy vestido como para ir al liceo, es decir, con cierta prolijidad. De repente veo un punto que aparece en el cielo y que rápidamente se agranda y se me viene encima desde arriba. En un árbol arrancado de cuajo que ha viajado a través del aire. No hay techo en ese gimnasio, lo que facilita la imaginación de que alguien está lanzando árboles desde cierta distancia hacia ese lugar, como si se tratara de un jugador de básquetbol que lanza a un aro. Instintivamente trato de esquivar el árbol pero no demoro mucho en darme cuenta de que eso no depende de mí. El árbol cae con gran estrépito a mis espaldas y me salvo. Enseguida vienen más objetos: algunos prismas enormes hechos de madera, otros de cristal. Todos caen cerca y se incrustan en la tierra. Yo mientras tanto camino hasta el final del gimnasio y abro una ventanilla que en el acto se transforma en una pequeña puerta. Del otro lado, con intenciones de entrar al lugar del que yo voy saliendo, aparecen un conocido profesor de matemáticas de San José (un hombre de no muy gran tamaño) y otra conocida profesora de inglés. Él está vestido impecable, como siempre. Ella usa campera negra.
-¿Ustedes mandaron esto? –les pregunto, aunque de alguna manera sé que sí, que fueron ellos.
Los dos me quedan mirando serios y ahí termina el sueño.

martes, 1 de septiembre de 2009

COMO EL URUGUAY...


Hay un pequeño país en el que podrían vivir cómodamente treinta millones de personas. Viven tres, y algunos pasan hambre. Sin embargo este país tiene una alta opinión de sí mismo. En este país a una elevación de quinientos metros ya le dicen montaña.
A este país no lo mueven los grandes cataclismos universales de los terremotos o los maremotos o los huracanes. Lo mueve un cataclismo mayor: un parsimonioso equilibrio. Sobre ese cataclismo pastan mansamente veinticuatro millones de vacas, bueyes y algún que otro toro gordo, gordísimo, con tanta dificultad a la hora de la monta que es necesaria la inseminación artificial.
Una prueba de la riqueza lingüística de este país es la gran cantidad de palabras aplicadas, por ejemplo, al concepto de delincuente. Si el delincuente es pobre se le dice “pichi”. Si es de clase media se le llama “ladrón”. Si es de clase alta ya estamos hablando de alguien “con la ciudadanía suspendida”. En el improbable caso de que se les descubra y en el aún más improbable de que se les pruebe, van a parar (sobre todo los pichis) a un penal que lleva el nombre de “Libertad”, para mayor tortura psicológica de quienes allí ingresan.
No hay liberales en serio ni comunistas en serio. Los liberales más liberales, antes de perder votos le piden al Estado que salga a cubrir deuda o a financiarla. Los comunistas más comunistas, con tal de no perder votos, reciben con un asado el Presidente Bush. Aquí estamos otra vez frente al cataclismo del equilibrio.
A Venezuela no le molesta nuestra tibia izquierda. A EEUU no le importa un comino que representantes de nuestra derecha participen en las convenciones de sus dos partidos principales. Mejor, por supuesto, mientras se eviten los extremismos.
Hemos tenido guerras, claro, pero nadie las ha ganado. Sí se han ganado algunas batallas, como la de Las Piedras, que además de aludir al lugar en el que tuvo lugar alude a parte del armamento utilizado. Después vino una guerrita que los historiadores insisten en llamar Guerra Grande cuando sería mucho mejor nombre el de “Guerra Larga” y aún mucho más apropiado el de “Guerra Lenta”. Para ejemplificar lo del principio, ni vencidos ni vencedores. Y como nadie ganó, no es posible hacer una película con esa guerra, lo que al menos nos asegura que esos muertos, aunque no tantos como se hubiera querido, descansen en paz.
Y cuando estoy hablando de las guerras me salen al cruce toda esa pléyade de seres fluctuantes entre el heroísmo y el bandolerismo. El primero es aquel blandengue contrabandista. Nadie nunca le hizo un retrato. La imagen que todos nosotros tenemos de él sale de dos breves párrafos de Dámaso Antonio Larrañaga en cierta crónica de viaje. Sin embargo ahí está, imperturbable en Purificación, el mítico campamento que era, como su nombre lo indica, el lugar donde algunos cajetillas purgaban sus traiciones a un costo un poco alto, si se considera a la vida humana como algo importante. Todos los políticos de todos los partidos se adhieren a sus ideas, aunque ninguno quiera unirse a otras provincias de la Argentina y formar una federación, que era lo que él más quería.
Después viene un tal Frutos, cuya mayor muestra de pericia militar fue emborrachar a quinientos indios. Después uno de gallardo porte y admirable bigote: que sí, que no, que sí, que no, que voy, que vengo... Queda por nombrar a aquel libertador, cuyo mayor rasgo distintivo siempre fue su profunda convicción de que las patillas quedaban buenas. A todos ellos se les ha premiado con el nombre de un departamento o de un paraje. Menos al pobre del bigote elegante, claro (que sí, que no…).
Pero nuestras gloriosas huestes no se contentaron con la gloria interna, por así llamarla. Llegado el momento partieron al Paraguay y lo invadieron junto a brasileños y argentinos en una guerra un poco robada, un poco abusiva. Una especie de Real Madrid contra Cerrito pero con armas y en la segunda mitad del siglo XIX. Hoy los cuatro países “hermanos” conforman el inocuo MERCOSUR, que si bien sirve de poco, por lo menos previene una nueva guerra.
En aquellos tiempos gobernaba Venancio Flores, probablemente el peorcito ejemplar de nuestra historia lejana. Como corresponde, el departamento que le negamos al del bigote se lo dimos a Venancio, cuyo nombre de pila transmutó después en cierto jugador de fútbol cuya jugada más recordada fue la de tirar un limonazo a la pelota en ciertas eliminatorias ante la desazón del jugador chileno que pifió el tiro libre.
Fiel al paradigma del equilibrio, nuestro mayor escritor (así lo ha catalogado cierto director de cierta publicación cultural, lo cual nos impele a no dudar de ello) es un escritor “gris”, un escritor de la “grisura”. El instrumento musical en el que nos destacamos más no es el piano ni el violín ni el arpa (los paraguayos, esos a los que invadimos y a los que les ganamos, se cuentan entre los mejores arpistas del mundo) ni ninguno que implique complejidades innecesarias. Nuestro instrumento es el tambor. Nuestros intelectuales, nuestros artistas plásticos, nuestros filósofos, todos marchan al ritmo del candombe, manifestación musical para la que no es necesario ni siquiera saber lo que significa la palabra pentagrama.
Cuando al mundo le va mal, a este país le va bien. En 1930, apenas a unos meses de la crisis económica más importante del S. XX, construimos un estadio, organizamos y ganamos un mundial de fútbol. En 1950, cuando el mundo salía de la segunda guerra mundial y estaba por entrar en la de Corea y en la Fría, ganamos de nuevo. Hoy en día la mayor prueba de que la debacle económica mundial es maravillosamente grande es que a nosotros nos va mejor que nunca.